Nunca he tenido paciencia, jamás en mi vida. Mis esperas no son calladas o silenciosas, son ruidosas, agitadas, molestas para quien tiene la desgracia de quedarse a mi lado y me escucha quejarme, relatar, darle vueltas a lo mismo una y mil veces. Pensaba que esto serían cinco días, y ya voy camino de los dos meses. Dicen que debo estar contenta, que podía ir más lento, pero claro, no saben con la clase de impaciente que están tratando… Y mientras, reposo relativo, aguantar el dolor. Espero que algo ocurra, parece que no puede hacerse más, espero, y como todo aquel que lo hace, me desespero.
A veces, desde este mundo pausado que ahora me toca vivir, en la mezcla del sueño con la realidad y la proyección imaginativa, mezcla de las dos, acabo conteniendo una especie de rara ira o furia. No se dirige a nadie, no puedo culpar a nadie o a nada en especial, salvo a la suerte, mi destino… cosas que no tienen cara a la que gritar, teléfonos a los que llamar indignada…
Y espero, desespero, y deseo la destrucción del mundo ¿por qué no? Soy una impaciente que se considera con todo el derecho del mundo al pataleo; ¿lo tengo? Seguramente no, podría ser peor, hay gente con situaciones mucho peores, y eso no me da derecho a quejarme, pero que quieren que les diga, a veces yo, que tanto lucho por ser racional, soy el más irracional de los animales, como Octavio cuando escribió esto, clamando por una espada que le ayudara a lo que necesitaba, acabar con todo.
ACABAR CON TODO
Dame, llama invisible, espada fría,
tu persistente cólera,
para acabar con todo,
oh mundo seco,
oh mundo desangrado,
para acabar con todo.
Arde, sombrío, arde sin llamas,
apagado y ardiente,
ceniza y piedra viva,
desierto sin orillas.
Arde en el vasto cielo, laja y nube,
bajo la ciega luz que se desploma
entre estériles peñas.
Arde en la soledad que nos deshace,
tierra de piedra ardiente,
de raíces heladas y sedientas.
Arde, furor oculto,
ceniza que enloquece,
arde invisible, arde
como el mar impotente engendra nubes,
olas como el rencor y espumas pétreas.
Entre mis huesos delirantes, arde;
arde dentro del aire hueco,
horno invisible y puro;
arde como arde el tiempo,
como camina el tiempo entre la muerte,
con sus mismas pisadas y su aliento;
arde como la soledad que te devora,
arde en ti mismo, ardor sin llama,
soledad sin imagen, sed sin labios.
Para acabar con todo,
oh mundo seco,
para acabar con todo.
Octavio Paz