miércoles, 21 de diciembre de 2011

Y como cada año…



Aunque ya empiece a sonar a tópico, no soporto la Navidad y cada año me cuesta más aguantar el tirón de las fiestas. Todos los años intento mimetizarme con el ambiente y demás, pero me cuesta bastante estar feliz y contenta porque sea imperativo categórico. Pese a todo, todos los años intento dejar aquí alguna felicitación, buenos deseos y blablablabla… No es que no os desee cosas buenas, pero lo dicho, es que esta imposición de la bondad no va conmigo.
El año pasado me quedó una felicitación entretenida, con alguna pinceladilla de humor autonómico e internacional, y unos gatillos, que nunca están de más aquí. Pero claro, usé todos mis recursos en aquella entrada, y ahora no se me ocurre nada.
Incluso hoy, que está cerca el día de la Lotería de Navidad, caigo en la cuenta de que ni intenté venderos algo este año, como sí hice en otras ocasiones. En mi casa parece que queremos salir de pobres a marchas forzadas, y este año puede que llevemos más décimos que nunca; aunque ya se sabe que este sorteo tiene más de tradición que otra cosa… Pensando en todos esos décimos que mi madre custodia me he acordado de aquél momentazo de “Friends” y me río yo sola al pensar que pudiera pasarnos eso.

Comencé diciendo que no tenía los vídeos chulos del año pasado, al menos chulos a mi criterio, pero os dejo en su lugar a Manuel Lombo cantando en la Catedral de Sevilla uno de mis villancicos favoritos, de hecho, admito que los villancicos, en determinados momentos y bajo determinadas versiones no me parecen tan terribles… La repetición de los peces bebiendo en los centros comerciales me hace tener pensamientos suicidas, no puedo evitarlo.

Si sois como mi amiga Rocío, que no soporta a Lombo, la entrada casi ha terminado para vosotros. Si por el contrario os gusta, pongo aquí otro villancico de propina.





Espero que paséis unos buenos días en compañía de los vuestros, que no gastéis mucho y que comáis y bebáis como si no hubiera un mañana; y no os hagáis muchos propósitos para 2012 que luego cuesta cumplirlos y es una forma tonta de mortificarse, además, diversos signos como los terremotos, los tsunamis y el nuevo disco de Pitingo me hacen pensar que lo mismo no es mentira eso de que se acaba el mundo este año…

lunes, 12 de diciembre de 2011

Cuando la vida ofrece poco el blog ofrece menos


Estoy hecha una perra, una de esas perras que no actualizan su blog, claro que los cánidos, ni femeninos ni masculinos tienen pulgares o dedos capaces de mecanografiar.
No actualizo por flojera, por falta de una vida y unos pensamientos interesantes y porque a veces me encorseto yo sola. Me gusta pensar que no publico cosas del todo vacías, claro que esto no es la Enciclopedia Británica, ni lo pretende, pero a veces, a la hora de pensar un post me autoexijo que tenga cierta enjundia… Total, una mierda y un círculo vicioso en el que me meto yo sola y que no lleva a ningún lado, o simplemente a que pasen los meses y la madre de Jane y Michael se quede ahí plantada en su canción reivindicativa… A saber que habría cantado la mujer de haber visto proclamado presidente a un sujeto como Mariano…
Tal vez mi vida y mis pensamientos fueran mas interesantes si fuera esa vividora cuasi alcohólica, viajera y escritora que desde hace muchos años quiero ser… Pero con los pies en la tierra, eso no es una profesión, a no ser que seas aristócrata, pero para eso hace años que no salen unas buenas oposiciones. Dándole vueltas a eso me acuerdo de una entrada pelín moñas que publiqué hace ya tiempo; un post que hablaba de como y cuando elegir una profesión.


Es complicado a veces determinar que se quiere ser en la vida, ser en un término laboral, y llegar a ello no es fácil. Le doy vueltas a una preocupación ajena, un amigo con un familiar que anda extraño, con una conducta rara. Me lo cuenta y me parece que todo eso es la consecuencia consciente o inconsciente de un rechazo, de que él rechaza parte de su vida. Tiene una novia que parece la chica perfecta y estudia una carrera que a mí me parece interesante. Su círculo de amigos no anda mal, su familia le quiere… En esta perfección sobre el papel algo debe estar equivocado, algo no cuadra, algo que su familia desconoce y que yo, que no soy psicóloga, no llego a comprender. Es complicado saber que quieres ser, profesionalmente y a todos los niveles. Sigo dándole vueltas a todo y a nada, pienso en lo que me rodea y los que me rodean, y estos días está muy presente Miguel, este Miguel; uno que sí que tiene el blog abandonado, pero claro, su excusa es de órdago. Miguel ya es un escritor publicado, con un libro que tiene portada y páginas, como los libros de verdad, un libro que está en estanterías junto a otros libros, y se vende y se regala… En la entrada que cité antes decía que yo siempre había querido ser escritora, pero que a temprana edad me dijeron que eso no era una profesión. Puede que sea cierto y no lo sea, la profesión de Miguel es otra de hecho. Puede que sí lo sea y esté al alcance de pocos. Puede que simplemente sea una forma de sentir la vida, de contarla y vivirla. Tal vez no sólo es importante saber que se quiere ser a nivel laboral, hay que saber que se quiere ser en otros ámbitos para conseguir un equilibrio y eso es lo que hace que el chico del que hablaba no ande del todo en su centro.
Lo dicho, me gustaría que mis entradas tuvieran cierta enjundia, pero nada puede hacerse cuando el año se acaba y los balances se te empiezan a echar encima. No se puede hablar de algo cuando todo y nada te da vueltas en la cabeza. Es complicado contar cosas interesantes cuando tu último mayor vicio ha sido unirte al fin a la comunidad twittera; más vale tarde que nunca.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Mary Poppins – Vota la mujer



Es curioso cómo sin saberlo, las películas nos enseñan tanto, aunque seamos muy pequeños, aunque sean comedias musicales infantiles.
Llevo varios días sin parar de canturrear esto. Con tres o cuatro años, cuando veía Mary Poppins casi a diario, me encantaba cantar y bailar esta canción, con una gran coreografía en que me subía por el sofá y las sillas, cosa que se propiciaba al estar mis progenitores durmiendo la siesta o en cualquier menester que me dejaba disfrutar a solas de mi preciado vídeo VHS.
Evidentemente no entendía mucho nada de lo que decía, pero tenía algo… Ese arranque, y el conseguir que sus gruñonas sirvientas se unieran a ella en la canción… Pero lo dicho, no entendía nada, yo era de una generación muy diferente, no se me ocurría pensar que reclamara el derecho a votar, ya que en mi casa votaban todos menos yo, e incluso, cursi como era, no podía entender del todo que quisiera llevar pantalones, teniendo unos vestidos tan bonitos.
Pero aquello sin saberlo me influyó, de hecho, tengo una postal de las primeras sufragistas inglesas en la cabecera de mi cama, en su marco y todo, como si fuera una foto de mi abuela.
Para redondear la casualidad, o lo inevitable, hoy, jornada de reflexión, 19 de Noviembre, se cumplen 78 años de las primeras elecciones en que las españolas pudieron votar. Antes había habido amagos, derecho a votar para mujeres no sujetas a otra potestad, como padre o marido por ejemplo, o absurdas incoherencias en que las mujeres podían ser elegibles pero no electoras…
Seguramente tal día como hoy, muchas mujeres se sintieron plenas en derechos, aunque también hay que reconocer que muchas mujeres tenían problemas más importantes y su derecho al voto era algo secundario. Sea como fuere, siempre que llegan elecciones me posee el mismo sentimiento, la alegría de saber que puedo elegir en cierto modo, que puedo ejercer un derecho que mucha gente murió sin disfrutar. Luego vendrán las quejas, los políticos parásitos y la “democracia secuestrada” que dicen algunos. Pero hoy, mientras llueve a cántaros yo sigo canturreando esta canción: “…y nuestras dignas sucesoras, cantarán al ser mayores, ¡por ti vota la mujer!”

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Emma – Jane Austen

La señora Bates, viuda de un antiguo vicario de Highbury, era una señora muy anciana, incapaz ya de casi toda actividad, excep­tuando el té y el cuatrillo. Vivía muy modestamente con su única hija, y se le tenían todas las consideraciones y todo el respeto que una anciana inofensiva en tan incómodas circunstancias puede suscitar. Su hija gozaba de una popularidad muy poco común en una mujer que no era ni joven, ni hermosa, ni rica, ni casada. La posición social de la señorita Bates era de las peores para que go­zara de tantas simpatías; no tenía ninguna superioridad intelectual para compensar lo demás o para intimidar a los que hubieran po­dido detestarla y hacer que le demostraran un aparente respeto. Nun­ca había presumido ni de belleza ni de inteligencia. Su juventud había pasado sin llamar la atención, y ya de edad madura se había dedicado a cuidar a su decrépita madre, y a la empresa de hacer con sus exiguos ingresos el mayor número posible de cosas. Sin embargo era una mujer feliz, y una mujer a quien nadie nombraba sin benevolencia. Era su gran buena voluntad y lo contentadizo de su carácter lo que obraba estas maravillas. Quería a todo el mundo, procuraba la felicidad de todo el mundo, ponderaba en seguida los méritos de todo el mundo; se consideraba a sí misma un ser muy afortunado, a quien se había dotado de algo tan valioso como una madre excelente, buenos vecinos y amigos, y un hogar en el que nada faltaba. La sencillez y la alegría de su carácter, su temperamen­to contentadizo y agradecido, complacían a todos y eran una fuente de felicidad para ella misma. Le gustaba mucho charlar de asuntos triviales, lo cual encajaba perfectamente con los gustos del señor Woodhouse, siempre atento a las pequeñas noticias y a los chismes inofensivos.
La señora Goddard era maestra de escuela, no de un colegio ni de un pensionado, ni de cualquier otra cosa por el estilo en donde se preten­de con largas frases de refinada tontería combinar la libertad de la ciencia con una elegante moral acerca de nuevos principios y nuevos sistemas, y en donde las jóvenes a cambio de pagar enormes sumas pierden salud y adquieren vanidad, sino una verdadera, honrada escue­la de internas a la antigua, en donde se vendía a un precio razonable una razonable cantidad de conocimientos, y a donde podía mandarse a las muchachas para que no estorbaran en casa, y podían hacerse un pequeña educación sin ningún peligro de que salieran de allí convertidas en prodigios. La escuela de la señora Goddard tenía muy buena reputación, y bien merecida, pues Highbury estaba conside­rado como un lugar particularmente saludable: tenía una casa es­paciosa, un jardín, daba a las niñas comida sana y abundante, en ve­rano dejaba que corretearan a su gusto, y en invierno ella misma les curaba los sabañones. No era, pues, de extrañar que una hilera de a dos de unas cuarenta jóvenes la siguieran cuando iba a la iglesia. Era una mujer sencilla y maternal, que había trabajado mu­cho en su juventud, y que ahora se consideraba con derecho a permitirse el ocasional esparcimiento de una visita para tomar el té; y como tiempo atrás debía mucho a la amabilidad del señor Wood­house, se sentía particularmente obligada a no desatender sus invi­taciones y a abandonar su pulcra salita, y pasar siempre que podía unas horas de ocio perdiendo o ganando unas cuantas monedas de seis peniques junto a la chimenea de su anfitrión.

