miércoles, 1 de octubre de 2014

Prisioneras de guerra

   Se fue como si tal cosa, sin darle importancia alguna... Parecía que al día siguiente nos íbamos a volver a ver, parecía que aquello no era lo que era... A ninguna en realidad nos gustan las despedidas y por eso aquella se quedó muy lejos de cumplir el protocolo que un adiós impone.
   Sería hipócrita decir que era mi mejor amiga, por desgracia nunca hemos tenido tiempo de emprender esa tarea, pero es de esas tres o cuatro personas que conoces en la universidad que sabes que ya van a estar contigo por siempre, o al menos por mucho tiempo. Curiosamente solo fuimos compañeras de dos asignaturas, puede que las dos peores de la carrera, pero tal vez eso fué lo que nos unió... Entre teoría y práctica, esas dos materias llenaban solitas toda una mañana, que si no recuerdo mal, era la de los miércoles. En cierto modo eso pudo generarnos "el síndrome de los prisioneros de guerra", un lazo afectivo que surge con otra persona que comparte contigo una situación extrema, salvando las distancias.
   Después de aquello ya he dicho que no surgió la historia de comedia made in USA
a lo "mejores amigas del mundo mundial", pero no volvimos a perder el contacto. Un twitteo de risa, algún whatsapp, alguna llamada, un ratito de charla cara a cara... Siempre nos falta tiempo, siempre hay demasiadas cosas que contarse, siempre tengo la sensación de que merecería la pena ajustarse la vida de otra forma para pasar más tiempo con gente como ella...
   Pensar y escribir en esto último me genera una tristeza especial... Hace ya un puñadillo de semanas, un domingo volvió a pasarme lo que suele pasarme mucho últimamente; no estaba donde debía o por estar donde debía no lo estaba donde quería o algún silogismo de este calibre. La cosa fué que no pude ir a la fiesta oficial de despedida, donde todos los que la quieren, que no son pocos, estaban reunidos para decirle adiós.
   Ella, que nunca me hace un reproche aunque sea en broma, no me afeó esto y simplemente, a la semana siguiente, justo el día antes de su partida, en una maniobra casi suicida, se cruzó Sevilla a la peor hora en transporte público para venir a mi casa y decirme que no le gustaban las despedidas y que esto sería un hasta luego, porque el luego será cuando vaya a verla al Norte de Francia donde ahora está.
   Otra aventurera de estas de las que habla el gobierno. Gente que por simple espíritu intrépido deja a su familia, sus amigos y su vida en general para irse a un sitio donde se pondrá de nieve hasta las pestañas y cobrará el sueldo digno que en España cada vez es más inusual. Para colmo, debe ser más arriesgada que nadie, pues le teme a los aviones, pero imagino que forma parte de la historia superar algunas adversidades... Para no perjudicarla en esto, me callé que yo, que no temo a los aparatos volantes, sólo pasé miedo una vez en uno de la compañía con la que ella viajaba. Ahora que está allí puede leerlo.
   Y así se separan un poco más nuestros caminos, con la guerra diaria de vivir en un mundo en crisis de demasiadas cosas. Pero" los prisioneros de guerra" conservan su unión para siempre, las prisioneras compañeras te despiertan con una foto de un bar alucinante donde saben que disfrutarías o en otra versión de despertador, se acuerdan de la fecha de admisión en masters que para tí era importante... Y cada vez que hablamos y el mundo parece algo más pequeño, y Francia no deja de ser la vecindad de al lado, me reafirmo en mi teoría de que no vamos a separarnos, porque siguen las luchas y las guerras cotidianas del tiempo que nos ha tocado en suerte, con Bolonia, con el B1, con sueños y pesadillas... y eso no es soportable si no tienes a cierta clase de gente contigo.
      


Bonne chance, cher ami. 
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