viernes, 31 de octubre de 2008

La bola de cera



Esta historia comienza en La Campana, tarde de Viernes Santo, tendría unos seis años. Acababa de comerme un sándwich de aquél paté tapa negra, más bueno que el pan. No sé quien sería, pero alguien me sugirió una utilidad para el papel de plata; aquella tarde comenzó mi bola de cera. Recuerdo que la primera cera que recibió fue roja, así que imagino que serían los nazarenos de La O los primeros en hacerme una aportación. Empezar una bola uno de los últimos días de Semana Santa es algo extraño, pero siempre he sido igual para todo, y la guardé con cariño hasta el año siguiente. Empezábamos el Domingo de Ramos y ya no nos separábamos en toda la semana. Si se me olvidaba era un drama, y siempre que se podía, se volvía a por ella. Rápidamente aprendí lo que deben aprender todos los niños, no pedir cera a las de negro, o alguna de las llamadas “serias”. También en alguna ocasión, trampeando un poco, intentaba aumentarla con las velas de cumpleaños; pero era muy mala, se caía y además, era un poco ridículo llevar una bola con cera rosa.
Los hermanos pequeños suelen heredar cosas de sus hermanos mayores; pero el mío heredó poco, ya que además de que es un varón, yo soy cinco años mayor, lo que complica el proceso. Pero entre las pocas cosas que heredó de mi, está la bola de cera. Él la anhelaba, porque era mucho mayor que la suya. Yo entré en esa edad en que las niñas comienzan a llevar bolso, que es todo un paso, y era ya mayor para llevar en mi bolso la bola, así que cedí el testigo. Y lo hizo mejor de lo que yo pensaba, no sólo dobló su tamaño, si no que la ha conservado hasta hoy. Yo la creía desaparecida, muerta, en cualquier lugar menos en el que estaba, en la habitación de enfrente.
La miro mientras escribo, y pienso que si la abriera por la mitad sería un corte estratigráfico de una importante parte de mi vida. Esa masa de cera sólida podría contar noches de Domingo de Ramos, viendo San Roque, muerta de sueño, pero siempre negando estar cansada. Contaría como permanecía en el bolso de mi madre mientras veíamos Veracruz, Pasión, la Mortaja en la Plaza de San Pedro. Hablaría del único día que no venía conmigo, los Martes Santo. Recordaría los generosos nazarenos de La Redención, los “No seas pesada Merceditas” de mis padres, y tantas cosas que se quedaron atrás, envueltas en el azahar e incienso de otro tiempo.
Puede parecer absurdo, pero en estos días fríos, en los que muchos vivimos una especie de “precuaresma”, a mi me ha hecho mucha ilusión encontrar mi bola de cera.

domingo, 26 de octubre de 2008

Manías de la edad



Como aquí ya he dicho muchas veces, no estoy de acuerdo con la edad cronológica, la que pone en el DNI, y la que realmente es parámetro universal, mal que me pese.
Yo debo de ser muy mayor, mucho más de lo que marca mi edad, porque vengo observando que en los últimos tiempos tengo menos aguante para ciertas cosas, o más manías, según se mire. Eso es lo triste, soy mayor para eso, creo que sólo para eso; me quedo con lo peor de “la edad”.
Mi último autodescubrimiento es que comienzan a molestarme tremendamente las frases hechas y de cortesía, entiéndase por ejemplo:
Adiós, y ten cuidado: ¿De qué? ¿de quién? Entiendo que la calle es una jungla pero no sé, ya estamos acostumbrados.
Ya nos llamamos: seguro… Yo te llamaré a ti tan rápido como tú a mi… .
Aquí tienes tu moka, que tengas un buen día: Gracias querido camarero de Starbucks, sé que te importa poco mi día, sé que casi te obligan por contrato a decirme esto, sé que nos podríamos ahorrar toda esta parafernalia…
Ya hablamos: ¿de qué? Llevamos hablando un rato, si te queda algo que decirme dilo ahora… Sería más correcto a mi entender “ya hablaremos”, y no deja de ser una obviedad en la mayoría de los casos, pero en fin.
Mejorando lo presente: lo presente, o sea, que si yo no estuviera aquí delante no mejoraba nada… que hipocresía ¿no?