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No voy a descubrir a estas alturas de la vida a Jane Austen, pero ciertamente a veces me admira como en trazos aparentemente simples se mezcla la sensibilidad, la inteligencia y la ironía, todo rematado con historias de amor y finales felices…
Personajes que siglos después, me parecen hasta fácilmente reconocibles.

jueves, 27 de octubre de 2011

Bordeaux



Mi querido Eres_mi_cruz ya me avisó de cuanto podría gustarme Burdeos y sobre todo el Garona. Tenía razón, el Garona es un señor río.
La ciudad no es ni grande ni pequeña, está limpia, bien comunicada y llena de vida. Los tranvías pueden llevarte a casi cualquier lugar, y donde ellos no llegan te lleva algún autobús. De hecho, ahora mismo poseo una tarjeta de transporte urbano que me reconoce como habitante de la ciudad, ya que mi amiga, anfitriona y Erasmus, me puso el domicilio de su residencia. Es una
picaresca a medio camino, ya que podía haber optado por colarme sin pagar, o sacar la tarjeta de visitante, que valía diez euros en lugar de los ocho que pagué por la mía, con fotito y todo.

Resultó que cuando llegué, según mi amiga sevillana había “una feria”, según un compañero vasco suyo, “sólo eran unas barracas”. Resultó que lo que había en la Explanade des Quinconces era lo que aquí sería “la Calle del Infierno”, esto es, “cacharritos” en sevillano, y atracciones en español, que luego resulta que no se nos entiende. Bueno, pues había atracciones, tómbolas, puestos de gofres… Muy surreal, ya que los personajes típicos son igualitos, solo que las carajotadas de la tómbola las dicen en gabacho, pero por lo demás, igual, con la excepción de l
os algodones. Hay algodón de azúcar de cocacola, de pistacho, de limón… de unas quince cosas o así, y… ¿de qué me lo compré yo? De fresa corriente y moliente… soy idiota, pero me asustaba la innovación…
La noria también era algo diferente, más insegura que la que yo he visto por aquí, menos rejas y medidas de seguridad, como en las atracciones de antaño, donde si te la pegabas, mala suerte… La cosa es que ese paseo en noria propició grandes fotos de la capital del vino.


Básicamente, Burdeos me ha parecido un ejemplo en muchos sentidos. Ejemplo de conservación arquitectónica, sus edificios y fachadas preciosos y monumentales, aunque la salvedad casi fue la más decepcionante para mí, la casa donde murió Goya está demasiado moderna para mi gusto, pero bueno, no podía ser todo perfecto. Me encantó el Pont de Pierre pese al caos que había en él, gran trasiego de peatones, ciclistas y coches. También me gustó mucho el Teatro Víctor Louis con sus nueve musas y sus tres diosas. Me encantó la Victoire, la calle Saint Caterine y todo su centro peatonal repleto de tiendas. También hay que destacar la catedral de Saint André y algunas iglesias que todos pueden buscar por internet, y si tienen suerte, en alguna guía. Digo lo de la suerte porque yo guía no encontré, pero bueno, confeccioné una con la red de redes. El caso es que nadie me avisó de que me maravillaría la grandeza del edificio donde está el Museo de Aquitania, o que una vez más volvería de un viaje sin ver algún museo, el de Bellas Artes permanece cerrado este mes… Aún no sé qué hacía allí un carrusel cercano a la Plaice de le Comedie, aunque corrí hacia él como una niña. La sorpresa del Museo de Arte Contemporáneo, con raras instalaciones incluido el experimento de “La cárcel de Standford”, más impresionante que en los libros… Aunque personalmente yo habría deseado un poco más de Magritte y un poco menos de pintura de dedos…
El agua de la fuente de Las tres Gracias estaba rosa, en solidaridad con el cáncer de mama, por lo visto en junio la ponen color burdeos en honor a la fiesta del vino.
Pero puede que sin lugar a dudas, lo que en cierto modo más me gustó fue esto:




No es la ciudad más famosa, ni la más grande. El aeropuerto es una quinta parte del de Sevilla, que no tiene un tamaño muy allá; pero quizás todo esto le aporta más encanto. Es una ciudad limpia, donde los franceses son amables lejos de tópicos. La calle está repleta de vida, el transporte es barato y comer y beber, algo caro. El sol, más bajo que en mi tierra, baña por igual el gótico y el Art Nouveau, el agua es un juego y una gozada; los edificios se adaptan al estado de ánimo de cada cual, y dispones de un gran río al que lanzar pensamientos que la corriente deba llevarse.
Me ha encantado este rincón del mundo que recomiendo visitar encarecidamente, al fin y al cabo, ya lo decía Víctor Hugo en la entrada anterior, una deliciosa mezcla entre Amberes y Versalles, un lugar que a veces recuerda a Londres, otras simplemente a Burdeos, merece al menos una vez en la vida, una visita.

lunes, 10 de octubre de 2011

Y ahora, Burdeos



“Tome Versalles, añada Amberes y tendrá Burdeos”

Victor Hugo

Me encantó esa cita nada más encontrarla en la red de redes, o tal vez ella me encontró a mí. Expliqué hace poco mi rara aversión parisina, por lo que no conozco el célebre palacio, pero Amberes… ¡ay Amberes!

Por otro lado, los fluidos tienen algo interesante en todo esto. Tal vez sea por ser de una ciudad con río, y por lo que yo he disfrutado el Guadalquivir, por lo que me gustan tanto. el nombre Burdeos viene del francés “au bord de l'eau”, y luego está el otro líquido, claro, el que tiene el colorcito del nombre de la ciudad… El Garona y el vino son grandes atractivos para mí, pero creo que esta ciudad que a veces resulta algo desconocida, va a encantarme. Espero visitar la casa donde murió Goya y un par de museos que tienen muy buena pinta.
En fin, mañana hay huelga de transportes según creo, tengo una tremenda suerte a veces, pero espero ir a todas partes en tranvía, transporte imperante en la ciudad.

Como ya hice otra vez, adorno este viaje con el recuerdo de otro, y aquí dejo un vídeo belga; al fin y al cabo, queda entre francófonos todo….

lunes, 3 de octubre de 2011

La Garnacha



A veces, en mi caso un puñado de ellas, un bar te enamora. También es cierto que muchos bares te decepcionan, pero no voy a entrar hoy en eso. Hoy toca recordar a un bar que fue un amor de verano; un verano que se agotaba para mí a orillas del cantábrico. Era la primera vez que recorría aquellas tierras, aunque por suerte, no fue la última. Pero volvamos al bar. Atardecía en San Vicente de la Barquera, “más bonita que ninguna de las villas marineras”, que dice la canción. Íbamos ya pensando donde cenar en aquella, nuestra primera noche en ese pueblo, y como cantaba Serrat, “fue sin querer, es caprichoso el azar…” y allá que pasamos todos, sin querer pasar, y la vimos y seguramente, aquella vinatería nos vio… La Garnacha. Y luego, como pasa cuando te enamoras, no sabría decir exactamente qué era lo maravilloso, no podría describir bien ese local amaderado, la pintura mural de la pared, la gente que atestaba el sitio, la variedad de vino que se desplegaba ante nuestros paladares… Era todo a la vez y nada de eso… Sus magníficos quesos, esas croquetas, iguales a las de “El Rinconcillo” pero mucho más grandes, o la especialidad, “Patatas Garnacha” que no es otra cosa que patatas alioli con taquitos de jamón… era un cúmulo de prendas que aumentaban la conquista. Incluso me cautivó uno de esos detallitos de complicidad, aunque fuera unilateral. Un tipo, con algo de chulería, fue a pedirle una cerveza al camarero de la barra, y se indignó de que no hubiera Mahou. Esto para empezar me extrañó, yo suelo indignarme por todo lo contrario, cuando voy a un bar y sólo hay Mahou me llevan los demonios; y me parecía incomprensible que aquél fulano quisiera beber semejante mejunje por voluntad propia, pero bueno, allá cada uno con los castigos que le infringe a su cuerpo. Lo grande para mí es que no la hubiera, un toque de distinción me pareció aquello.
Después de esta primera noche, no pudimos volver al bar; los días fueron frenéticos, de acá para allá por todos los caminos que nos daba tiempo a recorrer, y las noches eran para comer algo rápido en el apartamento y dormir.
Este verano volvimos a San Vicente de la Barquera, y por extensión, almorzamos en La Garnacha. Tenía algo de miedo; al fin y al cabo, el amor de una noche veraniega puede ser sólo eso. Podía ser un sitio menos impresionante pasado un año y a la luz del día. Pero nada de eso, hasta mi hermano, que a veces es puñeterillo, quedó prendado del sitio. Con el tímido sol entrando por las estrechas ventanas, con el bar bastante más vacío que la vez anterior, con temas de M.Clan sonando uno detrás de otro sin parar, me convencí de que la primera impresión no había engañado; seguía siendo un gran bar en el segundo mejor pueblo del mundo, en mi escala personal. Y para colmo, como si lo hubieran ensayado, llegó un hombre que pidió una cerveza, y al ver la Heineken preguntó si no había Mahou. Por supuesto, no la había.

martes, 13 de septiembre de 2011

Y a estas alturas, un poco sinestésica








No sé si algunos tendrán paciencia o tiempo para ver los vídeos, o si alguno vio en su día el programa, pero lo quería colgar porque creo que explica mejor de lo que lo haría yo esta entrada.


