Empiezo a pensar que hay dos clases de personas que se doctoran:
Por un lado hay gente de nervios de acero, que toma decisiones juiciosas
y tiene una disciplina espartana para su trabajo. Se doctoran porque lo harán
de forma eficaz, porque si se propusieran cultivar un huerto comerían tomates
al poco tiempo y si quisieran navegar, sacarían títulos de patronaje de barcos
en semanas.
Por otra parte, hay gente, entre la que me incluyo, que de una forma
algo azarosa y bastante esquizoide llega a recalar en el puerto doctoral. Lo
hacemos porque hay cosas que nos gustan, nos gustan mucho, y es apasionante
pensar que puedes dedicarte a darle vueltas a lo que te flipa. En ese momento
de euforia, no pensamos en la esclavitud, la soledad o la condena que puede
suponer un reto así. Nuestra disciplina es más impulsiva que otra cosa; en mi
caso, me muevo más por cabezonería que por una férrea imposición de rutinas y
trabajos.
Me estoy doctorando y con frecuencia me pregunto si estaré loca…
Esta elección te condena a algo que podríamos denominar "friquismo
académico". Es la excusa de una imposición a bucear en algo que te gusta,
y que se acaba por convertir en un tema central, que poca gente entiende, que a
casi nadie le interesa, y que tú ves por todas partes, ya sea leyendo revistas
especializadas, viendo la tele o tomando café. Si eras un poco antisocial, esto
es el remate, la monomanía llevada al extremo.
También te acabas por convertir en una rara especie de animal, que ávidamente
busca congresos, publicaciones, cursos, y en general, foros donde escuchar o
leer sobre "tu tema" y lo mejor, donde expresarte tú al respecto.
Allí, a veces, te cruzas con seres muy semejantes, y aunque son encuentros
fugaces, el universo se congela para que puedas disfrutarlo.
Casi abracé como una loca, como la loca que soy, a la chica que me
abordó tras una comunicación, interesada en incorporar en su estudio algunas
cuestiones que yo había comentado. Por mi parte, me esforcé en aparentar
madurez, profesionalidad, seguridad y toda clase de cosas que enmascararan que
estoy desquiciada y que de buena gana, habría pegado saltos. Probablemente, mi
excesiva sonrisa al darle mi tarjeta me delató a ojos entrenados, pero la cosa
es que, la gente loca como yo, encontramos una rara gratificación en estas
cosas.
Alguien que quiere saber sobre
"tu tema", que quiere incluso asesoramiento… ¡Que cosa más grande!
No todo es bueno, claro. A veces te das cuenta de que estás en una
conferencia, negando con la cabeza, haciendo aspavientos, y encima, en primera
fila…
Mostrarte a favor y en contra de
propuestas en el marco de estos encuentros tiene un aliciente extra si se
habilita un hastag ad hoc para la ocasión, porque ahí, acabas por darlo todo;
troleo científico en estado puro.
Por supuesto, otro motivo de esa desaforada búsqueda de publicaciones,
cursos y comunicaciones, es que la administración educativa te obliga a
demostrar que estás trabajando, que lo haces incansablemente y de forma tan
brillante, que eres productiva. Lo llaman excelencia, y algún día se tipificará
como forma de tortura del mundo moderno.
Cuesta que tu entorno cercano entienda la desolación de que te rechacen
en una revista JCR ¡que calamidad!
También les cuesta entender tus alegrías;
que alguien cite tu trabajo, aparecer en DIALNET, que te recomienden por aquí y
por allá aunque todo quede en nada.
Ahora puedes decir que eres PHD Student, tan pedante y molón como suena,
sí.
Ahora necesitas becas, ayudas, cumplir requisitos cada vez más duros,
justificar tu trabajo, venderlo y venderte a ti misma.
Pensar que quieres investigar en, ojo al dato, ¡España!
Tienes que pensar en ello, sin
que te den dementes ataques de risa o desequilibrantes ataques de pánico.
Me estoy doctorando, asumo que estaré algo loca, y lo peor es que no he
hecho más que empezar.