Esto es una pequeña muestra, y no sé porqué ahora me ha dado por esta manía lingüística tan concreta… Debo decir en mi descarga que intento predicar con el ejemplo, y procuro evitar últimamente estos “formalismos” innecesarios, lo cual no quiere decir que lo haga siempre. A veces salen casi por defecto, están en el disco duro y saltan solos; y por supuesto, muchas veces lo digo de verdad; voy a llamarle, espero de verdad que todo le vaya bien, o debe tener cuidado porque no sé… va a ir de escalada.
Imagino que las cortesías, los convencionalismos sociales, o ciertos protocolos se nutren de cosas como estas. Tal vez me estoy convirtiendo en un ser antisocial, tal vez estoy rara en estos días porque son días raros, o simplemente, me hago vieja. Puede que me condenara cuando era muy joven, antes casi de que llegara lo que los psicodemagogos llaman la preadolescencia… En ese tiempo, uno de mis máximos placeres era ir el viernes al video club, que por cierto ¿cuántos quedarán? Alguno sobrevive, pero pocos. El caso es que fui devorando películas por rachas temáticas, y quizás, en la época de Woody Allen, condené mi existencia futura, y voy camino de ser carne de psicoanalista… O tal vez no, tal vez sea ese compendio de educación, cultura y sociedad. Todo ocurre sin que te des cuenta. Un día estás con tu madre y tus siete años en la sala de espera del Otorrinolaringólogo (me encantaba decir esto a esa edad porque sonaba a trabalenguas) y una señora mayor saca de su bolso negro (lo del negro es obvio e importante) un caramelo de la pasada Cabalgata de Reyes, y tu madre, con cierta musiquilla te pregunta eso de: ¿Qué se dice? Para que tu respondas un sentido y nada forzado: ¡Gracias! Y ojo, no estoy en contra, defiendo la educación, el respeto a los mayores y tantas otras cosas.. Sólo digo que por ahí se empieza, y que esto, sin tú saberlo te inculca que de mayor no pares de soltar cosas como las antes mencionadas.
Lo dicho, lo mismo debería dejar de hablar y escuchar unos días, a ver si me reprogramo. Tal vez simplemente tengo que apuntar todo esto para no olvidar nada cuando esté en el diván; o en el peor de los casos me voy deshaciendo de todo y acabaré siendo una versión femenina de House. Esto último suena tan terrible que empiezo a desear que sólo sea una racha o que no vaya a más y se quede en una manía como comerme los sándwiches por orden…

miércoles, 22 de octubre de 2008

26 de Octubre


Cuando J le enseña a los niños las fotos de su Harley suelen quedar alucinados ante esa preciosa moto. Aquella noche apenas había bebido. Para que su amiga no volviera sola a casa se ofreció a llevarla, no era muy lejos, a dos calles, pero estaba oscuro… Como era muy cerca y estaban en su pueblo no se puso el casco. Después de dejarla, volvía al pub dónde estaba con sus amigos. El conductor de aquél Land Rover no lo vio, y aunque no era mucha velocidad a la que circulaba, fue lo suficiente para lanzarlo por los aires y darse un mal golpe en la cabeza. Tras terminar su carrera, había hecho un master en UK, e iba a montar su propia empresa. Todo eso se truncó. Fue un milagro que despertara del coma, y fue mas milagroso aún que recuperase habilidades tales como andar o hablar. Su habla no es fluida, pero puede darse con un canto en los dientes. A pesar de todo, pagó un precio muy caro, con aquél golpe se fue su vida, se fue toda su infancia, una infancia que no paran de contarle, que él analiza en fotos y que por más que lo intenta, no logra recordar.
La historia de M no la conozco bien. Viene todas las mañanas un par de horas a rehabilitación. Está en silla de ruedas, tiene movilidad en uno de sus brazos, y andan haciendo esfuerzos para que recupere el habla. No he logrado saber quien es el chico que la trae todos los días, intuyo que es su hermano. La trata con cariño para suplir otra serie de problemas familiares que suelen darse cuando ocurren cosas de este tipo. Me conmueve como él la espera cada día. En los últimos tiempos usa un portátil con el que imagino que atiende obligaciones laborales o académicas. Se ve que son tiempos duros para él, pero se ilusiona con cada progreso, por pequeño que sea. El otro día M logró reconocerse a si misma en una foto de antes de su accidente, pero aún no reconoce a familiares o amigos.

