jueves, 4 de octubre de 2012

Calderón


“Los caballos son como las personas, te ponen a prueba y ven hasta donde llegas tú y entonces saben hasta donde pueden llegar ellos”
  Había caído el sol en esa pequeña ciudad que el Guadalquivir eligió para morir un buen día, y paseando a lomos de  Calderón  me contaba esta verdad tan simple y compleja el monitor de la cuadra.
   Al principio el caballo no me hacía ningún caso; yo había montado muchas veces pero tal vez nunca un equino como este, que me pusiera a prueba, que no fuera manso para dejarse guiar por mí nada más poner un pie  en el estribo. Lo espoleé para que avanzara, llevé cortas las riendas apretando el tiro del bocado para que obedeciera mis cambios de dirección… Comenzó  a obedecer pero manifestaba descontento  cabeceando constantemente. Entonces me di cuenta de que  me podía estar pasando, solté un poco las riendas dejándolas largas y con el simple movimiento del estribo Calderón entendía que debía apretar el paso, obedecía a los cambios de dirección con un leve tirón de la rienda.  A la vuelta sabía que pronto  estaría en su establo y cenaría por lo que comenzó a trotar. Nuevamente volví a tener que hacerme respetar, corregí su marcha y a regañadientes hizo caso otra vez a lo que yo mandaba. Entonces fue cuando me dijeron lo que  contaba al principio, mezclando varios conceptos en mi mente. Es una pena hacerse obedecer a base de castigo, aunque en ningún momento hice daño al caballo, en todo caso será algo molesto para él. La psicología conductista ya desarrollaba la necesidad de utilizar  el “castigo”  como modificador de la conducta, aunque sea una teoría bastante denostada por psicólogos posteriores. Tal vez en esta historia yo no era la mala persona que castigaba a un animal tan bello y noble como aquél caballo hispano-árabe sino que como había dicho el joven y sabio monitor, él me había puesto a prueba y yo había sabido marcar mi límite…
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