Sé que desde pequeña me ocurre esto, incluso me atrevería a decir que en aquél tiempo me ocurría con más intensidad, imagino que una mente infantil está más dispuesta a dejarse llevar. Muchas veces lo comenté, y además de conseguir algunas risas, pensando que era otra ocurrencia de las mías, nadie parecía compartir esa rara sensación de colores que acompañaba a las palabras en mi mente, sobre todo a los números y los nombres propios; algo que resultó deberse a mi cerebro sinestésico. Por lo que he visto en el vídeo, lo mío no tiene tanto alcance como en otras personas, pero sí que encuentro muchas características de las que se describen en mí misma.

Realmente todos poseemos esa capacidad de asociación, todo el mundo podría decir si un número es de tal o cual color, la textura que se asocia a determinados olores, la forma de una melodía, etc. Pero la espontaneidad, el que surja, que no lo tengas que pensar para que tu cerebro se llene de colores con determinadas cosas, como me pasa a mí, es lo que lo hace ser sinestésia. Y no sólo colores, gustos, olores, formas táctiles… yo no llego a tanto la verdad, aunque no me quejo, la sinestesia generalmente, si es muy fuerte, si entrelaza demasiados sentidos puede provocar algunas descoordinaciones, y eso ya es lo que me faltaba…

Muchos artistas han sido sinestésicos, modestamente no aspiro a esa grandeza, pero sí es cierto que el entender ahora porqué para mí el cuatro siempre ha sido azul, la palabra escalera marrón, o mi propio nombre, Mercedes, es blanco, me hace como más confiada, como si al fin descubriera que no era alguna neura de las mías y todo correspondiera al fin a una explicación basada en las neuronas espejo. Lo de los colores asociados a veces trae algún problema menor. Si dos nombres propios o apellidos poseen el mismo color es probable que los confunda, como me ocurre con Jorge y Sergio, ambos color sepia… Si es una cifra, peor… Aunque con los años intento prestar atención para que esto no me pase… Redondeando la paranoia, la diferencia la establece el matiz del color. Jorge es un tono más oscuro que el color sepia de Sergio, vamos, una locura en realidad.


Tal vez a muchos os pasa y nunca os parasteis a pensarlo, al fin y al cabo, dicen que uno nunca acaba de conocer a las personas ¿por qué iba a ser diferente con uno mismo?


Y a todo esto, sigo asombrándome de cómo alguien tan erudito como Punset, ha acabado anunciando pan de molde en un spot tan surreal como aquél de José Coronado comentando con tres tías que había en su cocina, así como quien no quiere la cosa, su regularidad a la hora de hacer aguas mayores… Qué mundo este…

viernes, 2 de septiembre de 2011

September




Septiembre es un mes muy raro. En la película ”Tienes un e-mail”, el personaje de Tom Hanks cuenta en uno de sus correos cuanto le gusta la llegada del otoño, y como eso le hace desear comprar cosas para el cole. Yo he deseado en serio una caja de Alpino que mi madre ofreció comprarme en broma… mi ramillete de lápices de colores bien afilados, como los que él prometía en la película. He extrañado comprarme la mochila, y mal que me pese, probarme el uniforme. Llegué a odiar tanto las faldas de tablas que casi me quema escribir que echo de menos no tener que pensar cada día que debo ponerme, aunque la opción fuera el poco favorecedor uniforme…
Septiembre es raro. Recuerdo que la última vez que fui a Roma nuestro viaje acabó el 1 de Septiembre. Ese pequeño cambio hizo que esa ciudad maravillosa y llena de turistas, se transformara aquella mañana en una ciudad llena de trabajadores, padres, madres y niños de uniforme que arrastraban mochilas con ruedas. Aquí el curso no empieza rigurosamente el 1, pero no importa. Es otra cosa, la actitud, el carácter del mes. Es una especie de Año Nuevo, un momento en que todo se reinicia y hay propósitos, retos y todo eso. Apenas comienza Septiembre y yo ya creo que seré incapaz de cumplir mis propósitos, y lo peor es que tampoco me frustra tener ese pensamiento…
Por otra parte, la vuelta al cole pierde su encanto. Me da una pereza increíble volver a la facultad, seguramente porque tengo la sensación de que acabé hace dos días… Eso sí, agradezco a la UPO que aboliera los exámenes de Septiembre. Las recuperaciones fueron en Julio, salvé bastante los muebles y hoy por hoy, sería incapaz de meter la cabeza entre el Condicionamiento Clásico y las características de la Formación no reglada. Pero parece raro un Septiembre sin exámenes, igual que lo es sin uniforme ni mochila nueva para mí; sólo mi maletín gris y seguramente, rutina de vaqueros…
Septiembre es algo cutre. Los kioskos se convierten en unos extraños mercadillos con minerales, libros, coches desmontables, huertos, abanicos, rosarios, lienzos, pinceles, barcos de guerra, cursos de inglés…
Septiembre es muy, muy raro. En Sevilla el verano se alarga estrepitosamente, incluso creo que es el cambio climático, o la nostalgia, o los dos a la vez, porque recuerdo septiembres fríos cuando era niña. Pero lo dicho, se trata de un mes rarísimo, y desde ayer llueve y truena como si el mundo se acabara… Dicen que la lluvia se marcha en unas horas… porca miseria, con lo que estaba celebrando yo este principio colosal…
Septiembre, pese a ser extraño, es imprescindible. Cuando este mes pase, ya sabré mi horario de clases, sabré con que compañeros continúo, a que profesor odiar…
“September”, según mi amigo Antonio, es la peor película de Woody Allen… Yo creía que ese título lo ostentaba “Celebrity” o “Todas dicen I love you”, pero, maldita sea, no puedo discutírselo, no he visto esa peli…
Septiembre… que mes…

domingo, 7 de agosto de 2011

Bélgica





PREFACIO

Me llevé el netbook para descargar fotos, para escribir cada día lo ocurrido y que no me pasara como siempre, que vuelvo a casa tras un viaje sin ordenador con la cabeza repleta de información mezclada que parece que se me va a borrar de un momento a otro; pero nada, intento inútil. Estábamos tan poco tiempo en nuestra casita del Sablon, y con tanto cansancio en esos ratos, que apenas miraba el correo y alguna red social, nada más. Hice el intento de ponerme a escribir pero parece que no era el momento o algo, porque nada llegaba a buen puerto y era borrado. No sé si debería probar con una grabadora “tomanotas”, lo mismo resultaba más efectivo.
Ahora ya estoy en casa, bajo el calor sevillano, cansada, con los horarios al revés, pues acabamos acostumbrándonos a nuestra vida belga, almorzando pronto y poco, cenando por la tarde, cosa que era muy efectiva ya que era la mejor forma de levantarse a buena hora, esto es, temprano, para coger trenes y recorrer un país que me ha gustado mucho más de lo que pensaba cuando me fui. Recorrer el país tal vez es exagerado, evidentemente aún quedan ciudades y pueblos que seguro me habrían encantado, pero nunca pienso que no voy a regresar a los lugares de los que me enamoro.
Ahora me enfrento a esta entrada, y no sé como lo haré, si en varias entregas o en una sola e interminable; no sé como la fragmentaré ni si conseguiré llevar algún orden. Como siempre, no es una guía ni nada parecido, son mis impresiones, mis sensaciones, y están condicionadas por mi estado de ánimo o mi propio gusto; así que haber que sale de todo este batiburrillo…

