lunes, 31 de agosto de 2009

Amsterdam

No es la ciudad más limpia, no es la ciudad más grande, no es la más rara ni la más monumental; no es la que más conozco ni en la que más tiempo pasé, pero a mí Amsterdam me robó parte del corazón. Puede que como ocurre con los amores de verano, tiendan a idealizarse, por lo breve e intenso, por la distancia que toman en el tiempo, por lo fugaz y eterno que este tipo de cosas conllevan.
Antes de llegar admito que algo me tenía ganada esa urbe, pues había leído mucho sobre ella, pero nunca es comparable a conocer las cosas por una misma.

Durante la presentación de su último libro, escuché más de una vez y dos a don Antonio Gala decir aquello de que Venecia era “una zorra pintarrajeada”. Alegaba que históricamente ha sido una ciudad conflictiva en la política y las guerras y al final acaba pidiendo ayuda por el peligro de hundirse que padece. Dejando a un lado el amor que yo siento por esa “zorra pintarrajeada” en concreto, Amsterdam es todo lo contrario. En contraposición al victimismo que Gala odia, esta ciudad le planta cara al mar de una forma asombrosa, le gana terreno, vive de él, vive en él que no es lo mismo, come de él… Su imagen no es tan hermosa como la de la urbe italiana, pues sus canales y puentes no son tan bonitos, pero reconozco que siempre me llamó mucho la atención que de la nada (o de un primitivo dique donde hoy día se sitúa la famosa Plaza Dam) surgiera una ciudad.
Tal vez esa hippy que camino del Barrio Rojo cantaba esa eterna canción, era el bucle temporal de la ciudad, el recuerdo de otros años, la Amsterdam de Paco Gallardo y de tantos otros que veían en ella un mundo casi utópico.

Hoy en día no es exactamente ese efecto el que causa, aunque en cierto modo sí. La naturalidad y el tópico se dan la mano, lo cual me resultó asombroso. El olor a marihuana está por todas partes, impregnando la ciudad y a todos los que caminan por ella. Los escaparates dormitorios de las damas del placer se sitúan curiosamente frente a iglesias dominicas o muy antiguas como en el caso de la Oude Kerk; desde luego los sacristanes vivirán contentos… Las bicicletas son una invasión, una plaga; la anarquía de dos ruedas que te atropella, te obstaculiza el paso cuando las dejan en cualquier lado… Aunque les ofrezco una solución a este problema; si dejas a Mer allí dos semanas, tres como mucho, reeduca a la población segurísimo.

La gente es amable y despreocupada, y aún quedan pueblos como Marken o Edam que te muestran la Holanda de otro tiempo. Casi debería ser esto un punto y aparte, pues fue fantástico andar entre sus casitas de cuento, comprar queso en aquel antiquísimo Mercado del Queso al que dio autorización Carlos I, o Carlos V, según se mire, hace ya unos cuantos siglos. Eso también sería otro punto a destacar, la gastronomía, los cafés negros donde parar a tomar esos fantásticos sándwiches de croquetas, si, lo dije bien, sándwiches de croquetas con el adjetivo fantásticos, que no dietéticos claro; es que no se puede tener todo… También me gustaba lo de comer patatas fritas con salsa por la calle y esa gran bebida que es el “kopstoot”, cuya traducción era algo parecido a porrazo en la cabeza. Es una cerveza y un chupito de ginebra, que tu vas bebiendo a la vez haciendo tu mezcla; según dicen, bebida de marineros y gente algo baja, pero como no soy muy alta…

Me encantó ver La habitación , o Los comedores de patatas de Van Gogh, aunque lo más novedoso para mí fue un cuadro que Vincent le pintó a Gauguin, un retrato en el que este no aparece, y lo retrata plasmando una silla. También hubo pintura flamenca, Rembrandt, Vermeer, incluso conocí uno de los últimos museos que se han abierto en la ciudad, el Hermitage, una sucursal del Ruso podría decirse… He visitado el museo Histórico Judío, construido entre cuatro sinagogas. He paseado en barco, montado en tranvía… Por supuesto fuimos al Estadio del Ajax, para sumar un nuevo campo visitado a la lista…
Ha sido un viaje justo en tiempo, aunque como siempre quedan cosillas, como el Museo de Arte Moderno, o la Casa de Rembrandt, que estaban cerrados.


Como es costumbre, vuelvo con entradas, tickets, recuerdos materiales, fotos mentales y momentos impagables, como cuando delante de la puerta del hotel un bus estaba parado y su conductor pretendía cambiar una rueda con una cuñita de madera; lo mejor no es eso, lo más grande es que se trataba del autobús de Pajottenland, que digo yo que será un complejo lúdico, un parque temático o un club recreativo, vaya usted a saber, si en ese país la principal entidad bancaria se llama Rabobank.




Además, la lluvia, siempre ella nos acompañó un par de días, regalando días de playa diferentes; pues Holanda regala una sensación de otoño perpetuo.

Volviendo en el avión se mezclaban dos tipos de pasajeros, los nativos que volvíamos, y los nativos de allí que venían a Sevilla de vacaciones. Pensé en nuestro carrilito bici, y los ciudadanos que hacen uso de ella, que aunque muchos, nada comparable a lo de Amsterdam. Luego pensé en nuestra única línea de tranvía con un recorrido bastante corto, y vinieron a mi mente la de “trams” que había visto allí, tocando sus campanas frenéticamente para no atropellar a peatones o ciclistas; y me dio por pensar que aquellos turistas se iban a reír un rato. Claro, todo tiene sus cosas buenas y malas, pues son incontables las catenarias que allí hay, y a nadie le parece que hagan feo, aunque desde luego, si allí saliera La Carretería, a ver como lo arreglaban.

