domingo, 7 de agosto de 2011

Bélgica





PREFACIO

Me llevé el netbook para descargar fotos, para escribir cada día lo ocurrido y que no me pasara como siempre, que vuelvo a casa tras un viaje sin ordenador con la cabeza repleta de información mezclada que parece que se me va a borrar de un momento a otro; pero nada, intento inútil. Estábamos tan poco tiempo en nuestra casita del Sablon, y con tanto cansancio en esos ratos, que apenas miraba el correo y alguna red social, nada más. Hice el intento de ponerme a escribir pero parece que no era el momento o algo, porque nada llegaba a buen puerto y era borrado. No sé si debería probar con una grabadora “tomanotas”, lo mismo resultaba más efectivo.
Ahora ya estoy en casa, bajo el calor sevillano, cansada, con los horarios al revés, pues acabamos acostumbrándonos a nuestra vida belga, almorzando pronto y poco, cenando por la tarde, cosa que era muy efectiva ya que era la mejor forma de levantarse a buena hora, esto es, temprano, para coger trenes y recorrer un país que me ha gustado mucho más de lo que pensaba cuando me fui. Recorrer el país tal vez es exagerado, evidentemente aún quedan ciudades y pueblos que seguro me habrían encantado, pero nunca pienso que no voy a regresar a los lugares de los que me enamoro.
Ahora me enfrento a esta entrada, y no sé como lo haré, si en varias entregas o en una sola e interminable; no sé como la fragmentaré ni si conseguiré llevar algún orden. Como siempre, no es una guía ni nada parecido, son mis impresiones, mis sensaciones, y están condicionadas por mi estado de ánimo o mi propio gusto; así que haber que sale de todo este batiburrillo…