AEROPUERTOS Y VUELOS

Siempre he dicho que no me da miedo volar; y puede que dentro de poco empiece a afirmar lo contrario. No por volar, incluso podría decir que me encanta esa sensación, pero cada vez estoy menos receptiva a la parafernalia previa a subirse al avión… Desde que me quitaron el aparato de los dientes creí que mi vida al pasar los arcos de seguridad sería mejor, pero por lo visto no. Intento cumplir con todo, incluso tengo una bolsita reglamentaria para llevar mínimas cantidades de líquido a bordo, pero por más que lo intento, no es posible para mí subir a un avión sin incidencias. A la ida pasé el arco sin pitar y sin más problema, aunque mi madre no se libró del cacheo porque ella sí pitó. Cuando me disponía a recuperar mi equipaje de mano la cola estaba detenida. Pensé que algún imbécil trataba de pasar alguna cosa no permitida, hasta que fui a echarle la mano a mi mochilita y el civil me preguntó muy serio si era mía… La imbécil rematada era yo, obviamente. Me llevó a un lado, con mi madre aún más nerviosa pensando que me dejaban en tierra o algo, y me dijo que habían visto un objeto alargado, metálico y raro: ¡El minitrípode! Mi imbecilidad era máxima, ya que haciendo las maletas pensé que no era algo indispensable y que no debería llevarlo, pues incluso me dio por pensar que se vería muy raro en el escáner, pero tonta de mí se ve que al final no eché cuenta a mis propios pensamientos y lo metí con las cosas de mano. En un gran respeto por mi intimidad y mi persona, el señor agente me dijo que sacara yo la cosa mientras le contaba todo esto. Al encontrar el objeto de la discordia le enseñé que incluso tenía las puntas engomadas, que con eso no se podía hacer daño, y él me dijo que me creía, que tenía cara de buena gente. Volvió a pasar la mochila y fin del incidente. El vuelo fue normal, salvo por la de niños revoltosos que nos tocaron en suerte. El problema no eran los niños, que al fin y al cabo eran eso, niños, el tema eran sus padres pasotas que volaban tranquilamente mientras los demás sufríamos el incordio.
Aún quedaba la vuelta, mis peripecias aeroportuarias no podían quedarse aquí, porque desgraciadamente parece que siempre tienen que pasarme a mí los espectáculos bochornosos. En el aeropuerto de Bruselas fui a pasar el arco y pité, cosa rara pues llevaba un vestido largo sin remaches ni cosas metálicas que te puedan jugar malas pasadas, me había quitado las pulseras, los colgantes, los pendientes y… tonta de mí, me olvidé un par de anillos de plata que siempre llevo. El arco imagino que estaría sensible pues en Sevilla pasé con esos mismos anillos y unos pantalones llenos de cosas metálicas y el detector no se chivó… En fin, me gané un cacheo de los de libro, no se limitaron a pasarme el detector, sino que comprobaron manualmente que no llevaba un fusil atado a la pierna. Pero ahí no quedó la cosa, pues cuando fui a por mi bolso en que llevaba las cosas justas, ni trípode ni nada, vino otro agente de seguridad para preguntar si era mío. Me pidió permiso para mirarlo, y tenía que habérselo dado también para que luego me lo devolviera tal cual, pues tras sacarlo todo, me devolvió una batea con todas mis cosas ahí tiradas, me habían sacado los pendientes de una bolsita, y creo que todo el problema era el aplicador del Lip gloss, que a pesar de ir en su bolsita reglamentaria se veía peligroso en la pantalla según ellos.
Ocurrido todo esto, recordando esos crueles años de ortodoncia donde me cacheaban cada vez que cruzaba un detector, a pesar que advertía que eran los brackets, me dio por pensar que quiero pedir los datos de esto, quiero pruebas de que sufro estas degradaciones personales por un bien mayor. Exijo estadísticas de las drogas, armas y demás cosas perjudiciales que incautan en estos controles. Quiero saber cuántos terroristas detienen en los aeropuertos, necesito que me digan la de muertes que han evitado estos controles para sentirme más útil y menos ultrajada.
Tras despotricar de todo esto, cuando ya más o menos se me había olvidado todo lo del control de embarque, subimos al avión, fila 10. Fue mi hermano el primero en darse cuenta de que tenía mucho espacio para sus largas piernas en la fila 10. Resultó que estábamos sentados junto a la puerta de emergencia. Mi madre empezó a insistir en que nos estudiáramos los iconos de cómo abrir la susodicha puerta; nosotros nos descojonábamos de esto, la verdad. Entonces apareció una azafata felicitando a mi madre en francés por su insistencia en las normas de seguridad. Luego nos preguntó que idiomas hablábamos, incidiendo en que alguno de los tres debía hablar inglés, francés o alemán por si el piloto nos daba instrucciones. En ese momento ya la risa se nos fue un poco… Yo hasta ahora no era consciente de lo que padece la gente que se sienta junto a las salidas estas en los aviones. Nos comentó que como mi madre ya había indicado, debíamos estudiarnos las instrucciones, que eso era de vital importancia. También nos quitó el equipaje de mano que llevábamos bajo las piernas y lo puso arriba, la gente que se sienta en tan comprometido sitio del avión tiene que mantener el suelo despejado… Mi hermano ya empezaba a preocuparse de que pudiera ocurrirnos algo y de tener esa responsabilidad en sus manos, ya que era quien estaba en la ventanilla, junto a la puerta de marras. La azafata cada vez que pasaba nos decía algo, y otro azafato, este ya hablaba español, vino a confirmar que nos habíamos enterado de todo… Casi temimos que nos hicieran un exámen o unas preguntas o algo. Yo incluso temí dormirme, lo mismo no podía hacerlo en esa nueva condición de salvadora de vidas… ¿Y el baño? ¿la gente de la fila 10 podía ir al baño? Tal vez no, me daba miedo que tampoco nos dejaran porque nuestro sitio exigiera una dedicación plena. Por suerte no pasó nada y no tuvimos que demostrar lo bien que nos habíamos aprendido la teoría de la puerta, pero realmente espero no caer más en un sitio así, había mucha presión a cambio de un poco más de espacio para las piernas… No sé si es que me tocó una tripulación algo exagerada pero de ahora en adelante compadeceré a todos aquellos que se sientan junto a las salidas de emergencia en los aviones.

EL PAÍS ANTIGUO

No sé porqué, pero traigo esa sensación, la de que en algunos sentidos Bélgica es un país antiguo; y ojo, ahora que lo miro con perspectiva, esto no es ni bueno ni malo, sino una mezcla. Evidentemente de Bélgica sólo cabe decirse que “Es Europa”, lo es en el más bello concepto del continente, es limpia, urbana, educada, confiada, libre de la picaresca española en casi todas sus ciudades pese a haber pertenecido al imperio donde no se ponía el Sol. En todos los sitios que entré pagando entrada de estudiante no me pidieron el carné de la facultad, ni a mi hermano. Incluso en la Catedral de Amberes la chica de la taquilla me vendió la entrada joven sin pedírsela; cosa que incluso me hizo sentir mal, ya que la entrada joven era hasta los veintiséis, edad fatídica que cumplí hace poco más de un mes, pero claro, con mis converses y mi cara de niña sin pintar nadie pensaría eso, y yo no dije lo contrario. Incluso mi hermano, que sí es joven pero siempre parece mayor de lo que es, se ha paseado por museos como un joven al que nadie le pidió una identificación pues nadie parece creer que podría engañarse en algo así. Pero volviendo al título, es algo sorprendente, al menos para mí, que aún tengan en todos los trenes primera y segunda clase, denominada así, como en el siglo XIX, y que la tengan en trenes de cercanías o regionales. Para más inri, la diferencia entre primera y segunda, además del precio, es el asiento, la comodidad del mismo y el hacinamiento de personas, nada de periódicos, películas o café… Esto me extrañó, y también me extrañó que aún tengan jefes de estación, hombres con sombrero que usan sus silbatos para anunciar que el tren puede salir… Esto te lo encuentras tanto en un apeadero de pueblo como en la Estación Central de Bruselas, y a mí me parece curioso. También me llamó la atención que los trenes no los avisa una voz pregrabada, sino que son personas de verdad, que a veces hablan más lento, otras más deprisa, y otras, en un gesto de humanidad, se atragantan y tosen. Lo mismo ocurre con los avisos de las paradas en el interior de los trenes, nada de grabaciones o sintetizadores, todo personas con sus gargantas. Otro aspecto antiguo es “la señora de los lavabos”. En casi todos los baños tienes que pagar por entrar, y en casi todos está esa figura legendaria que mi madre me contaba, de la señora de los lavabos. Incluso en un McDonalds tienen su señora de los lavabos; aunque no niego que en ocasiones merece la pena dar cincuenta céntimos por disfrutar de un baño aceptablemente limpio, siempre con jabón y papel.
Lo dicho, ya no pienso que sea bueno o malo tener ciertos rasgos que a priori me parecieron arcaicos y que luego me parecieron positivos. Desde el punto de vista del empleo desde luego es algo bastante bueno al menos. Otra curiosidad para mí fue la afición por la leche en bolsas. En España también la hay, pero no es tan usual verla llenando estanterías de supermercados como allí…
Sacar la basura a tu puerta los días señalados es algo que me habían contado pero que nunca viví, pues nací con contenedores y hoy día basura neumática que va directamente por conductos internos a la planta de reciclaje o lo que sea, así que eso de las bolsas en las puertas los Lunes y Jueves a partir de las seis de la tarde es algo que aunque en cierto modo no me parecía higiénico, era pintoresco… Creo que en España hay sitios en que aún se recoge así la basura, pero ya lo he dicho, nunca lo he vivido y tal vez por eso me despertó tanta curiosidad. Eso sí, aquello es Europa, y la bolsa que dejas en la puerta tiene que ser una reglamentaria bolsa de basura, de no ser así, el basurero no te la recoge, y allí se queda.
Pero lo dicho, en las iglesias había velas a la venta, que pagabas echando el dinero en una hucha o caja no vigilada por nadie, incluso para entrar en algunos sitios se empleaba este sistema; tal vez por eso me chocó más el sistema ferroviario, la señora de los lavabos o la basura, pues esas cosas que yo considero antiguas contrastan con un civismo urbano y moderno que no sé si sería posible hoy por hoy en España… Tal vez los belgas sólo han evolucionado en lo que creían importante y han dejado como estaba lo que pensaban que estaba bien así.

