viernes, 18 de diciembre de 2009

El fin de los finales



Fin, el fin, un final, finales… los tengo de todas formas y colores, de diferentes tamaños, de sabores amargos, dulces y de ginebra. Los tengo con olor a incienso, violetas, zotal o ese perfume que uso a menudo y que hace poco me dijeron que “no era usual en una jovencita”. Algunos pesan toneladas, otros son ligeros como el humo. Muchos acabaron bien, muchos acabaron mal y muchos muchos sólo eran finales, simple y llanamente eso. Los hay con lágrimas, con risas y con todo a la vez; incluso unos cuantos con las uñas de una mano clavándose en la otra para no hacer algo peor. Tenía un puñado escritos en la fragilidad de una bandeja de correo, de tarjetas SIM, proyectados en pantallas efímeras y perdidos en el eco de auditorios más o menos formales. Incluso, muchos llegaron en silencio, sin darme cuenta, se tumbaron a mi lado y sólo con el paso de Cronos supe que estaban allí. Alguna vez también regalé alguno, no sé hasta que punto gustó mi presente, pero lo hice.
Pensé en centrarme en alguno, como aquél último día de clase en el colegio tras la secundaria, cuando recorrí todas las aulas que había pisado llorando como una Magdalena; despidiéndome de cada silla, de cada hora de Biología, de cada losa ajedrezada del pasillo. Luego pensé en finales rotundos como los que el Sábado Santo se producen en San Lorenzo… Más tarde pensé en finales efímeros como el de cada café, cada paquete de clínex o cada poema que se vuelve nuevo, eterno y antiguo cuando lo releo. El final de cada viaje se enredó en mis manos, con esa mezcla de alegría por volver, y de pena por eso, por el propio final… Vinieron a mi mente algunos concretos que se repitieron mucho, demasiado seguramente; finales en calles concretas, en esquinas concretas, con una desgana aprendida y una desazón también muy concreta. Entonces, reparé en los finales que no han llegado, en todos los que preveo a medio plazo, y que imagino mil veces como ocurrirán, a la vez que quiero retrasar…
Las semanas laborales tienen un final marcado en el viernes; este concretamente me pareció que no llegaría nunca, y quizás por eso mismo casi creí que no iba a poder cumplir con el encargo informal que suponía esta entrada. Pero no hay mal que cien años dure, plazo que no se cumpla y todas esas cosas. Llegó el final de esta semana, con lo bueno y lo malo que ella contiene, escribo mientras parece que el cielo se cae a trozos y como en el final de un vaso, veo claramente la resolución de estos días.

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Entrada cadena, encargo, meme o como lo quieran llamar, de La radio de los blogueros, como dijo una vez el flaco “mal y tarde estoy cumpliendo”, pero estos días no me permiten más.

martes, 8 de diciembre de 2009

Esta boca es mía


Más vale que no tengas que elegir
entre el olvido y la memoria,
entre la nieve y el sudor.
Será mejor que aprendas a vivir
sobre la línea divisoria
que va del tedio a la pasión.

No dejes que te impidan galopar
ni los ladridos de los perros,
ni la quijada de Caín,
que no te dé el insomnio por contar
las gaviotas del destierro,
las amapolas de París.

Te engañas si me quieres confundir,
esta canción desesperada
no tiene orgullo ni moral,
se trata solo de poder dormir
sin discutir con la almohada,
Donde está el bien, donde está el mal.

La guerra que se acerca estallará
mañana Lunes por la tarde,
y tú en el cine sin saber
quien es el malo mientras la ciudad
se llena de árboles que arden
y el cielo aprende a envejecer.

Y sal ahí
a defender el pan y la alegría
y sal de ahí
para que sepan que
ESTA BOCA ES MIA




Joaquín Sabina
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