lunes, 27 de abril de 2009

Cernuda en el albero



Andas intentando mantener la compostura, riéndote con disimulo de la última ocurrencia que alguien soltó, y procuras no mojarte los volantes porque los camiones que riegan parecen perseguirte. No te das la vuelta, porque seguramente te entrarían ganas de volver. La máxima de Cernuda toma más fuerza que nunca con las luces violeta del amanecer en el Real; Sevilla es la ciudad que no existe, ahora menos que nunca. Es una verdad de lona rayada y albero, ciudad efímera crisol de la sevillanía, de lo mejor y lo peor, incluso del que ama esta fiesta y del que la ama menos; ese que va un poco obligado, para que nadie lo llame “sieso”. Pero Sevilla es eso, el concepto que cada Sevillano lleva de ella dentro de sí mismo, y en él entran caballos y guitarras, garrapiñadas y toros, manzanilla, el amigo que ves de Feria en Feria y algodones de azúcar.
Espero que para todos los que estáis en la misma ciudad que yo, esta sea una buena Feria, la mejor hasta la fecha, hasta que llegue la del año que viene claro.

miércoles, 22 de abril de 2009

Mi infancia son recuerdos…




La primera vez que recuerdo haber estado en aquel edificio de ladrillo visto, me regalaron una foto sepia del mismo. Estaba con mis padres en el despacho de Madre Teresa, la que luego fue mi directora, y a mis cuatro años, desconocía por completo cuanto significaba aquello.
Pared con pared con el huerto claro de Machado, su fuente y su limonero, imagino que empezó a conformarse la persona que soy hoy.
Al recordarlo me da la risa, parece hoy en día que tras esos muros el tiempo se paró, y éramos niñas de otro siglo. Niñas que jugaban a los cromos, que también jugaban a aquello de “Soy capitán de un barco inglés”, niñas con babis, con lazos y calcetines azules en invierno, blancos en verano. Pequeñas e inocentes, lejos de videoconsolas, de un cursilismo tan extremo que en primavera hacíamos coronas con los jazmines del patio. Y me provoca risa, pero es que era así.



Aprendí a leer, aprendí a escribir… Tal vez por esas dos cosas ya aquellas monjas merezcan mi eterno agradecimiento. Aprendí a ser y tener amigas, aprendí miles de oraciones que ya ni se rezan… Fui tanto a misa que imagino que me gané el cielo en esos años; adquirí un ritmo tan rápido al rezar el rosario que era casi inteligible, y habría sido materia de record.
Teníamos una capilla, y una pequeña iglesia con clausura, reja y restos de clavos. Teníamos un Niño Jesús milagroso, que si las cosas no han ido muy mal, lleva colgada una esclava con mi nombre, para que no se olvide de mí. Teníamos un autobús escolar con Ana la monitora y Luis el conductor; llevábamos lazos para distinguir nuestras diferentes rutas… Teníamos un patio blanco con techo y columnas, teníamos otro al aire libre, era el mismo en realidad. Teníamos inocencia, toda la vida por delante y la sonrisa de quien ignora lo que será de mayor. Teníamos todas el mismo material escolar, en los mismos colores. Teníamos al Beato Guido y su himno afrancesado. No teníamos más varón entre nosotras que al cura y un par de albañiles, porque como en casi cualquier comunidad de monjas, teníamos una obra. Pasaron los años, y aquel colegio no se adaptaba a la LOCSE, lo dicho, tal vez el tiempo tras aquellos muros fluía de otra forma. Fue una muerte lenta, una agonía prolongada la de aquél lugar. Se fueron yendo niñas, se fue apagando el ruido, hasta que un día, se apagó del todo.




Cuando paso por delante me da un pellizco. Miro la puerta de la cochera, que alguien ha grafiteado, e intento intuir tras la ventana esa biblioteca que me enseñó el placer que da elegir un libro. Adivino tras las rejas mis aulas y aquellos años que no volverán.
A mucha gente que conozco hoy en día, les cuesta creer que yo fuese a un colegio así. Tal vez mi imagen sea más “bohemia”, o menos clásica, incluso puede que algo más irreverente; pero a estos les extrañaría aún más saber, que a veces, y sólo a veces, echo de menos todo aquello. El creer tanto y tan a ciegas en todo, la seguridad de unos muros tan altos, la confianza que aporta el ignorar las cosas malas, los tragos amargos que la vida te reserva… No me duele en prenda, fui muy feliz tras esos muros y con aquellas monjas.