LA CASITA DEL SABLON




Creo que el Sablón sería el símil bruselano a la Alameda de Sevilla, esto con sus distancias claro, que las comparaciones además de odiosas suelen ser injustas; pero tenía ese aire de barrio antiguo y reformado, esa mezcla de gente bohemia y moderna, los anticuarios cool y las tiendas de toda la vida…
Nuestra casita estaba en una de esas calles con cuestas tan típicas del centro, y tan letales para los gemelos. Era una típica casa flamenca, incluso parecida a las de Holanda; no muy grande a lo ancho, con varias plantas y una escalera inhumana. Al entrar teníamos un salón y una cocinita office, todo cómodo, un sofá estupendo para tirarse allí tras un día de patear calles, dos sillones tapizados a la flamenca, el mueble de madera tallado para la tele donde veíamos TVE 24 Horas y Canal Sur internacional como si estuviéramos en el exilio… También teníamos un aseo reducido a la mínima expresión, cosa inmensamente útil cuando uno llegaba a su casa deseoso de un WC gratuito y no le quedaban fuerzas de subir hasta el baño de arriba. La escalera hasta la primera planta era aceptable. Allí estaba mi cuarto compartido con mi hermano, todo muy diáfano, ni una puerta. También tenía un tocador tallado y un par de óleos muy aparentes. Es que el mobiliario bohemio de la casita me enamoró… Allí empezaba lo bueno, pues la escalera mutaba en una estrecha espiral que parecía que iba a dar paso a un campanario o algo. En la segunda planta estaba el baño, otra vez diáfano y sin puertas, como un salón de parqué en el que de repente te encuentras una bañera. Además, era vestidor, y al fin he podido disfrutar de lo práctico que es tener el armario en el baño, cosa que al principio me parecía un coñazo pero lo dicho, al final me resultó comodísimo. Arriba del todo, tras otro tramo infernal de escaleras, estaba el otro dormitorio, lleno de ventanas y claraboyas en el techo, muy útil como despertador natural, pues a las seis de la mañana el sol te daba de pleno en la cara y ya la alarma del móvil estaba de mero adorno…
No hace falta decir cuánto me habría gustado quedarme allí viviendo, en mi casita flamenca, con las escaleras infernales que me habrían obligado con el tiempo a perder un par de kilos o más.. Y ha sido divertido, porque nos han permitido hacer a cada rato esa gran parodia que no nos cansábamos de repetir…


HISTORIA DE CUATRO CIUDADES

Bruselas, Brujas, Amberes y Gante. La primera es donde residíamos, la segunda es la que todo el mundo adora, la tercera es la que me enamoró y la cuarta con la que me peleé…

Bélgica en sí no es un país grande en extensión, pero debo decir que sobre todo sus ciudades me resultaron más grandes de lo que esperaba. Creo que debí pensar que era una prolongación de Holanda, y aunque ambos son países bajos, flamencos ellos, no era consciente de lo diferentes que podían resultar. Además de las diferencias religiosas, que a su vez condicionan las diferencias artísticas, Bélgica es más limpia, puede que más afrancesada… aunque como ya he dicho, comparar siempre es injusto y a mí en su día me encantó el país vecino.

Bruselas me resultó provinciana a la vez que cosmopolita. Sus calles y aceras adoquinadas, llenas de cuestas y escaleras, podían parecer a veces las de un pueblo, y en otras ocasiones te dejaba ver que a muchos efectos, estabas en la capital de Europa. La primera noche, ansiosos por ver algo, llegamos a la Grand Place donde se ajusticiaban luteranos, donde vivió Victor Hugo, donde las revueltas, la sangre y los siglos compusieron la ciudad actual. Fuimos al Atomium, al Palacio de Justicia, al Palacio Real, al estadio de fútbol local of course… Vimos el Manneken Pis, comimos gofres con fruta y chocolate por la calle manchándonos enteros, nos dejamos fascinar por la Catedral de San Miguel y Santa Gúdula, e incluso vimos algunas iglesias más, llenas de madera tallada y vidrios de colores… Nos dejamos caer brevemente en algún parque y disfrutamos, sobre todo yo, del museo de Bellas Artes, que además de poseer algunos cuadros de Rubens que Napoleón les devolvió (porque a ellos si les devolvió cosas le Pettite Cabrón que diría Pérez-Reverte), la ampliación del museo está por completo dedicada al genial René Magritte. Ahora en mi casa hay una caja de deliciosas galletas belgas con una pipa que no es una pipa en su tapadera; no puedo pedir más…
Después de haber estado allí, no me importaría ser eurodiputada la verdad.




Todo el mundo te recomienda Brujas. Brujas es la ciudad patrimonial, medieval, la ciudad de cuento. Otra ciudad que se autodenomina “La Venecia del Norte” aunque he de decir que ninguna ciudad con canales, al menos de las que yo conozco, iguala a la italiana. Allí deseas que pasen los minutos, no por matar el tiempo, sino porque es encantador escuchar las melodías del campanario de la Burg Plein. La cerveza local, la capilla de la Santa Sangre, dividida en dos plantas, la Catedral, sus cisnes, sus jardines, las brujas de los escaparates que creo que solo nos venden a los españoles ya que el nombre de la ciudad viene del plural de la palabra “puente”, hacen de esa ciudad un lugar pintoresco, un sitio indispensable, incluso es un buen marco para comer algo muy típico en Bélgica, una cazuela de mejillones con patatas fritas, porque a los flamencos les encantan las patatas fritas… Y un apunte croquetero para mi amiga Zapateiro, las croquetas cuadradas. Estas eran de queso, pero cuando caí en hacer la foto ya sólo me quedaba una.

Ya he dicho que me enamoré de Amberes, y nunca nadie es objetivo cuando habla de la persona amada.
La verdad es que me mosqueó leer en una guía que la visita a Amberes era prescindible si no se ha visitado aún Brujas o Gante, pero como ya he dicho, Gante y yo tuvimos un desencuentro que luego relataré…
Amberes posee como principal encanto para mí la casa de su pintor garante, Rubens, quien casualmente no nació allí, pero amó su ciudad como el que más. Como suele ocurrir en las casas museos, no contienen muchas obras de quien las habitó, pero a mí no me importaba. Su jardín, sus paredes, su taller… La personalidad del pintor, reflejada en cada mueble, cada objeto de su colección particular para mí eran suficientes. Puede que sea una cotilla, hay a quien le gusta ver la casa de la Preysler en el HOLA y yo flipo con Pedro Pablo, así es la vida…
Amberes también tiene un museo de arte que imagino maravilloso, pero que nada más llegar a la oficinita de turismo de la estación, me informaron de que estaba cerrado; yo pregunté si al día siguiente también lo estaría, y el dependiente que tenía un humor tipo el mío me dijo que sí, y que al otro también, y el mes siguiente igual, hasta completar los siete años que se prevé que estará cerrado… Mi hermano vió el cielo abierto y yo casi me echo a llorar allí, pero le dije al tipo que volvería en ocho años en ese caso, y me consolé más tarde, cuando me llevé el sorpresón de que en su fabulosa catedral tenían una exposición con algunos cuadros de Rubens de los que deberían estar en el museo cerrado.
Pero para mí aquella ciudad era todo, era la capital mundial del diamante, el lujo de sus tiendas y los coches que circulaban, su fantástica estación, sus iglesias embellecidas por artistas locales, el puerto, el gusto que tienen por la moda… Es ese tipo de ciudad que además de visitarla te gusta vivirla y disfrutarla.


Llegué a Gante con el cansancio de todos los días pasados, casi creí que me iba a poner enferma o algo. Comenzó a llover, más fuerte que las jornadas anteriores, todo parecía hostil, el camino de la estación al centro se me hacía largo, feo, tortuoso… Lo dicho, esto no es una objetiva guía de viajes, son mis impresiones, condicionadas por mi propio estado de ánimo. Debo decir que luego la cosa mejoró un poco, aunque seguía sin convencerme del todo, con las esperanzas que yo había puesto en la ciudad natal de Carlos V. Por cierto, fui al lugar donde este nació, hoy en día es una placita bastante corriente con una estatua del Emperador y coches mal aparcados… A veces las ciudades tienen el encanto que tú te empeñas en verle… La Catedral me gustó, era gratuita e incluso la visita a la cripta, que es casi otra Catedral en el sótano, no tenía coste alguno, pero entonces vino el mosqueo. La Adoración del Cordero Místico, de los hermanos Van Eyck, obra muy destacable del arte flamenco, costaba cuatro euros. A esas alturas estaba tan enfadada que decidí hacer lo que nunca hago. Pasé por completo, no pagué nada, ni convencí a mi familia, acostumbrados los pobres a que los arrastre a mis caprichos artísticos con la excusa de “Merece la pena pagar por ver obras de arte que sólo has visto en los libros…” No hice nada de eso, no me habría importado pagar por entrar a la Catedral como hice en el resto, pero que cerquen así un reclamo no me pareció bien. De hecho, la ubicación original de la obra no era esa, sino otra capilla donde hoy día figura una copia, con la que me hice una foto por puro coraje… Prosiguió el paseo por la ciudad, el barrio cercano al puerto, el castillo de los Condes de Flandes y su museo de la tortura. Es paradójico que esto fuera lo que comenzó a mejorar la visita; los castillos medievales siempre son una buena opción. También puede que el hecho de tomar unas típicas patatas fritas con una cerveza Jupiler antes de esto, animara la cosa. Pese a todo, la más famosa chocolatería de la ciudad estaba cerrada, otra estocada para mi ánimo. Tal vez en otro momento la ciudad me habría causado mejor impresión, tal vez su aspecto, más español y menos belga de lo que yo esperaba, pese a ser la cuna del gofre, bendita idea tuvieron; pero el amor es así, a veces funciona y a veces no… Tal vez vuelva algún día y consiga una bonita amistad.