AEROPUERTOS Y VUELOS

Siempre he dicho que no me da miedo volar; y puede que dentro de poco empiece a afirmar lo contrario. No por volar, incluso podría decir que me encanta esa sensación, pero cada vez estoy menos receptiva a la parafernalia previa a subirse al avión… Desde que me quitaron el aparato de los dientes creí que mi vida al pasar los arcos de seguridad sería mejor, pero por lo visto no. Intento cumplir con todo, incluso tengo una bolsita reglamentaria para llevar mínimas cantidades de líquido a bordo, pero por más que lo intento, no es posible para mí subir a un avión sin incidencias. A la ida pasé el arco sin pitar y sin más problema, aunque mi madre no se libró del cacheo porque ella sí pitó. Cuando me disponía a recuperar mi equipaje de mano la cola estaba detenida. Pensé que algún imbécil trataba de pasar alguna cosa no permitida, hasta que fui a echarle la mano a mi mochilita y el civil me preguntó muy serio si era mía… La imbécil rematada era yo, obviamente. Me llevó a un lado, con mi madre aún más nerviosa pensando que me dejaban en tierra o algo, y me dijo que habían visto un objeto alargado, metálico y raro: ¡El minitrípode! Mi imbecilidad era máxima, ya que haciendo las maletas pensé que no era algo indispensable y que no debería llevarlo, pues incluso me dio por pensar que se vería muy raro en el escáner, pero tonta de mí se ve que al final no eché cuenta a mis propios pensamientos y lo metí con las cosas de mano. En un gran respeto por mi intimidad y mi persona, el señor agente me dijo que sacara yo la cosa mientras le contaba todo esto. Al encontrar el objeto de la discordia le enseñé que incluso tenía las puntas engomadas, que con eso no se podía hacer daño, y él me dijo que me creía, que tenía cara de buena gente. Volvió a pasar la mochila y fin del incidente. El vuelo fue normal, salvo por la de niños revoltosos que nos tocaron en suerte. El problema no eran los niños, que al fin y al cabo eran eso, niños, el tema eran sus padres pasotas que volaban tranquilamente mientras los demás sufríamos el incordio.
Aún quedaba la vuelta, mis peripecias aeroportuarias no podían quedarse aquí, porque desgraciadamente parece que siempre tienen que pasarme a mí los espectáculos bochornosos. En el aeropuerto de Bruselas fui a pasar el arco y pité, cosa rara pues llevaba un vestido largo sin remaches ni cosas metálicas que te puedan jugar malas pasadas, me había quitado las pulseras, los colgantes, los pendientes y… tonta de mí, me olvidé un par de anillos de plata que siempre llevo. El arco imagino que estaría sensible pues en Sevilla pasé con esos mismos anillos y unos pantalones llenos de cosas metálicas y el detector no se chivó… En fin, me gané un cacheo de los de libro, no se limitaron a pasarme el detector, sino que comprobaron manualmente que no llevaba un fusil atado a la pierna. Pero ahí no quedó la cosa, pues cuando fui a por mi bolso en que llevaba las cosas justas, ni trípode ni nada, vino otro agente de seguridad para preguntar si era mío. Me pidió permiso para mirarlo, y tenía que habérselo dado también para que luego me lo devolviera tal cual, pues tras sacarlo todo, me devolvió una batea con todas mis cosas ahí tiradas, me habían sacado los pendientes de una bolsita, y creo que todo el problema era el aplicador del Lip gloss, que a pesar de ir en su bolsita reglamentaria se veía peligroso en la pantalla según ellos.
Ocurrido todo esto, recordando esos crueles años de ortodoncia donde me cacheaban cada vez que cruzaba un detector, a pesar que advertía que eran los brackets, me dio por pensar que quiero pedir los datos de esto, quiero pruebas de que sufro estas degradaciones personales por un bien mayor. Exijo estadísticas de las drogas, armas y demás cosas perjudiciales que incautan en estos controles. Quiero saber cuántos terroristas detienen en los aeropuertos, necesito que me digan la de muertes que han evitado estos controles para sentirme más útil y menos ultrajada.
Tras despotricar de todo esto, cuando ya más o menos se me había olvidado todo lo del control de embarque, subimos al avión, fila 10. Fue mi hermano el primero en darse cuenta de que tenía mucho espacio para sus largas piernas en la fila 10. Resultó que estábamos sentados junto a la puerta de emergencia. Mi madre empezó a insistir en que nos estudiáramos los iconos de cómo abrir la susodicha puerta; nosotros nos descojonábamos de esto, la verdad. Entonces apareció una azafata felicitando a mi madre en francés por su insistencia en las normas de seguridad. Luego nos preguntó que idiomas hablábamos, incidiendo en que alguno de los tres debía hablar inglés, francés o alemán por si el piloto nos daba instrucciones. En ese momento ya la risa se nos fue un poco… Yo hasta ahora no era consciente de lo que padece la gente que se sienta junto a las salidas estas en los aviones. Nos comentó que como mi madre ya había indicado, debíamos estudiarnos las instrucciones, que eso era de vital importancia. También nos quitó el equipaje de mano que llevábamos bajo las piernas y lo puso arriba, la gente que se sienta en tan comprometido sitio del avión tiene que mantener el suelo despejado… Mi hermano ya empezaba a preocuparse de que pudiera ocurrirnos algo y de tener esa responsabilidad en sus manos, ya que era quien estaba en la ventanilla, junto a la puerta de marras. La azafata cada vez que pasaba nos decía algo, y otro azafato, este ya hablaba español, vino a confirmar que nos habíamos enterado de todo… Casi temimos que nos hicieran un exámen o unas preguntas o algo. Yo incluso temí dormirme, lo mismo no podía hacerlo en esa nueva condición de salvadora de vidas… ¿Y el baño? ¿la gente de la fila 10 podía ir al baño? Tal vez no, me daba miedo que tampoco nos dejaran porque nuestro sitio exigiera una dedicación plena. Por suerte no pasó nada y no tuvimos que demostrar lo bien que nos habíamos aprendido la teoría de la puerta, pero realmente espero no caer más en un sitio así, había mucha presión a cambio de un poco más de espacio para las piernas… No sé si es que me tocó una tripulación algo exagerada pero de ahora en adelante compadeceré a todos aquellos que se sientan junto a las salidas de emergencia en los aviones.