El daño cerebral adquirido, ya sea por accidente, o por cualquier otra causa, es un golpe de efecto en la vida de una persona o en la de los que lo rodean. La mayoría suceden por accidentes de tráfico, y en un 99% de los casos, serían evitables. Por eso son importantes las charlas preventivas, dónde J enseña las fotos de su moto, y como es incapaz de recordar la ilusión que le hizo que los Reyes le trajeran aquella bici. Considero que es importante la misión de J, al igual que la de otros afectados o familiares que pueden dar testimonio y explicar en primera persona como te puede cambiar la vida por una tontería. M, y muchos otros, no han corrido la misma suerte, y pasan el día con unos profesionales entregados en cuerpo y alma a mejorar por poco que sea, su calidad de vida.
A veces me siento una intrusa entre ellos, otras me siento agradecida. Agradezco que me dejen participar de lo que hacen, de lo que consiguen. Lo más impresionante de todo, es que si descontamos el capital humano, esta gente no dispone de muchos recursos, pero gracias a Dios, esto no los ha frenado. También dan apoyo familiar, con voluntarios profesionales de la sanidad, que ayudan a los cuidadores. Ya lo he comentado antes, esto no sólo afecta a la persona, sino que suele trasformar su entorno. Generalmente, sus padres suelen separarse, muchos familiares caerán en depresiones, y tendrán que acostumbrarse a una nueva vida.
Todas las manos son pocas, y cualquier logro es un nuevo triunfo, y yo continúo asombrada de todo lo que estoy viviendo con ellos; viendo lo cerca que están estas cosas, aunque no lo creamos, aunque nos pensemos que todo esto les pasa a los demás, los otros…
El 26 de Octubre es el día del Daño Cerebral, para no olvidar lo cerca que está, y la ayuda que necesitan quienes ya lo padecen.

jueves, 16 de octubre de 2008

Señales de humo

En la calle llovía, llovía muchísimo; nosotras nos habíamos mojado, habíamos cantado bajo la lluvia, y yo me había pasado con el té verde árabe que su padre había traído de Marruecos; la bebida estaba algo amarga, como yo en aquellos días. A veces las personas somos amargas porque nos cansamos de sonreír, porque llevas muchas cosas dentro y se te acaban las poses y entonces, sólo puedes estar con ellos, con los que tú eres tú, y no necesitan la pose en la que a veces te conviertes. Tal vez por eso, y porque ella me conoce, sabía cuanto me iba a gustar el poema que había encontrado en un libro de bolsillo. Lo pillamos con una pinza de la ropa, para que no se perdiera, era antiglamouroso, pero eficaz al fin y al cabo. Una y otra vez, las letras de Benedetti me arañaban, me apuñalaban, se me quedaban dentro, a la vez que me reflejaban y dibujaban. Como me pasa siempre con los poemas que me conquistan, me vi en él. Vi a la que soy, a la que era o fui. La vi como si hubieran sido muchas, y otras, antes de que todas se unieran en una, conformando la que ahora soy. Es casi irónico el dibujo en el aire que hace el humo. Lo miras, lo haces con tu pose de “no pasó nada, no pasa nada”, y te estás engañando, y lo peor es que no te alivia hacerlo. Sólo puedes agarrarte a la última ironía del poeta, tu corazón de fuego, porque nada es nuevo y todo está inventado, y lo cantaban en una vieja zarzuela: por el humo se sabe dónde está el fuego.

