miércoles, 5 de enero de 2011

El terceto


Hace tres años, tal día como hoy, la primera entrada de este blog llevaba unas horitas colgada.
Me quejo extrañamente de cumplir años, del paso del tiempo cruel que no perdona a nadie ni a nada. Me quejo porque a veces tengo tendencias masoquistas o algo así, me quejo con razón a medias por esa relación amor-odio con el pasar de los segundos, los minutos, las horas y sus infinitos múltiplos.
Este rincón, como tantos otros, es un medidor de tiempo, de sentimientos, experiencias y emociones. Es un batiburrillo de todo lo anterior, estratos de ceros y unos que muestran un corte vital que a veces es colorido y otras muy gris.

Y tal día como hoy, que más bien es ayer, comenzó una andadura que algunos catalogan de egocéntrica, pues todo blog en cierto modo conlleva un exhibicionismo.
No me arrepiento de haber pegado el salto a la blogosfera, dudo que alguna vez me arrepienta.
Valoro todo lo que aprendo aquí, de los demás y de mí misma, pero ya no es el primer aniversario, ni el segundo, y suena reiterativo volver a escribir esto…

Pero este año podríais perdonarme una descortesía, una concesión. He conocido personalmente a muchos blogueros, muchos excelentes personas y con otros he tenido menos conexión, sería mentira decir lo contrario… Pero dentro de los primeros, hay un grupo que para mí es especial, lo dicho, descortés nombrar a uno y no a otros, pero Du Guesclin, Moe de Triana, El callejón de los negros, El Aguador de Sevilla, y Zapateiro dejaron de ser ellos para ser Sergio, Álvaro, Antonio, Ramsés y Rocío. Personas enormes que había tras una pantalla, gente que se casa, o ya lo está, gente con hijos o que los tiene en camino, gente que sufre por amor y por desamor, que se lleva palos y alegrías, que trabaja mejor o peor, que tiene problemas y momentos grandiosos, que buscan el lado bonito de la vida, la risa, el llanto, la imagen que debe guardarse en el archivo del recuerdo. Lo dicho, he conocido mucha gente excepcional, pero hoy, que ya es ayer y aún no es mañana, yo he querido referirme a ellos.

Y esto sólo empieza, ya hemos arrancado el cuarto año de vida en el tejado, el camino no cesa, como esas carreteras que me gusta fotografiar desenfocadas desde el coche.
Una vez me dijeron que las cosas se acaban porque o se aburre la tonta o se acaba el camino. No sé si esta senda tiene un fin, no lo veo, y a esta tonta le queda cuerda para rato aunque a veces no lo parezca.
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