EL PALADAR BELGA

La parte gastronómica ha tenido gran peso en este viaje; aunque como siempre, no se podía almorzar más de la cuenta si pretendes seguir pateando aceras de adoquines en lugar de echarte una española siestecilla…

Las cervezas pueden ser rubias, blancas, negras, tostadas, rojizas por ser de cereza, verdes… Tras haberlas probado todas, yo me sigo quedando con la rubia, había dos que eran de mis favoritas, una muy popular que no recuerdo el nombre, y otra también muy extendida por allí llamada Jupiler; aunque puede que esta predilección no sea casual, eran las más parecidas a la Cruzcampo, que la cabra siempre tira al monte…
El chocolate allí es una religión, y yo propondría que fuera Patrimonio de la Humanidad, en todas sus formas y maneras. Los gofres te los hacen en el momento, nada que ver con los que nos venden aquí, además de que su variedad es inacabable ya que los combinan con todas las frutas troceadas y mermeladas que se te ocurran. Los bombones, las chocolatinas, las enormes piruletas cuadradas de cacao (versión belga de esa chuchería sanluqueña que se conoce como “adoquín”), los pasteles, los gofres y los pinchos de fresas bañados en chocolate, son cosas que allí saben más intensamente que en ningún sitio. De hecho, no ha sido buena idea traerse cosas de estas a Sevilla, pues se derritieron y al volverse a solidificar no saben igual… Las galletas Speculoos tampoco son desagradables, te las ponen siempre con el café e incluso hay una especie de flan hecho con ellas que está bastante rico.
Las croquetas de queso como la que puse antes, las carnes, los mejillones y demás, son cosas que hay que probar. Ya en Amsterdam descubrí el extraño placer que sienten en los países bajos por comer patatas fritas con salsa en cualquier parte,
y aunque al principio parece ridículo, luego es algo bastante socorrido. Paradójicamente no hemos comido coles, tampoco recuerdo haberlas visto especialmente en los restaurantes o como guarnición, lo mismo a ellos tampoco les gustan.
La afición del pueblo belga por la sopa es casi inquietante. Ya en el avión, que era de la compañía Air Brussels, vendían por un módico precio sopa de tomate, que para mayor asombro mío la ponían con las bebidas. Pero el olor a sopa que tantísimas veces percibí en todo el viaje me parecía más cercano al de la sopa de pollo. Entrabas en un tren a las nueve de la mañana, y ya olía por todos lados a la dichosa sopa… Olía por las calles, en las estaciones, a veces hasta en ciertas zonas de los museos, y tanto era el empacho que nunca llegamos a pedir una misteriosa sopa de aquellas y no supe si yo estaba en lo cierto y era de pollo. El pollo también les gusta bastante, te ponen medio en casi cualquier sitio que vendan comida, y eso me traía a la mente todo el tiempo aquella canción de Kiko…
Cerca de casa pasaba todos los días algo que yo había visto en la tele y no recuerdo haber visto antes en otro país hasta ahora, aunque a base de exprimirme el cerebro creo recordar que en Londres alguna vez pasó cerca… Me refiero a la popular ¡la furgoneta de los helados!

En fin, en el aspecto de comer y beber es un gran país, diferente claro está, con otras costumbres y horarios, pero no se puede pretender ir a Bruselas a comer adobo del Blanco Cerrillo, eso no tendría ninguna gracia.

EPÍLOGO

Al fin concluyo la entrada. Estuve allí una semana y casi he tardado otra en contarla. Lo peor de todo es que a estas alturas, pocos continuarán leyendo este ladrillazo… Cabezonerías de las mías, no quería dividirla, no sé exactamente porqué…
Y si pienso en esas cosas, esas cosas que ahora no recuerdo pero que cuando la vea publicada acudirán a mi mente, atenazándome, y tendré la sensación de que me olvidé tanto de lo importante…
Tras un año algo regular, parece que la cosa se empieza a enderezar. Pasear por las calles perfumadas de dulce y sopa, ya sin preocupaciones de exámenes, notas y demás era una sensación que no sabía que podría sentir allí, pero la sentía y disfrutaba tanto de ese estado que tal vez aquello hizo del viaje una situación aún mejor.
Y ese estado positivo es el que hace que no despotrique por ejemplo de lo extraño que se me hace que el Manneken Pis sea tan famoso, cuando es tan pequeño e insignificante como uno se pueda imaginar…
También se me olvidaba contar la nueva contribución a mi ajuar, ya que me compré un pañuelo de encaje con una “M” bordada, y ahora mi madre dice que eso sólo es digno de que lo use el día de mi boda… lo dicho, mil cosas en el tintero…
Pido perdón por lo extenso, no puedo excusarme más por ello; al fin y al cabo parece que eso pasa con Bélgica, yo también creí que era un país más reducido de lo que resultó finalmente.

domingo, 24 de julio de 2011

Destino: Bélgica



¡Al fin llegó! En ese terrible comienzo de verano lleno de exámenes y agobios varios, mientras los telediarios vacíos de noticias relevantes mostraban como en las playas del levante no había ni un hueco para poner la toalla, y mandaban al reporterillo de turno a plantarse delante de cualquier termómetro hispalense para alarmar a la población, mi mente volaba hasta este día… Mientras veía en las redes sociales fotos de gente en playas y piscinas, yo soñaba con este día… Incluso cuando me daban las tantas estudiando y me acostaba con la mente enredada sabiendo que iba a dormir tres horas de mala manera, me consolaba pensando en este día… Ahora que lo medito, lo mismo he puesto demasiadas esperanzas en este viaje, aunque no creo que me defraude…
Otro año más, Berlín tendrá que esperar, pero la perspectiva no es mala. Una semana, una casita flamenca en el centro de Bruselas, tantos trenes por coger a tantas ciudades y pueblos interesantes, tantos edificios, tantos museos, la ciudad natal de mi ídolo Carlos V (aquí Carlos I), tantas oportunidades de aprender flamenco (el idioma), y… ¡tanto chocolate por comer y tanta cerveza por beber! Y todo esto… ¡con diez grados menos que en Sevilla! Con un poquito de suerte hasta llueve…
Lo del flamenco no es coña, en Ámsterdan ya le pillé el gusto a esa mezcla de inglés y alemán que no sé porqué, a mí me gusta tanto.
Vamos a un país “desgobernado”, ya que no se pusieron de acuerdo en las últimas elecciones y hasta Septiembre creo que no se pondrán a organizar el asunto… Aunque por lo que he leído, ha sido uno de los mejores años para esta pequeña nación; va a ser cierto que los políticos no hacen tanta falta, y que con un gobierno provisional en funciones se puede ir tirando…

Una vez más, al preparar el equipaje de mano se me han venido a la mente mil formas de matar o secuestrar un avión, y es que no soy especialmente retorcida, pero si me dan cuerda, a mí los líquidos me parecen lo menos peligroso de todo…

En fin, no va a ser un viaje para descansar precisamente, pero conocer sitios nuevos siempre me sienta tan bien…

Y aunque no pegue nada, ahora, en plenas vacaciones de 2011, aquí dejo un pequeño vídeo (o fotovídeo) algo cutrecillo, de mis vacaciones cántabras de 2010. Es que realmente lo acabé hace unos días, así que echando cuentas, en Junio del año que viene, acabaré el vídeo de Bélgica, si es que me decido a hacer tal cosa.

sábado, 16 de julio de 2011

Medianoche en París



El “Síndrome de la edad de oro”, el pensar que tenías que haber nacido antes, mucho antes, años, siglos atrás… Siempre he padecido ese síndrome, de hecho tengo neurosis desbordada con respecto a él, pues hay muchas épocas en las que preferiría haber nacido; y eso que según muchos amigos he tenido suerte, pues consideran que a pesar de que habría sido criada y educada según mi supuesto tiempo, habría sido una mujer carne de hoguera, horca o garrote, según la moda de la época.
Pero tal vez el padecer este síndrome desde casi siempre, ha hecho que la última película de mi adorado Allen me guste tanto. Quienes seguimos al neurótico neoyorkino sabemos que como todos los artistas es capaz de lo mejor y lo peor; y de vez en cuando, al cabo de dos o tres películas buenas y a veces geniales, resulta que te endiña un bodrio, del que te acabas de reponer cuando retorna con una cinta aceptable. Esta vez hubo suerte, miedo me da el bodrio que está por venir… Esta tendencia imagino que se produce porque al ser un director tan prolífico, es pura estadística.

Son curiosas las manías que se llegan a desarrollar sin saber porqué, o las que desarrollo yo, pero extrañamente, no me atrae París. No es que no me guste, no he estado de hecho, pero no es mi prioridad, prefiero conocer otras ciudades antes como Praga o Berlín. No dudo que es posible que algún día la visite, al fin y al cabo, es París, y debería reformular mi manía con conocimiento de causa, aunque no entra en mis planes inmediatos esto. Sin embargo, pese a mi aversión parisina, la ciudad es un estupendo marco para la surreal historia.
Puede que también me cautivara el hecho de que el protagonista consiga departir con artistas y escritores ya fallecidos. Yo he soñado muchas veces esto, no soñar de imaginar, que también, sino cuando duermo, y ver como el típico americano guionista neurótico tan presente en todas las películas de Woody lo consigue, me dio una envidia que hace que adore “Medianoche en París”.

La vi hace más de una semana, e imagino que pronto la retirarán, pero recomiendo que quien tenga un mínimo interés corra a verla. Yo tenía muchas ganas de hacerlo, y si hubiera sabido lo que me iba a encontrar lo habría hecho mucho antes.

viernes, 1 de julio de 2011

Sin darme cuenta



Este año ya no es ni con lamentaciones, este año es sin darme cuenta. Cumplo años sin darme cuenta, tal vez porque simplemente no quiero hacerlo, no quiero prestarle atención, y de hecho, puede que ahora mismo no sea lo más importante que me ronda. De hecho, quizás Durkheim y su célebre obra “El suicidio” sean más interesantes para mí ahora mismo. La verdad es que creí que la Sociología me atraería más de lo que lo ha hecho, pero nadie te libra de un examen porque la materia no te atraiga lo suficiente.
Y aquí ando, cruzando el cuarto de siglo, haciéndome más y más vieja, y ya casi da lo mismo… los madrugones veraniegos, la UPO y los exámenes ocupan mi tiempo, mente y preocupación. Los planes de futuro son eso, futuro, con el componente mágico que tiene todo lo que guarda la distancia de un par de semanas. Casi me alegro de encontrarme así, con la cabeza en las Ciencias Sociales y la esperanza en todos los planes que vendrán. Ya no hay balances, no me planteo si me imaginaba así a esta edad o si lo que me rodea está en perfecto orden y equilibrio.