SEÑALES DE HUMO

Cuando estás en el filo de lo oscuro
y le rindes honores desde tus huesos
Cuando el alma purísima del ocio
pide socorro al universo inútil
Cuando subes y bajas del dolor
mostrando cicatrices de hace tiempo
Cuando en tu ventanal está el otoño
aún no te despidas/todo es nada/
son señales de humo/apenas eso

Tu mirada de viaje o de desiertos
se vuelve un manantial indescifrable
y el silencio/tu miedo más valiente/
se va con los delfines de la noche
o con los pajaritos de la aurora/
de todo quedan huellas /pistas/trazas
muescas/indicios/signos/apariencias
pero no te preocupes/todo es nada
son señales de humo/apenas eso

No obstante en esas claves se condensa
una vieja dulzura atormentada
el vuelo de las hojas que pasaron
la nube que es de ámbar o algodón
el amor que carece de palabras
los barros del recuerdo/la lujuria/
o sea que los signos en el aire
son señales de humo/pero el humo
lleva consigo un corazón de fuego.
Mario Benedetti, Buzón de tiempo
Foto:Mauro A. Fuentes

lunes, 13 de octubre de 2008

Bombones, música militar y algunas cosas más



Noche de viernes, vuelvo a casa, el viento me empuja y me despeina; el cielo clarea, la lluvia está cerca, por eso llevo gabardina, entonces, pasando junto a un seto me tengo que parar… huele a Dama de Noche, como en mis veranos sanluqueños de la infancia. Huele a esa planta veraniega, y yo tengo la cara helada… No es caos, imagino que es el cambio climático.

El sábado Rajoy dice aquello de “Y mañana tengo el coñazo del desfile”. Manda un comunicado y rectifica. Yo no, a mi el desfile me parece un coñazo, casi subrayo esto con la canción que versionó Paco Ibáñez al castellano, y es que la música militar a mi tampoco me despierta.



La noche de ese sábado, encuentro en un escenario viejo y nuevo con Las dos Saras. Comparten con el público que las observa en su azotea su miedo a la muerte, al “que dirán”, al amor y el propio miedo al miedo…
Algo curioso de ir al teatro con mi querido Actorucho, es que luego puedes compartir alguna cerveza con las protagonistas, y conocer algunos entresijos de la obra. Después, vino, manjares blancos, fotos con las fotos de la Avenida; así de redundante y de barroco, como la modelo que luce unos pendientes de La Macarena…
Más tarde, a descubrir que la Utopía se construye de Coronitas, de recuerdos, de las correrías de Kike, de que Miguel se hace mayor, de Evaristo, el rey de la baraja…


Llegó ese cruel día, nos tenemos que separar… Y ahora cariño ¿Qué hago yo sin ti? Apareció aquél día que fue fiesta en Barcelona, en Jerez y en mi casa. Tal vez hoy en día no es la caja mas sofisticada, pero es una apuesta segura. Me encanta el chocolate, y los bombones aportan la variedad. Me he comido dos o tres cada día, para endulzar esos días rojos, o grises, o marrones, e incluso los carentes de cromatismo; pero todo tiene un fin, al menos fue bonito mientras duró.