A Blanca, por compartir conmigo ese colegio, por compartir algunas cosas más, porque ha cruzado el umbral a los 24 y por leerme siempre, con tanta benevolencia; muchas felicidades “ABEBO”

sábado, 18 de abril de 2009

De mantilla, lluvia y recuerdos


No sé si era una locura o una tontería, pero yo la hice. Al bajarme de nuestra querida “furgo” que me devolvió a casa, me dio alegría ver que de nuevo estaba lloviendo, y llegando al portal me dio por darle otra vuelta a la manzana y disfrutar un poco más de aquello. Desde luego, cualquier vecino que me viera podría pensar que no ando bien de la cabeza, y no le quitaré la razón, pero por la hora y la lluvia la calle estaba bastante vacía. La gente suele huir del agua, acelerar su paso si esta le sorprende. No era para nada mi caso, pues caminaba casi con parsimonia, como las dolorosas en sus barrios o cerca de sus casas, “enseñoreándose” que diría aquél.
Me entretuve en algo tan vago como pensar que a pesar de mi disfrute, habría sido terrible que la Semana Santa hubiera caído en una semana como esta. Recordé que hacía siete días, yo esperaba ver Los Servitas en la esquina de Javier Laso de la Vega con Amor de Dios, como cada año, en un rito que no es tradición porque nadie le ha dado el nombre, pero a todos los efectos lo es. Pensé en la mañana que había pasado. Ya ni los neumáticos chirriaban, ya ni la cera se quejaba de que todo se hubiera acabado. Pensaba en la de cosas que me llevaba conmigo, un año más, y tal vez, con una semana de distancia, llegaba mi momento de hacer balance y asumir, de forma algo tardía quizás, que había pasado todo y que no se podía alargar. Tras una semana de fiebre y pijama, había vuelto a mi rutina de vaqueros y botas. Había flamencas en la Plaza de España, ni rastro de nazarenos del Porvenir…. Cuando acabé mi ronda divagadora, la lluvia apretaba mucho más, y teniendo otra vez el portal cerca, descarté dar una segunda vuelta en un intento de cordura. Al buscar las llaves en ese baúl de la Piquer que tengo por bolso encontré cosas que no esperaba. Un programa de mano, que no sé que hacía ahí, pues hacía un par de horas había donado unos cuantos a un coleccionista, y un par de pases para ese palco que algunos “critican”. Eso era lo que me quedaba, un par de recuerdos, recuerdos de papel satinado, de cartón, intangibles en fotos digitales; inmortalización por ejemplo de ese ansiado Jueves Santo, en que se hizo realidad el sueño del que tanto hablé, con el que tan pesada me puse. Sueño de peina y velo negro, de sevillanía pura, sueño principio del fin, porque ya acabó, pero es sólo el comienzo, y aunque ahora sólo me queden recuerdos de fotos, serán muchas más, en años futuros.

martes, 14 de abril de 2009

Como un sueño…



Como un sueño de domingo y sol, de esparto y cera en adoquines… Como un sueño de plata y sangre, de vino y paraguas guardados… Fue sueño de tabernas y papel, de ojiva y cera rizada; sueño de sonrisas de niños, de raso y “pulso aliviao”… Era sueño de caramelos y hermanos, de golpes de llamador, torrijas y medallas… Sueño de abrazos, capas y tambores… de radio, oro y tiritas, de canastos y canastillas, de luz, noches eternas, terciopelo y Margot… Sueño de anís, lágrimas, varales, zambranas, rosas, cardos y guantes… Era como un sueño de azahar y piedra, de alma y faroles; era tan fugaz como el incienso en el aire, era tan eterno como el eco de “Madrugá” en una calle, era simple como un capirote, complejo como repujado de orfebrería, bello como el indescriptible momento que te guardaste en el recuerdo, amargo como la sensación del final, triste como trasera de palio, ardiente como todas esas llamas… Era un sueño que se dibujaba en el final, que acababa cuándo apenas había comenzado; fue un sueño por las calles de Sevilla y el cielo despejado; fue un sueño, mi sueño y el de muchos. Fueron un puñado de días que soñamos, que nos dejan huérfanos de algo indescriptible, que nunca se acaba de ir, porque nunca abandona nuestro pensamiento, y tal vez, cuando nos queramos dar cuenta, estaremos soñando nuevamente.