EL PAÍS ANTIGUO

No sé porqué, pero traigo esa sensación, la de que en algunos sentidos Bélgica es un país antiguo; y ojo, ahora que lo miro con perspectiva, esto no es ni bueno ni malo, sino una mezcla. Evidentemente de Bélgica sólo cabe decirse que “Es Europa”, lo es en el más bello concepto del continente, es limpia, urbana, educada, confiada, libre de la picaresca española en casi todas sus ciudades pese a haber pertenecido al imperio donde no se ponía el Sol. En todos los sitios que entré pagando entrada de estudiante no me pidieron el carné de la facultad, ni a mi hermano. Incluso en la Catedral de Amberes la chica de la taquilla me vendió la entrada joven sin pedírsela; cosa que incluso me hizo sentir mal, ya que la entrada joven era hasta los veintiséis, edad fatídica que cumplí hace poco más de un mes, pero claro, con mis converses y mi cara de niña sin pintar nadie pensaría eso, y yo no dije lo contrario. Incluso mi hermano, que sí es joven pero siempre parece mayor de lo que es, se ha paseado por museos como un joven al que nadie le pidió una identificación pues nadie parece creer que podría engañarse en algo así. Pero volviendo al título, es algo sorprendente, al menos para mí, que aún tengan en todos los trenes primera y segunda clase, denominada así, como en el siglo XIX, y que la tengan en trenes de cercanías o regionales. Para más inri, la diferencia entre primera y segunda, además del precio, es el asiento, la comodidad del mismo y el hacinamiento de personas, nada de periódicos, películas o café… Esto me extrañó, y también me extrañó que aún tengan jefes de estación, hombres con sombrero que usan sus silbatos para anunciar que el tren puede salir… Esto te lo encuentras tanto en un apeadero de pueblo como en la Estación Central de Bruselas, y a mí me parece curioso. También me llamó la atención que los trenes no los avisa una voz pregrabada, sino que son personas de verdad, que a veces hablan más lento, otras más deprisa, y otras, en un gesto de humanidad, se atragantan y tosen. Lo mismo ocurre con los avisos de las paradas en el interior de los trenes, nada de grabaciones o sintetizadores, todo personas con sus gargantas. Otro aspecto antiguo es “la señora de los lavabos”. En casi todos los baños tienes que pagar por entrar, y en casi todos está esa figura legendaria que mi madre me contaba, de la señora de los lavabos. Incluso en un McDonalds tienen su señora de los lavabos; aunque no niego que en ocasiones merece la pena dar cincuenta céntimos por disfrutar de un baño aceptablemente limpio, siempre con jabón y papel.
Lo dicho, ya no pienso que sea bueno o malo tener ciertos rasgos que a priori me parecieron arcaicos y que luego me parecieron positivos. Desde el punto de vista del empleo desde luego es algo bastante bueno al menos. Otra curiosidad para mí fue la afición por la leche en bolsas. En España también la hay, pero no es tan usual verla llenando estanterías de supermercados como allí…
Sacar la basura a tu puerta los días señalados es algo que me habían contado pero que nunca viví, pues nací con contenedores y hoy día basura neumática que va directamente por conductos internos a la planta de reciclaje o lo que sea, así que eso de las bolsas en las puertas los Lunes y Jueves a partir de las seis de la tarde es algo que aunque en cierto modo no me parecía higiénico, era pintoresco… Creo que en España hay sitios en que aún se recoge así la basura, pero ya lo he dicho, nunca lo he vivido y tal vez por eso me despertó tanta curiosidad. Eso sí, aquello es Europa, y la bolsa que dejas en la puerta tiene que ser una reglamentaria bolsa de basura, de no ser así, el basurero no te la recoge, y allí se queda.
Pero lo dicho, en las iglesias había velas a la venta, que pagabas echando el dinero en una hucha o caja no vigilada por nadie, incluso para entrar en algunos sitios se empleaba este sistema; tal vez por eso me chocó más el sistema ferroviario, la señora de los lavabos o la basura, pues esas cosas que yo considero antiguas contrastan con un civismo urbano y moderno que no sé si sería posible hoy por hoy en España… Tal vez los belgas sólo han evolucionado en lo que creían importante y han dejado como estaba lo que pensaban que estaba bien así.