martes, 7 de octubre de 2008

La otra, otra noche


¿Qué te cuente lo que hicimos la otra noche? ¿cuál otra? Si es la otra ya hace tiempo, pero bueno, nada del otro mundo. Nos fuimos a cenar Sur, Coko y yo. Descubrimos un sitio nuevo, una abacería en pleno Torneo, vamos el sitio no sé el tiempo que llevará ahí, nuevo era para nosotros, y para el camarero. El tipejo tenía acento aragonés o algo así, y sería su primer día o yo no sé que pasaba porque pedir no fue difícil, pero fue complicado que nos lo trajeran. Bueno, tampoco fue exactamente así, nos trajeron muchas cosas, pero ninguna la habíamos pedido. Estuvimos más de media hora fuera, sentados en la terraza, y como el otoño ha llegado, que no es que lo diga la valla publicitaria de El Corte Inglés, no, que vino de verdad y hacía un frío tremendo, pero claro, Coko no hace caso a las vallas de publicidad así que nos cambiamos de mesa y nos metimos dentro, porque la hipotermia no era descartable. Y ojo, dudamos mucho en entrar, porque el chico ya nos había traído dos cosas, una era para María, que si estaba bien, aunque sin cubiertos, y luego a Jesús le trajeron algo que no era; y eso que el chico nos había preguntado por segunda vez, porque no entendía lo que tenía apuntado. A mi me recordó a ese capítulo de 7 Vidas cuando Paco (Javier Cámara) hace de camarero, y pone un café con limón, un tinto con leche fría, o algo así; y decía aquello de “¿Sabes lo difícil que es apuntar todo de pié en una libreta así de pequeña?”. Y ya te digo, nos pensamos si cambiarnos porque lo mismo el camarero se hacia mas lío aún, pero finalmente decidimos correr ese riesgo. Le avisamos del cambio, por si no se había dado cuenta, y él de paso nos preguntó que si un pan con jamón y salmorejo era nuestro; “no, lo pidió la mesa de al lado”. Una vez dentro, a Coko le traen su comida, a Sur sus cubiertos y a mi una cosa que no era. Nos damos cuenta de que al lado, en la mesa de mi izquierda, tenemos un autóctono grupo de machos ibéricos, que han salido a celebrar algo; a fecha de hoy sigo desconociendo qué. Acompañan su celebración con gritos simiescos, canciones (la Macarena incluida, y no hablo de la de Cebrián), palmas y arengas varias. Me traen algo, y no, sigue sin ser lo que he pedido; la cosa ya es algo tipo “antes de que cante el gallo, me negarás tres veces…” Coko me cuenta una historia surreal de una amiga, amores por Internet y cosas que se me escapan al entendimiento. ¡Me traen lo mío! En ese momento le recordamos al camarero que al principio le pedimos algo para compartir, un queso de cabra a la plancha, que en fin, ya nos habíamos resignado a que fuera el postre. María se levanta a por un cuchillo y vuelve asombrada; “¿Sabéis que tienen un ordenador para controlar las mesas?” No puedo dejar de reírme, con toda la que tienen formada y resulta que hay hasta despliegue informático de por medio… Traen el queso, que pese a todo esta buenísimo, pero generalmente, no sé porqué, nunca hay tortitas de pan suficientes para untar… Estamos en estas, cuando los machos de la mesa de al lado están acabando una actuación a lo Mayumaná pero en cutre, y de pronto, unas pavas de la mesa de al lado (a mi derecha) comienzan a entonar el cumpleaños feliz… Blanco y en botella, los de la celebración se levantan, y las chicas hacen lo mismo. Como nuestra posición es mas estratégica que la de Gibraltar, en cuestión de segundos nos vemos dentro de la movida, con cara de estúpidos y comiendo queso… En fin, al final conseguimos salir de aquél sitio. Dejamos a las pavas y los machos haciéndose fotos; imagino que fue el comienzo de una hermosa amistad; había condicionantes alcohólicos suficientes para ello.
Llegó Silvia, y nos fuimos a tomar té, bueno, sólo Sur y yo, que somos las que bebemos té. Algo en la carta llamó nuestra atención “Tetera familiar”; y aunque Coko y Silvia piden otra cosa, nos tiramos a la piscina. Aquello habría sido como para seis personas, nos bebimos de ocho a diez vasos cada una… Casi morimos en el intento, pero ya era amor propio.
Pero bueno, lo pasamos bien, tanto por exceso como por defecto…
Y por cierto ¿quién eres tú que me preguntaste esto?

domingo, 5 de octubre de 2008

Y entonces me encontré…

Sur estaba aparcada de mala manera en Plaza de Cuba, mientras Dani (con su súper cámara) y yo (con un falso aire afrancesado y cuatro folios en blanco) corríamos por el Puente de San Telmo. De pronto, en seco, nos quedamos parados delante de ella. Allí estaba, en medio del puente. No sabíamos como había llegado allí, de dónde había salido, ¿porque nadie la había cogido?… Sevillanos, turistas, animales, taxis, autobuses… todos pasaban junto a ella aquél día de Junio, ignorándola. Tras reírnos y hacerle algún retratillo, volvimos a nuestro frenetismo fotográfico, el que nos había llevado a recorrer la ciudad captando el filo de la historia desde mi falso aspecto de hija de emigrantes. Ahora, siempre que paso por el puente, miro al sitio, a ver si sigue la mesita, pero ya no está, ¿Qué habrá sido de ella? Lo ignoro, aunque espero que esté bien.