En una ocasión puse aquí la foto de mi primer paso. La entrada no tenía nada que ver con la imagen, ni tampoco se relacionaba mucho con lo que ahora voy a contar; es lo que tienen los comienzos, que cuesta encauzarlos. Yo andaba agarrada a los muebles o las personas, y gateaba con rapidez los trozos de camino en los que no encontraba ni una cosa ni otra. Entonces llegó un día, mi madre me lo ha contado muchas veces; un día en el chalet de mi madrina donde habíamos pasado el fin de semana. Nos íbamos, mi madre andaba recogiendo nuestras cosas. Preguntó que donde estaba yo, y aparecí. Venía andando sola, nadie me había animado o incitado a hacer tal cosa, yo sola cogí un bote de toallitas DODOT para agarrarme, supongo que pensaría que haría la función de un mueble, y fui andando al encuentro de los demás. Cuando pienso en mi gran hazaña me río de la ingenuidad infantil, esa que desconoce que de haberme caído, el bote de toallitas no habría servido de nada, pero esa ignorancia me hizo dar el paso, literalmente. Luego me quitaron el bote, y siguiendo la tradición de mi casa, siguieron las fotos que ya llevaban un rato haciéndome, en las que sale el bote famoso. Hoy vuelvo a poner aquí esa foto, esa que no está del todo bien escaneada, en la que me llama poderosamente la atención la postura de mis pies y mis manos y la expresión de esa cara entre aterrorizada y excitada por su logro. Y fue así, sin darme cuenta, cuando nadie me miraba, cuando yo creí que era mi momento. Lo pienso, y muchas cosas buenas me han pasado sin pretenderlo, sin buscarlas, sin darme cuenta, sólo haciendo lo que creí que había que hacer, cayeron solas, vinieron a buscarme.
Tal vez es lo que estoy ganando al cumplir un año más, la madurez despreocupada de aceptar las cosas como vienen, trabajar en lo que quiero y sorprenderme por esas cosas que llegan sin darse uno cuenta.
Bueno, pensándolo bien, lo llamativo de la foto es lo extraña que me veo sin melena ni flequillo…

Últimamente tengo el blog descuidadillo, aunque me esfuerzo en que no sea una amalgama de letras agonizantes. Para evitar esto, y pese a los exámenes, no podía dejar este año, como todos los años, de publicar una entrada esta noche, que hace ya veintiséis veranos fue una madrugada calurosa de lunes de luna llena, donde mi primeriza madre, como ya conté una vez, casi sola, me trajo al mundo.

lunes, 27 de junio de 2011

La noche que no fui del River




Finalmente parecía que estábamos a salvo, a salvo de una noche con buena perspectiva que se había tornado en todo lo contrario. Joaquín Sabina nos había dado plantón en la ciudad de la Alhambra, nuestra nueva amiga argentina maldecía “los colectivos” que no venían y yo blasfemaba de mi suerte que parecía repeler a los taxis libres… ¿Quién me mandaría a mí haber comprado las entradas tan pronto y no ir al concierto de Sevilla? Pero ya estábamos a salvo, en el primer bar que vimos abierto como habría cantado el Flaco de no haberle dado una pájara aquella noche. Ella se sorprendía de que en aquella ciudad te dieran una tapa así, por la cara… Yo me sorprendía de que ella hubiera llegado a Granada esa misma mañana y su primera noche en la ciudad fuera tan surreal como la mía; dos sevillanas con una porteña en un bar, unidas por un plantón del ídolo de las tres. Entonces, de tanto hablar salió el fútbol, un tema como cualquier otro. Conocía el Betis, aunque por lo visto era más partidaria del otro equipo de la ciudad, cosa que me sentó regular. Yo le conté que siempre había simpatizado más con Boca, a lo que ella con su marcado acento replicó:
- ¿Por qué todos los extranjeros son de Boca? - Ella era del River y su comentario me hizo sentirme algo cateta.
En estos días que el River vive ese infierno que un bético conoce tan bien, con Pavone incluido, me he acordado de ella. No nos dimos ni el correo ni los teléfonos, o tal vez sí, pero no volvimos a saber la una de la otra. No recuerdo el nombre o el sitio del bar, y con el tiempo perdoné a Sabina ese infame plantón… Pero me he acordado de una de esas amistades fugaces, esa argentina que en su viaje por Europa quiso ver a Joaquinito, y que en estos días andará disgustada a causa del equipo de sus amores… Y me ha dado por pensar que son geniales siempre las noches en Granada y que no es tan mala cosa que los catetos extranjeros siempre seamos de Boca.

martes, 24 de mayo de 2011

El blog personal



El Betis, Glorioso Betis, Córdoba y sus patios, la Semana Santa que no existió, las leyes, las elecciones, la sinestesia, la Feria, las tonterías de diario, la antropología y el entramado humano, la identidad de género, que no la sexual, el paso de los días, la gente, las mentes, los libros, mis constantes pensamientos vagos sobre casi todo, los recuerdos, el cine, el placer de pararse ante cualquier nimiedad, el reinventarse, montar y desmontar mil veces lo mismo, las pinturas, las tonterías que despiertan la risa, los charcos, los poemas, los desvaríos, las cámaras de fotos de plástico con un gusanito, las canciones, su letra, su música, mil historias, plantas que mueren, los mares de China, encuentros, desencuentros, Jane Austen, la soledad, la compañía, la distancia, los edificios que hablan, los bares, infinitos bares, los carteles, el gusto, simple y complejo gusto por escribir, por derramar letras… Todo esto son temas que me rondan, temas que en tiempos salían disparados de mi mente a esta pantalla negra bajo papeles rotos. Ahora, no sé, el tiempo, la desgana, las mil excusas y disculpas que siempre alego. Tal vez he cambiado, tal vez ya yo no soy quien empezó esto, aunque si soy quien no quiere dejarlo morir aunque no lo parezca. Soy quien se sienta a escribir semanalmente para Sevilla Actualidad y ahí parece que se vacía todo mi esfuerzo, mis letras y mis maltrechos pensamientos… Aunque aquello nunca será esto, a Dios gracias. Aquello es aquello, y esto es esto, o lo que queda.
Cambiar el diseño, reetiquetar o incluir categorías son cosas que me rondan la mente, y en cierto modo no sé si servirían de algo o qué clase de parche estaría poniendo. Tal vez tengo que dejar de buscarme a mí, a aquella, y empezar a ser la otra, la de ahora, o simplemente seguir, sin más. Es curioso el raro dibujo de una vida que puede ser un blog, o al menos este. Imagino que todos tenían razón, el blog inclasificable que yo pensé que tenía no es más que un blog personal, uno demasiado personal, uno desequilibrado como yo, con altibajos, como yo, inconstante, puede que demasiado humano en el más imperfecto sentido de la palabra…
Qué triste es el “no saber para donde tirar”, que debilidad tan inmensa…
Pero bueno, algo pasará, incluso nada, que filosóficamente no deja de ser algo, pues es la ausencia de lo mismo…

viernes, 15 de abril de 2011

La primera vez


No tengo excusa para actualizar tan poco, pero si es estupenda la excusa que tengo para volver a dejar algunas letras por aquí. Tal vez, de lo más ilusionante de esta Cuaresma ha sido el poder compartir unas páginas con unos amigos, capitaneados por otro camarada, en lo que pretende ser un especial de Semana Santa lleno de ilusión. Pero algo se truncó, algo nos dejó un poquito menos completos, algo que nadie pensó que pasaría, algo que hemos sentido todos como si fuéramos diferentes partes de un mismo cuerpo. Y sin saber cómo, se nos quedó fuera él, el sinvergüenza que nos arranca sonrisas, que también sabe ser más serio que el que más, y dejarnos la piel de gallina con todos esos sentimientos que dibuja en fotos y letras. Por eso, aunque no se ha publicado su fantástico texto con el resto, él no se queda fuera, está con nosotros, es parte del proyecto igual que si se hubieran impreso sus magistrales palabras y por eso, aquí las dejo, sin papel ni tinta pero en los mismos códigos binarios que nos acercaron un día y que diariamente no dejan que nos separemos. La primera vez Sevilla es un mar de calles en el que todos tienen cabida, por eso será que cada día se acercan hasta ella más y más foráneos que vienen dispuestos a desabrocharse el alma y empaparse del olor a azahar que brota de cada plazuela al notar que asoma entre la primavera nuestra tan esperada Semana Santa. Acción y reacción. Llegar, conocerla y enamorarte de ella, dejarte atrapar por el frasco de las esencias que se destapa en cualquier esquina durante la semana más mágica del año. Cofradías y cofradías, calles y más calles. De este modo descubriremos que Sevilla es su centro, calle Feria rebosante de vida y de cofradías, Plaza del Salvador y Calle Cuna, estrechez en Francos y algarabía en la Alfalfa, silencio en Doña Mª Coronel, oscuridad en Sales y Ferré, recogimiento en Conde de Barajas y Cardenal Espínola. Cofradías y más cofradías, caminatas incesantes. De este modo descubriremos también que Sevilla son sus barrios y arrabales, brisa fresca para el visitante, aires toreros por San Bernardo y marineros en Triana, aroma de ribera en el Arenal y de naranjos en Santa Cruz. Tiro de Línea, Nervión, San Pablo, Porvenir y Cerro, barrios que alejados del casco histórico tienen sello propio y son ejemplo de juventud, fuerza e ilusión. Pero lo más importante no es el hecho de conocer y descubrir cosas nuevas, lo verdaderamente importante es redescubrir lo ya conocido, encontrando momentos que nos vuelvan a emocionar una y otra vez: la revirá de un misterio; la trasera de un palio que se difumina entre el gentío; ciriales encendidos revolviendo las esquinas; una nube de incienso; el silencio del Postigo cuando arranca una chicotá; el tañir de las campanas durante la recogida de Santa Marta; una levantá en el puente; la oscuridad de Mateos Gago un Martes Santo… Tesoros y detalles que guardaremos en la memoria y que permanecerán con nosotros para siempre, pudiéndolos revivir cada vez que queramos con sólo cerrar los ojos. Detalles, que aunque pequeños esconden un inmenso significado. Detalles como aquella estampita del Cristo de San Bernardo o del Sentencia que me regalaron hace años y que siempre guardaré como oro en paño, o esa medallita de San Esteban que descansa en un rincón privilegiado de mi casa. Detalles que todos conservamos como un preciado botín que nos acercará a la Semana Santa cuando no la tengamos cerca. La Semana Santa sevillana es un punto y aparte en la vida del cofrade, es el manantial de sentimientos que no cesa de brotar; el manantial del que merece la pena beber; del que hay que empaparse. Un año más durante una semana, Sevilla rezará en silencio y hablará con la mirada; un año más merecerá la pena conocerlo, vivirlo y sentirlo. Foto y texto: Álvaro Ballén Pozo