LA CASITA DEL SABLON




Creo que el Sablón sería el símil bruselano a la Alameda de Sevilla, esto con sus distancias claro, que las comparaciones además de odiosas suelen ser injustas; pero tenía ese aire de barrio antiguo y reformado, esa mezcla de gente bohemia y moderna, los anticuarios cool y las tiendas de toda la vida…
Nuestra casita estaba en una de esas calles con cuestas tan típicas del centro, y tan letales para los gemelos. Era una típica casa flamenca, incluso parecida a las de Holanda; no muy grande a lo ancho, con varias plantas y una escalera inhumana. Al entrar teníamos un salón y una cocinita office, todo cómodo, un sofá estupendo para tirarse allí tras un día de patear calles, dos sillones tapizados a la flamenca, el mueble de madera tallado para la tele donde veíamos TVE 24 Horas y Canal Sur internacional como si estuviéramos en el exilio… También teníamos un aseo reducido a la mínima expresión, cosa inmensamente útil cuando uno llegaba a su casa deseoso de un WC gratuito y no le quedaban fuerzas de subir hasta el baño de arriba. La escalera hasta la primera planta era aceptable. Allí estaba mi cuarto compartido con mi hermano, todo muy diáfano, ni una puerta. También tenía un tocador tallado y un par de óleos muy aparentes. Es que el mobiliario bohemio de la casita me enamoró… Allí empezaba lo bueno, pues la escalera mutaba en una estrecha espiral que parecía que iba a dar paso a un campanario o algo. En la segunda planta estaba el baño, otra vez diáfano y sin puertas, como un salón de parqué en el que de repente te encuentras una bañera. Además, era vestidor, y al fin he podido disfrutar de lo práctico que es tener el armario en el baño, cosa que al principio me parecía un coñazo pero lo dicho, al final me resultó comodísimo. Arriba del todo, tras otro tramo infernal de escaleras, estaba el otro dormitorio, lleno de ventanas y claraboyas en el techo, muy útil como despertador natural, pues a las seis de la mañana el sol te daba de pleno en la cara y ya la alarma del móvil estaba de mero adorno…
No hace falta decir cuánto me habría gustado quedarme allí viviendo, en mi casita flamenca, con las escaleras infernales que me habrían obligado con el tiempo a perder un par de kilos o más.. Y ha sido divertido, porque nos han permitido hacer a cada rato esa gran parodia que no nos cansábamos de repetir…


HISTORIA DE CUATRO CIUDADES

Bruselas, Brujas, Amberes y Gante. La primera es donde residíamos, la segunda es la que todo el mundo adora, la tercera es la que me enamoró y la cuarta con la que me peleé…

Bélgica en sí no es un país grande en extensión, pero debo decir que sobre todo sus ciudades me resultaron más grandes de lo que esperaba. Creo que debí pensar que era una prolongación de Holanda, y aunque ambos son países bajos, flamencos ellos, no era consciente de lo diferentes que podían resultar. Además de las diferencias religiosas, que a su vez condicionan las diferencias artísticas, Bélgica es más limpia, puede que más afrancesada… aunque como ya he dicho, comparar siempre es injusto y a mí en su día me encantó el país vecino.

