No sé si será toda la gente que nos dedicamos a lo social, o soy yo, que nací especialmente puntillosa, pero por mal que pueda sonar a primera vista, me está mosqueando el tratamiento social que se le está dando a Haití.
Para intentar que se me entienda un poco diré antes de nada que no me creo en posesión de la verdad, que no juzgo a nadie y que no pretendo que todo el mundo sea igual que yo; dicho lo cual, no pienso unirme a ningún grupo del facebook de apoyo a Haití, no pienso reenviar correos o eventos tuenti de la catástrofe, y en ninguno de mis nicks o estados voy a ponerme nada alusivo ¿por qué? Pues porque yo podría hacerme de mil grupos, mandar dos mil eventos y tatuarme Haití en el brazo izquierdo, y eso no haría que mi solidaridad con ellos fuera mayor de lo que lo es ahora. Mi colaboración con esta causa la conocerá quien tenga que conocerla, por aquello de que no sepa tu mano derecha lo que hace tu izquierda… Y lo que más me pesa, es ese arraigado sentimiento que tengo de remordimiento, y tal vez este me impide hacer todo lo que he dicho antes… Hace un mes, o tres semanas, yo, al igual que gran parte de la población, no sabía situar Haití en el mapa, y por descontado, vivía sin reparar en cuán pobre era aquel trozo de tierra de este infame mundo… Por supuesto lo sabía, pero la anestesia de la vida diaria nos hace que vivamos sin pensar la situación de los presos políticos en Irán, del hambre en Mali, de la guerra en Costa de Marfil… Todas estas cosas se quedan en el mejor de los casos, en un rincón de nuestra mente donde estorban poco; porque no llenan las páginas de los periódicos ni se habla de ellos en la panadería… Luego ocurre algo como esto, una catástrofe que de haber ocurrido en Tokio tal vez sólo habría causado algunos daños, pero nunca algo como lo que ha abierto los telediarios; y entonces se despierta la cohesión social, la conciencia colectiva de lo afortunados que somos nosotros, que vivimos sin pensar lo condicionante que es el lugar donde nacemos…
Y por eso, por convicción y por vergüenza, mi mano izquierda hará lo que crea conveniente, sin decirlo a nadie, sin mostrarlo ni publicarlo, no porque yo sea una santa, que nadie se engañe, es para ahorrarme la vergüenza que sentiré de mí misma cuando en seis meses o un año, Haití siga igual de necesitado o más, y aquí, en el lado afortunado del planeta, ya nos hayamos olvidado de ellos, sus montañas de muertos y su desgracia, y no hagamos campañas ni hablemos de ello en el desayuno.
Para intentar que se me entienda un poco diré antes de nada que no me creo en posesión de la verdad, que no juzgo a nadie y que no pretendo que todo el mundo sea igual que yo; dicho lo cual, no pienso unirme a ningún grupo del facebook de apoyo a Haití, no pienso reenviar correos o eventos tuenti de la catástrofe, y en ninguno de mis nicks o estados voy a ponerme nada alusivo ¿por qué? Pues porque yo podría hacerme de mil grupos, mandar dos mil eventos y tatuarme Haití en el brazo izquierdo, y eso no haría que mi solidaridad con ellos fuera mayor de lo que lo es ahora. Mi colaboración con esta causa la conocerá quien tenga que conocerla, por aquello de que no sepa tu mano derecha lo que hace tu izquierda… Y lo que más me pesa, es ese arraigado sentimiento que tengo de remordimiento, y tal vez este me impide hacer todo lo que he dicho antes… Hace un mes, o tres semanas, yo, al igual que gran parte de la población, no sabía situar Haití en el mapa, y por descontado, vivía sin reparar en cuán pobre era aquel trozo de tierra de este infame mundo… Por supuesto lo sabía, pero la anestesia de la vida diaria nos hace que vivamos sin pensar la situación de los presos políticos en Irán, del hambre en Mali, de la guerra en Costa de Marfil… Todas estas cosas se quedan en el mejor de los casos, en un rincón de nuestra mente donde estorban poco; porque no llenan las páginas de los periódicos ni se habla de ellos en la panadería… Luego ocurre algo como esto, una catástrofe que de haber ocurrido en Tokio tal vez sólo habría causado algunos daños, pero nunca algo como lo que ha abierto los telediarios; y entonces se despierta la cohesión social, la conciencia colectiva de lo afortunados que somos nosotros, que vivimos sin pensar lo condicionante que es el lugar donde nacemos…
Y por eso, por convicción y por vergüenza, mi mano izquierda hará lo que crea conveniente, sin decirlo a nadie, sin mostrarlo ni publicarlo, no porque yo sea una santa, que nadie se engañe, es para ahorrarme la vergüenza que sentiré de mí misma cuando en seis meses o un año, Haití siga igual de necesitado o más, y aquí, en el lado afortunado del planeta, ya nos hayamos olvidado de ellos, sus montañas de muertos y su desgracia, y no hagamos campañas ni hablemos de ello en el desayuno.