Cuando preparaba aquella guía de la ciudad, antes de que todo comenzara, se cruzó en mi camino una frase de José de Vasconcelos, “Un viaje se comienza con inquietud y se termina con melancolía”, y yo, una vez más puedo decir, que pocas sentencias hay tan ciertas como esta.

martes, 18 de agosto de 2009

Parón obligado



Hay formas tontas de que ocurran las cosas, hay días que parecen estar gafados de principio a fin, no paro de pensar que mejor no haberme levantado, aunque me consuelo pensando que no es nada, y busco lo positivo.
Resultó que andaba de esa ridícula manera que está entre el andar deprisa y no llega a ser carrera; tropecé de forma tonta en algo que ni se podría considerar escalón y caí. Se truncó la cita pendiente, que era un entierro, y Mer me llevó a “Urgencias”. Odio ir, porque no me gustan los hospitales y porque se tarda mucho, pero me dolía tanto que no había mejores opciones. Hasta el momento que me subieron a aquél carrito, continuaba repitiéndome el mismo mantra: “No habrá mucha gente, la gente no se pone mala en Agosto”. La verdad es que no iba desencaminada del todo, gente había pero no he tardado mucho, la verdad. No ha sido una visita muy desagradable, mientras me registraba una celadora me raptó y yo no entendía nada, y le pedía que me dejara dar mis datos, pero ella sólo quería que me tranquilizara. Al final me devolvió al mostrador cuando una compañera le dijo: “¡Esa no! La que necesita una camilla está ahí fuera…” Por cierto, hoy entendí mejor que nunca aquello que siempre dicen los usuarios de sillas de ruedas, esos mostradores altos son muy desagradables, te cuesta llegar para entregar cualquier cosa y no ves apenas a quien te atiende. Una línea naranja después llegué a una sala dónde una médico muy simpática me preguntó que me pasaba y me puso una pulserita de “todo incluido” para que no me faltara de nada allí, salvo aquellas cosas a las que soy alérgica y podrían causarme una muerte agónica. Una línea azul más tarde me vió otra médico más simpática que la primera, y eso que tocó justo en el sitio que me dolía y no me hizo ya tanta gracia… Tras una radiografía y una nueva visita a la médico simpática II me han vendado y me han dicho que en una semana no me mueva mucho. También tengo que procurar tener el pié en alto estos días, así que aquí me hallo, ocupando dos sillas, una para mí y otra para lo que Mer ha denominado “esguince gordo”; cierto es que alguna vez me había pasado y esta vez me dolió mucho más; tontería de grado dos puede que sea su nombre científico. Por supuesto es lo mejor dentro de lo malo, no tengo nada roto, no llevo un yeso en Agosto, que tiene que ser una penitencia buena, pero no sé, será esta sensación de inutilidad que tengo, que no me agrada. Llevo toda la tarde reposando, que es un poco como no hacer nada, doliéndome cuando ando y aún no me quité la pulserita del hospital. A mi madre le recuerda a cuando recién nacida llevaba una así en el tobillo para que no me robaran o me cambiaran por otra, y considero que además de ser un parecido extraño, la cosa sería para darle vueltas un rato…
Bueno, lo mismo retomo la escritura en condiciones y en varias facetas, y hago un post de Amsterdam, incluso respondo a los comentarios de los dos últimos, que ya me vale… Algo bueno habrá que sacarle a esto.


Este post es diferido por no haberse podido publicar ayer. Actualmente tengo un carrito para que me saquen a pasear, a ver como resulta…

domingo, 9 de agosto de 2009

En el río Amstel


Siento ganas de ducharme vestida. Siento ganas de escribir a raudales y no sé de qué… Tengo ganas de morder y de mandar una playa desierta solo para mí, quiero no sentirme mal por ciertos arranques egoístas… Me encantaría que me entendieran sin hablar y no pensar que no estamos preparados para el apagón digital… Estoy harta del vecino de arriba, y lamento acordarme tanto de todos y cada uno de los miembros de su familia (difuntos y no).
Hasta aquí es normal, eso, lo de siempre; aunque en estos días tengo una motivación nueva. Ando aprendiendo que “kerk” es iglesia, y “dam” presa o dique; “hola” se dice “dag”, “si” es “ja” y beber “drinken”. A palabras sueltas aprendo algo de flamenco, y no hablo de bulerías precisamente. Mañana (ya hoy) por a algunos o algunas bien lejos… Me gustaría echar de menos a cierta gente, ciertas cosas. Quiero pasear sin que se me acabe el camino… Me gustaría hacer todas esas llamadas pendientes, beberme todas esas cervezas pendientes… No tengo ganas de aguantar y ponerle buena cara a los ratos incómodos. Busco sombra, silencio y zumos de Faborit que aquí no hay.
Mañana por la mañana parto para Amsterdam; no son muchos días, pero a mí me valen. Las rutinas no son sólo de trabajo y autobuses, se componen al fin y al cabo de monótonos ritos, y es soplo de aire cualquier cosa que te saque de ellos. Así que mi últimamente “irregular” blog, se queda desprovisto de tutora, pero como tiene vida propia, y casi subsiste por sí mismo, imagino que se las arreglará en mi breve ausencia, mientras esquivo bicis, contemplo la “Noche de ronda” o como sándwiches.
Prometo que a mi vuelta, intentaré darle algo más de vida a este rincón.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...