Bruselas me resultó provinciana a la vez que cosmopolita. Sus calles y aceras adoquinadas, llenas de cuestas y escaleras, podían parecer a veces las de un pueblo, y en otras ocasiones te dejaba ver que a muchos efectos, estabas en la capital de Europa. La primera noche, ansiosos por ver algo, llegamos a la Grand Place donde se ajusticiaban luteranos, donde vivió Victor Hugo, donde las revueltas, la sangre y los siglos compusieron la ciudad actual. Fuimos al Atomium, al Palacio de Justicia, al Palacio Real, al estadio de fútbol local of course… Vimos el Manneken Pis, comimos gofres con fruta y chocolate por la calle manchándonos enteros, nos dejamos fascinar por la Catedral de San Miguel y Santa Gúdula, e incluso vimos algunas iglesias más, llenas de madera tallada y vidrios de colores… Nos dejamos caer brevemente en algún parque y disfrutamos, sobre todo yo, del museo de Bellas Artes, que además de poseer algunos cuadros de Rubens que Napoleón les devolvió (porque a ellos si les devolvió cosas le Pettite Cabrón que diría Pérez-Reverte), la ampliación del museo está por completo dedicada al genial René Magritte. Ahora en mi casa hay una caja de deliciosas galletas belgas con una pipa que no es una pipa en su tapadera; no puedo pedir más…
Después de haber estado allí, no me importaría ser eurodiputada la verdad.




Todo el mundo te recomienda Brujas. Brujas es la ciudad patrimonial, medieval, la ciudad de cuento. Otra ciudad que se autodenomina “La Venecia del Norte” aunque he de decir que ninguna ciudad con canales, al menos de las que yo conozco, iguala a la italiana. Allí deseas que pasen los minutos, no por matar el tiempo, sino porque es encantador escuchar las melodías del campanario de la Burg Plein. La cerveza local, la capilla de la Santa Sangre, dividida en dos plantas, la Catedral, sus cisnes, sus jardines, las brujas de los escaparates que creo que solo nos venden a los españoles ya que el nombre de la ciudad viene del plural de la palabra “puente”, hacen de esa ciudad un lugar pintoresco, un sitio indispensable, incluso es un buen marco para comer algo muy típico en Bélgica, una cazuela de mejillones con patatas fritas, porque a los flamencos les encantan las patatas fritas… Y un apunte croquetero para mi amiga Zapateiro, las croquetas cuadradas. Estas eran de queso, pero cuando caí en hacer la foto ya sólo me quedaba una.

Ya he dicho que me enamoré de Amberes, y nunca nadie es objetivo cuando habla de la persona amada.
La verdad es que me mosqueó leer en una guía que la visita a Amberes era prescindible si no se ha visitado aún Brujas o Gante, pero como ya he dicho, Gante y yo tuvimos un desencuentro que luego relataré…
Amberes posee como principal encanto para mí la casa de su pintor garante, Rubens, quien casualmente no nació allí, pero amó su ciudad como el que más. Como suele ocurrir en las casas museos, no contienen muchas obras de quien las habitó, pero a mí no me importaba. Su jardín, sus paredes, su taller… La personalidad del pintor, reflejada en cada mueble, cada objeto de su colección particular para mí eran suficientes. Puede que sea una cotilla, hay a quien le gusta ver la casa de la Preysler en el HOLA y yo flipo con Pedro Pablo, así es la vida…
Amberes también tiene un museo de arte que imagino maravilloso, pero que nada más llegar a la oficinita de turismo de la estación, me informaron de que estaba cerrado; yo pregunté si al día siguiente también lo estaría, y el dependiente que tenía un humor tipo el mío me dijo que sí, y que al otro también, y el mes siguiente igual, hasta completar los siete años que se prevé que estará cerrado… Mi hermano vió el cielo abierto y yo casi me echo a llorar allí, pero le dije al tipo que volvería en ocho años en ese caso, y me consolé más tarde, cuando me llevé el sorpresón de que en su fabulosa catedral tenían una exposición con algunos cuadros de Rubens de los que deberían estar en el museo cerrado.
Pero para mí aquella ciudad era todo, era la capital mundial del diamante, el lujo de sus tiendas y los coches que circulaban, su fantástica estación, sus iglesias embellecidas por artistas locales, el puerto, el gusto que tienen por la moda… Es ese tipo de ciudad que además de visitarla te gusta vivirla y disfrutarla.