miércoles, 9 de marzo de 2011

El año que no te esperé


Hoy has llegado, hoy, un año más has aparecido…
Yo, me vas a perdonar, no te esperaba del todo, no me día cuenta apenas de que te acercabas… No por los días grises que pintan esta semana, o por el frío que por las mañanas me acuchilla la cara y las manos, es algo más.
Parece que me quedé rezagada, por tu llegada tardía, porque últimamente no me apetece hacer planes a muy largo plazo… Y eso que ya llegaron a casa las primeras torrijas, y el Vía-Crucis cada año esperado de mi Cristo de la Salud y Buen Viaje parecía anunciar tu llegada este año, pero no hay manera.
Ni tan siquiera el aviso que anticipa tu llegada en la calle San Esteban, con el añadido de que se hacen capirotes, me ha puesto en la onda.
Puede que aunque sobrelleve los días, la situación aún no resuelta de mi pierna es la que no me deja hacer planes a muy largo plazo. Los hice muchas veces desde Octubre, pensando en hacer determinadas cosas cuando estuviera bien, e hice muchas cosas, pero bien sigo sin estar. No sé en que situación llegaré al final de tus cuarenta días, no sé si con suerte llegará la rehabilitación en ellos o si tendré que esperarte sentada, sin poder, más que sin querer, meterme en bullas, aguantar largos parones y más de una caminata… No sé si podré revestirme este año de celeste y crema, incluso mi madre me ha provisto unos zapatos bastante planos y elegantes por si el Jueves Santo llega antes que la rehabilitación, para no renunciar a la mantilla, no podría soportar también esa renuncia.
También puede que la UPO quede muy lejos de tu ambiente, puede que allí sea más difícil sentirte, intuirte, presentirte, esperarte y desesperarte por tu tardanza…
Lo dicho, no sé porqué, si es por todo lo anterior o por cosas que ignoro, no he logrado esperarte con ansias como otros años, con un estallido feliz cuando te has colado de improviso en el almanaque. Quizás, como todos los años son diferentes, este lo es a su manera y ha tocado que sea de este modo.
Me ha dado pena pensar en todo esto, pero seguramente estoy a tiempo, aún puedo meterme de cabeza en tus cuarenta días, o treinta y nueve, como dice mi amigo Antonio, y a modo de enfermedad incubativa, como una Cuarentena auténtica, logre situarme en lugar, tiempo y alma como me gusta hacerlo en este periodo.
Tengo el presentimiento de que me reiré y casi avergonzaré de todo esto… El Sábado Santo, antes de que claree en el cielo la Gloria de la Resurrección, y toda la semana me parezca tan efímera como me parecieron los restos de nuestra petalada en casa de mi amiga Leticia cuando hice esa foto hace ya meses, sentiré que no tenía sentido tanta desazón…
Seguramente el año que viene me ría de esto, puede que en 2012, mientras expiran las últimas jornadas del COAC en el Gran Teatro Falla, me ría de este escrito, de este año, y este año pase a mi historia personal, como el ridículo año, el año que no te esperé.

lunes, 14 de febrero de 2011

Amor cultural


La profesora de Antropología le ha destrozado el día de hoy a más de uno y una. En la primera clase, a quemarropa, ha puesto el ejemplo de los matrimonios de conveniencia en la India. La gente se ha escandalizado. Un día como hoy, en que todo el mundo se quiere y lo manifiesta de la forma más hortera posible, va esta mujer y dice abiertamente a sesenta personas que estos matrimonios son más duraderos que nuestros supuestos matrimonios por amor; todo un descaro… Yo me reía, por supuesto. No sé como ha derivado exactamente la cosa, sé que alguien planteó al aire la pregunta: ¿Nos está diciendo que el amor no existe? A lo que la profesora, con algo de timidez, viendo la que se le iba a venir encima dijo: Si… pero solo dentro de tu cultura…
Por supuesto esto cada uno se lo ha tomado como ha querido, algunos dudando, otros pensando que su cultura es la mejor del mundo mundial, imagino que animadas por esa novedosa pizza en forma de corazón a precio módico. Quizás lo mejor ha sido cuando la profesora matizó que el amor en todas las culturas tiene un denominador común, la conveniencia, el interés… Ella evidentemente no hablaba de cosas mundanas como el dinero o las posesiones materiales, hablaba antropológicamente de algo realmente importante; la supervivencia, la unión para ser más fuertes como persona, como grupo o dentro de este. Ahí se han quedado algunas muy tocadas, quizás con demasiado desconcierto, o con la pizza indigestada antes de poder pedirla. Yo seguía muy divertida y muy de acuerdo con todo lo que esa mujer espetaba desde su tarima, aún algo recelosa de que pudieran saltarle encima con furia por contarles todo ese incomprensible manojo de teorías que les estaban haciendo plantearse demasiados aspectos complicados un 14 de Febrero. La cuestión de que cualquier tipo de relación finalmente es de conveniencia pues todas buscan lo mismo que indiqué antes, la supervivencia, ha sido una afrenta para una gran mayoría, que enfadadas argumentaban que ellas no eran interesadas, desconociendo quizás que todos llevamos dentro un ser primitivo que igual que se siente atraído por personas que aparentemente solo le gustan y que instintivamente a su cerebro primitivo le parecen más idóneas para reproducirse con ellas, todos llevamos en el interior un ser que lucha por sobrevivir, uniéndose a seres y grupos que lo ayuden. Ciertamente si nunca has leído nada sobre esto, imagino que es chocante, ya que se tarda en comprender que una cosa no quita la otra, y pese a que nuestro sentimiento de amor sea un estímulo biológico aderezado por nuestra cultura, no deja de ser bonito. La propia profesora ha tenido que confesar al final que ella evidentemente se ha enamorado en su vida, y que lo está, y que espera seguirlo estando, lo que no quita que conserve una visión antropológica de todo el asunto. Creo que esto último calmó los ánimos, apaciguó los desacuerdos y reajustó las mentes a la pizza de esta noche.
Yo por mi parte me quedé igual que estaba, sin dudar que los matrimonios de conveniencia de la India puedan ser más duraderos que otros. Al fin y al cabo la convivencia imagino que en muchos casos fomentará algunos sentimientos, y puede que incluso la falta de los mismos sea una ventaja; puede que al tener menos sentimientos, más difícil es que estos se confronten… o tal vez no. Sinceramente los matrimonios de conveniencia no me parecen tan lejanos como para escandalizarse por ellos, y habría disfrutado si hubiéramos analizado el comercial día de hoy desde un punto de vista antropológico, aunque se hubiera cabreado gran parte del personal, sospecho…
Pero llegó un pequeño remate en la siguiente clase, más relacionada incluso con el carácter del día de hoy; Introducción a la Economía. El profesor, que goza de un humor muy particular, como si supiera lo que había pasado antes, quería hacer una representación gráfica, y no se le ha ocurrido otro binomio que amor y dinero. A medida que el segundo aumentaba crecía el primero. Muchos han vuelto a mosquearse, pero el profesor ha dicho que es su gráfica y cuantifica los valores que él quiere… Humor económico lo llamarán… Lo dicho, hoy a más de uno y una, le han dado el día…

miércoles, 5 de enero de 2011

El terceto


Hace tres años, tal día como hoy, la primera entrada de este blog llevaba unas horitas colgada.
Me quejo extrañamente de cumplir años, del paso del tiempo cruel que no perdona a nadie ni a nada. Me quejo porque a veces tengo tendencias masoquistas o algo así, me quejo con razón a medias por esa relación amor-odio con el pasar de los segundos, los minutos, las horas y sus infinitos múltiplos.
Este rincón, como tantos otros, es un medidor de tiempo, de sentimientos, experiencias y emociones. Es un batiburrillo de todo lo anterior, estratos de ceros y unos que muestran un corte vital que a veces es colorido y otras muy gris.

Y tal día como hoy, que más bien es ayer, comenzó una andadura que algunos catalogan de egocéntrica, pues todo blog en cierto modo conlleva un exhibicionismo.
No me arrepiento de haber pegado el salto a la blogosfera, dudo que alguna vez me arrepienta.
Valoro todo lo que aprendo aquí, de los demás y de mí misma, pero ya no es el primer aniversario, ni el segundo, y suena reiterativo volver a escribir esto…

Pero este año podríais perdonarme una descortesía, una concesión. He conocido personalmente a muchos blogueros, muchos excelentes personas y con otros he tenido menos conexión, sería mentira decir lo contrario… Pero dentro de los primeros, hay un grupo que para mí es especial, lo dicho, descortés nombrar a uno y no a otros, pero Du Guesclin, Moe de Triana, El callejón de los negros, El Aguador de Sevilla, y Zapateiro dejaron de ser ellos para ser Sergio, Álvaro, Antonio, Ramsés y Rocío. Personas enormes que había tras una pantalla, gente que se casa, o ya lo está, gente con hijos o que los tiene en camino, gente que sufre por amor y por desamor, que se lleva palos y alegrías, que trabaja mejor o peor, que tiene problemas y momentos grandiosos, que buscan el lado bonito de la vida, la risa, el llanto, la imagen que debe guardarse en el archivo del recuerdo. Lo dicho, he conocido mucha gente excepcional, pero hoy, que ya es ayer y aún no es mañana, yo he querido referirme a ellos.

Y esto sólo empieza, ya hemos arrancado el cuarto año de vida en el tejado, el camino no cesa, como esas carreteras que me gusta fotografiar desenfocadas desde el coche.
Una vez me dijeron que las cosas se acaban porque o se aburre la tonta o se acaba el camino. No sé si esta senda tiene un fin, no lo veo, y a esta tonta le queda cuerda para rato aunque a veces no lo parezca.
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