En la calle Tetuán había una bulla sevillana de esas de manual; pero llegando a La Campana, el revuelo era aún mayor, gente, sirenas y de fondo un extraño ruido, era… ¿agua? No podía ser agua, allí no hay fuentes, allí... ¡Allí había un geíser! No me lo podía creer.
“¿Me dejáis pasar?” La camarera de la confitería del mismo nombre que la plaza llevaba una bandeja llena de pasteles, tazas… Se ve que a ella aquél tremendo caño de agua le importaba poco, como a los que estaban merendando; mientras, los que si nos asombrábamos hacíamos fotos. Mas tarde, los individuos de la bulla se preguntaban entre ellos lo mismo una y otra vez: “qué, ¿has visto el chorro?”






Me lo dijo hace unos días, y ha saldado rápido su deuda. Dama me ha regalado algunas fotos de los rincones del Coliseo Verdiblanco, dónde tengo un alter ego felino. Imagino que la gata se lo pasará genial los días de partido, aunque si los resultados mejoraran se lo pasaría mejor… Mil gracias a Reyes por este detalle.






Fotos: Mesita: Daniel Franca; Gata Bética: Dama de Sevillano Nombre

jueves, 2 de octubre de 2008

Respeto y memoria… a secas


Hace unas semanas, el General Du Guesclin me comentaba que había muerto el perro de una amiga, y que entre incineración y demás cuestiones, esta se había gastado unos 60 euros. Servidora no tiene perro, pero entiendo que para mucha gente no es solo una mascota, es algo más, y por eso es normal que se hagan esos desembolsos. Pero el General iba más allá, haciéndome pensar lo curioso del ser humano, los “pliegues de su moral”, su conciencia, escala de valores o lo que algunos llaman el relativismo moral. Mucha gente puede respetar e incluso sentir profundamente la muerte de un canino, pero pondrán el grito en el cielo si uno de sus congéneres, un ser humano igual que él, pide algo tan simple como saber dónde esta el cadáver de su abuelo, y en el mejor de los casos, poderlo enterrar de forma digna.
Tal vez es que soy de letras, y por eso los números causan en mí un gran asombro. Por ejemplo, es interesante el número 12.000; que así en frío no es nada, pero es la cifra aproximada de los represaliados de la Guerra Civil y Primer Franquismo que se encuentran enterrados en Sevilla y provincia. Podría afinar con otro número, el 11.678, que son los desaparecidos con nombres y apellidos. Están repartidos en 168 enterramientos comunes. Estos solían llevarse a cabo en las tapias de los cementerios, y con el lógico crecimiento de los mismos, muchos han llegado a formar parte de los camposantos. En otros casos, las fosas se encuentran en descampados o cunetas, aunque esto no se da tanto en Andalucía; si bien es más común en zonas de la España Central y del Norte. Las dos primeras cifras son ridículas si las comparamos con 32, que es el número de exhumados de dichos enterramientos. Y es que en mi opinión esto es memoria a secas, es la justicia y el derecho mas básico que se le puede dar a alguien, y por eso me parece tan cruel negárselo.
Quienes están en contra de esta “recuperación”, a veces alegan que ya ha pasado mucho tiempo. Esto es cierto, a la vez que duro. Desde luego esto tendría que haberse hecho mucho antes, pero en la España del “Vuelva usted mañana” que acuñó Larra, no es raro encontrar estas demoras atropellantes. Si pretendemos cerrar heridas, primero habría que hacer que dejen de sangrar, y que tanta gente deje de estar sepultada en un trozo de tierra anónima, en la mayoría de casos, lejos de su tierra.
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