viernes, 3 de abril de 2009

Todo…


Los estrenos, los zapatos, las tiritas, el primer sol, la primera en la calle, los caballos, las palmas, el incienso, los niños, la ilusión… No habrá Amor sin Amargura, ni Amargura sin Estrella. Gracias te damos, por no perder la Esperanza, hermandad vecina de la mía… Gran Herodes, pequeño Zaqueo, y volverá a sonar Estrella Sublime, como en la mañana del Maestranza. Volverá el Subterráneo y un enorme paso para cenar. Volverá él, para cenar adobo de La Isla, y pasar conmigo esta semana.
Esther, su barrio, su Hermandad. La calle Santiago, sublime Santa Marta, alegría de San Gonzalo, toda Triana, la mitad de San Vicente. Mercedes, Aguas y Guadalupe… Y La verdadera Cruz… Ha vuelto a pasar un pintor bajo un antifaz, ayer alegría de Triana, hoy dolor llegado de San Andrés; dualidad hispalense, como su arte, como la ciudad… en la calle San Esteban todo son flores, como todos los Lunes de mi infancia, como todos los Lunes que han de llegar… Noche cerrada, misteriosa ojiva, cerrada a cal y canto, escondiendo tesoros y alegrías…
Celeste, en el suelo y en el cielo, celeste todo, celeste siempre. Alegría de barrio, que es más grande aún porque técnicamente ni es barrio. Reencuentros, hermanos, Cruz de Malta con la caña de abajo a la izquierda hasta arriba a la derecha, según la miras… Pero ese la lleva mal, es el segundo… Ventana vacía y calle llena. Es una pena perderse todo el día, no ver Santa Cruz con la muralla del Alcázar, ni la Buena Muerte, si es que esas dos palabras casan bien, es el Martes, es en un mar de ruan estudiantil. Es una pena no poder saludar al bocina del Cristo de la Sangre, no ver cuántas almas se prenden a su imagen desde la calle Feria, pero el día para mí es celeste. El segundo milagro del día, no cabe, si cabe, va a dar… no dá… Todo el cansancio del día, negra la palma del guante derecho, otro Martes en la espalda, otra entrada de su palio… Merece la pena todo, por volver a ver un año más como vuelve a casa, por derramar lágrimas viéndola regresar… los jardines y su hermana de Galiano si el cansancio lo permite, ojalá…
Otro estreno, otro palio, otro estreno, nuevas túnicas. Crucificado, crucificado, crucificado… Hasta siete veces, como Siete Palabras, como aquello de “tengo Sed”. Día taurino de San Bernardo, día taurino del Baratillo. Prendimiento y Regla, Buen Fin para esta jornada; San Pedro, Tejera, su incienso, el de mi casa…
El estreno, el mío, la mantilla, al fin… Mantilla y peina regalo de ella, que no podía ser de otra manera… bueno no, de los Reyes Magos… Pendientes de mi hermano, broche de la madrina, peinecillos y alfileres de mi tía que no es mi tía… Cielo de Jueves Santo, del color de los escapularios de Recaredo… ¿Su balcón? Puede ser… La calle Feria, que si, venga, me porto bien aunque no me guste… Pasión y su Merced, paso de plata, nazareno que casi respira, Virgen del Valle… Exaltación, duelo de Quinta Angustia, se hace tarde, es demasiado tarde ya para mantilla… me va a dar pena quitármela… Pero no hay tiempo, hay que cambiarse y volver…
Noche de Esperanza, por dos veces, noche de El que todo lo Puede, del Traspaso de mi abuela, Silencio y Calvario, Salud y Angustias. Hace frío y hace sueño, son demasiadas horas ya… Demasiadas que nunca suficientes, que se estaba acabando esto desde hace cuatro días y no lo he querido pensar… y resulta que se va… Ha pasado él con el ruan de la noche, con el cirio al cuadril, sin cántaro. Pasa él en la amanecida, sin caballo, seguramente cabreado, que vaya el retraso que se está comiendo…
Azul Viernes Santo, que lo afirmé y lo firmé, azul carretero y de Montserrat, azul grisáceo del cielo, que no pase de ahí, azul de foto, no de lluvia. La Costanilla y Triana, La Mortaja, la mía, la de siempre, la que me fascinaba y me fascina. Ni diecinueve ni diecisiete, ancestral tradición en memoria de aquellas teas… Monaguillos, libreas, campana…
El día, ese, el inigualable, el peculiar… El de La Canina y el Duelo. Tambores destemplados, Soledad Servita… Una vez, y otra… y si la puedo ver una tercera no me sobra… Trinitarios y alegorías recuperadas, y que bien va de flores, no Ella, que también, La Canina, me gusta por su sonrisa… Fuera bromas, llega ella, la que llora sola, la que contempló Fernando III, la de mi familia materna, la que llevó palio la primera, la que no lo lleva ahora… No la puedo dejar, no se puede acabar así… San Lorenzo, otra vez, otro año, una con otra se hila, saeta tras saeta… Y ella cruza el umbral, ella ha vuelto a su casa… Yo no quiero irme a la mía… Queda algo, algo habrá… una última cosa a la que agarrarse, un consuelo… Otra marcha, otra brizna de incienso, un antifaz, una gota de cera, un golpe de llamador, un clavel o una rosa, una saeta y una lágrima…
Es todo, era todo… todo lo que hay en esta Semana, en la mía… Es todo lo que cabe en ella y yo sólo he dejado aquí la quinta parte… Tal vez, a los ojos del profano es demasiado, tal vez a los ojos del jartible es poco… Pero simplemente era todo… Como la Aurora de la mañana, la que con el Día Grande nos atisba la última enseñanza… Volverá, todo volverá… Volverá la Gloria, como Él vuelve, vendrán más días, el año que viene, vendrán porque tienen que venir, porque estaremos esperando otro año más, esperando esa nada para algunos, y para otros, ese todo…

Nota: La imagen me parece una alegoría de lo que pasará, premonición barroca de esta Semana, por eso me decidí por ella.

Foto: Manolo Navarro
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