Llegué a Gante con el cansancio de todos los días pasados, casi creí que me iba a poner enferma o algo. Comenzó a llover, más fuerte que las jornadas anteriores, todo parecía hostil, el camino de la estación al centro se me hacía largo, feo, tortuoso… Lo dicho, esto no es una objetiva guía de viajes, son mis impresiones, condicionadas por mi propio estado de ánimo. Debo decir que luego la cosa mejoró un poco, aunque seguía sin convencerme del todo, con las esperanzas que yo había puesto en la ciudad natal de Carlos V. Por cierto, fui al lugar donde este nació, hoy en día es una placita bastante corriente con una estatua del Emperador y coches mal aparcados… A veces las ciudades tienen el encanto que tú te empeñas en verle… La Catedral me gustó, era gratuita e incluso la visita a la cripta, que es casi otra Catedral en el sótano, no tenía coste alguno, pero entonces vino el mosqueo. La Adoración del Cordero Místico, de los hermanos Van Eyck, obra muy destacable del arte flamenco, costaba cuatro euros. A esas alturas estaba tan enfadada que decidí hacer lo que nunca hago. Pasé por completo, no pagué nada, ni convencí a mi familia, acostumbrados los pobres a que los arrastre a mis caprichos artísticos con la excusa de “Merece la pena pagar por ver obras de arte que sólo has visto en los libros…” No hice nada de eso, no me habría importado pagar por entrar a la Catedral como hice en el resto, pero que cerquen así un reclamo no me pareció bien. De hecho, la ubicación original de la obra no era esa, sino otra capilla donde hoy día figura una copia, con la que me hice una foto por puro coraje… Prosiguió el paseo por la ciudad, el barrio cercano al puerto, el castillo de los Condes de Flandes y su museo de la tortura. Es paradójico que esto fuera lo que comenzó a mejorar la visita; los castillos medievales siempre son una buena opción. También puede que el hecho de tomar unas típicas patatas fritas con una cerveza Jupiler antes de esto, animara la cosa. Pese a todo, la más famosa chocolatería de la ciudad estaba cerrada, otra estocada para mi ánimo. Tal vez en otro momento la ciudad me habría causado mejor impresión, tal vez su aspecto, más español y menos belga de lo que yo esperaba, pese a ser la cuna del gofre, bendita idea tuvieron; pero el amor es así, a veces funciona y a veces no… Tal vez vuelva algún día y consiga una bonita amistad.


EL PALADAR BELGA

La parte gastronómica ha tenido gran peso en este viaje; aunque como siempre, no se podía almorzar más de la cuenta si pretendes seguir pateando aceras de adoquines en lugar de echarte una española siestecilla…

Las cervezas pueden ser rubias, blancas, negras, tostadas, rojizas por ser de cereza, verdes… Tras haberlas probado todas, yo me sigo quedando con la rubia, había dos que eran de mis favoritas, una muy popular que no recuerdo el nombre, y otra también muy extendida por allí llamada Jupiler; aunque puede que esta predilección no sea casual, eran las más parecidas a la Cruzcampo, que la cabra siempre tira al monte…
El chocolate allí es una religión, y yo propondría que fuera Patrimonio de la Humanidad, en todas sus formas y maneras. Los gofres te los hacen en el momento, nada que ver con los que nos venden aquí, además de que su variedad es inacabable ya que los combinan con todas las frutas troceadas y mermeladas que se te ocurran. Los bombones, las chocolatinas, las enormes piruletas cuadradas de cacao (versión belga de esa chuchería sanluqueña que se conoce como “adoquín”), los pasteles, los gofres y los pinchos de fresas bañados en chocolate, son cosas que allí saben más intensamente que en ningún sitio. De hecho, no ha sido buena idea traerse cosas de estas a Sevilla, pues se derritieron y al volverse a solidificar no saben igual… Las galletas Speculoos tampoco son desagradables, te las ponen siempre con el café e incluso hay una especie de flan hecho con ellas que está bastante rico.
Las croquetas de queso como la que puse antes, las carnes, los mejillones y demás, son cosas que hay que probar. Ya en Amsterdam descubrí el extraño placer que sienten en los países bajos por comer patatas fritas con salsa en cualquier parte,
y aunque al principio parece ridículo, luego es algo bastante socorrido. Paradójicamente no hemos comido coles, tampoco recuerdo haberlas visto especialmente en los restaurantes o como guarnición, lo mismo a ellos tampoco les gustan.
La afición del pueblo belga por la sopa es casi inquietante. Ya en el avión, que era de la compañía Air Brussels, vendían por un módico precio sopa de tomate, que para mayor asombro mío la ponían con las bebidas. Pero el olor a sopa que tantísimas veces percibí en todo el viaje me parecía más cercano al de la sopa de pollo. Entrabas en un tren a las nueve de la mañana, y ya olía por todos lados a la dichosa sopa… Olía por las calles, en las estaciones, a veces hasta en ciertas zonas de los museos, y tanto era el empacho que nunca llegamos a pedir una misteriosa sopa de aquellas y no supe si yo estaba en lo cierto y era de pollo. El pollo también les gusta bastante, te ponen medio en casi cualquier sitio que vendan comida, y eso me traía a la mente todo el tiempo aquella canción de Kiko…
Cerca de casa pasaba todos los días algo que yo había visto en la tele y no recuerdo haber visto antes en otro país hasta ahora, aunque a base de exprimirme el cerebro creo recordar que en Londres alguna vez pasó cerca… Me refiero a la popular ¡la furgoneta de los helados!

En fin, en el aspecto de comer y beber es un gran país, diferente claro está, con otras costumbres y horarios, pero no se puede pretender ir a Bruselas a comer adobo del Blanco Cerrillo, eso no tendría ninguna gracia.

EPÍLOGO

Al fin concluyo la entrada. Estuve allí una semana y casi he tardado otra en contarla. Lo peor de todo es que a estas alturas, pocos continuarán leyendo este ladrillazo… Cabezonerías de las mías, no quería dividirla, no sé exactamente porqué…
Y si pienso en esas cosas, esas cosas que ahora no recuerdo pero que cuando la vea publicada acudirán a mi mente, atenazándome, y tendré la sensación de que me olvidé tanto de lo importante…
Tras un año algo regular, parece que la cosa se empieza a enderezar. Pasear por las calles perfumadas de dulce y sopa, ya sin preocupaciones de exámenes, notas y demás era una sensación que no sabía que podría sentir allí, pero la sentía y disfrutaba tanto de ese estado que tal vez aquello hizo del viaje una situación aún mejor.
Y ese estado positivo es el que hace que no despotrique por ejemplo de lo extraño que se me hace que el Manneken Pis sea tan famoso, cuando es tan pequeño e insignificante como uno se pueda imaginar…
También se me olvidaba contar la nueva contribución a mi ajuar, ya que me compré un pañuelo de encaje con una “M” bordada, y ahora mi madre dice que eso sólo es digno de que lo use el día de mi boda… lo dicho, mil cosas en el tintero…
Pido perdón por lo extenso, no puedo excusarme más por ello; al fin y al cabo parece que eso pasa con Bélgica, yo también creí que era un país más reducido de lo que resultó finalmente.
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