martes, 22 de mayo de 2012

El Conde de Montecristo – Alejandro Dumas


‑¡Edmundo!  ‑dijo la pobre madre tocando todos los resortes – Edmundo, cuando os llamo por vuestro nombre, ¿por qué no me respondéis –Mercedes-?
‑¡Mercedes! ‑repitió el conde, ¡Mercedes! Sí, tenéis razón, aún es grato para mí ese nombre, y he aquí la primera vez hace mucho tiempo que resuena tan claro en mis oídos al salir de mis labios. ¡Oh, Mercedes!, he pronunciado vuestro nombre con los suspiros de la melancolía,  con los quejidos del dolor, con el furor de la desesperación; lo he pronunciado helado por el frío, hundido entre la paja de mi calabozo, devorado por el calor, revolcándome en las losas de mi mazmorra. Mercedes, es preciso que me vengue, porque durante catorce años he padecido, he llorado, maldecido; ahora, os lo repito, Mercedes, es preciso que me vengue.
Y temiendo ceder a los ruegos de la que tanto había amado, Edmundo  llamaba en su socorro a todos los recuerdos de su odio.

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   Nunca me ha gustado mi nombre; manía, poca originalidad porque es un nombre muy extendido en mi familia alcanzando a mi propia madre, es nombre de coche… historias… sea como fuere, no me gustaba. Pero a veces la literatura, esa poderosa herramienta, ese instrumento que te permite viajar, vivir otras vidas, conocer otros mundos e incluso pensar y sentir como otros hombres y mujeres, me dio  una nueva visión, un nuevo sentido de mi propio nombre, recogido en este párrafo ya expuesto. Es una réplica de la pluma de Dumas, en que el hombre que ahora se hace llamar Conde de Montecristo evoca, repite, explica a la mujer que tanto amó su tormento y su plan; y todo reiterando ese nombre que no había querido pronunciar en mucho tiempo, el de la protagonista femenina de la novela, el mismo que el mío.
 Obviamente no es que me sienta identificada o aludida, pero si es verdad que al leerlo me quedé pensando en cuan bello era este fragmento en el que el nombre que tan poco me gusta se repite una y otra vez…
  Lo dicho, la literatura, que gran prodigio.

miércoles, 2 de mayo de 2012

La casa de mis sueños




   Era un ejercicio de tantos otros que hacemos a diario, cosas que parecen nimias y fomentan la introspección, el autoanálisis y mil cosas más.
  Había que pintar o al menos esbozar, tu casa ideal, la casa que te gustaría tener sin importar dinero, lugar, dimensiones… luego nos poníamos por parejas, a ser posible con una persona de la clase que no conociéramos mucho. Una vez emparejados había que dibujar la casa que creías que era la ideal del compañero o, más frecuente en mi clase, compañera.
   La primera conclusión que saqué es que como me conocía yo más  a mí misma  que nadie, dibujé el interior de mi casa soñada, mientras que de la casa de mi pareja dibujé el exterior.
   La verdad es que acerté yo más con su casa que ella con la mía. Me dibujó un lugar apartado, campo o incluso la soledad de las montañas, donde yo tenía una casa inmensa, creo que incluso con animales. Una especie de rancho con un todoterreno en el garaje.  
   Yo había dibujado, o intentado dibujar una casa que para colmo de realismo, existe, aunque eso no hace más posible que yo algún día viva en ella. Es un pequeño dúplex donde creo que no sería aconsejable tener mayor animal que un gato… No es para nada una vivienda grande, tiene una pequeña cocina y un salón moderado, un baño pequeño, un dormitorio grandecillo y otra habitación que en mis sueños sería un cuarto de estudio, despachito o similar… Y por supuesto, este pequeño piso está en un corral de  vecinos restaurado en una calle muy céntrica de la ciudad.
  No me quejo del dibujo que me hizo mi compañera, no estamos obligados a conocernos todos teniendo en cuenta que somos más de sesenta; pero me intriga que pudo ver en mí, en mi actitud, mis comentarios o mi apariencia física para pensar que me gustaría vivir en un casoplón apartado de la civilización rodeada de prados y caballos…  No niego que como a todos, a veces me tienta el apartarme, incluso a veces bromeo con mi familia cántabra con irme a su casa campestre, a ver caer la lluvia mientras escribo en esa maravilla de piedra y madera…  Los caballos tampoco me disgustan aunque creo que para pasear simplemente, el resto de cosas que implican los equinos son más trabajosas y huelen mal…
   A mi compañera le garabateé una casa grande que le gustó bastante, solo cambió un lago que le puse por una piscina gigantesca.
   Lo más paradójico del ejercicio para mí fue cuando un rato después de haberlo terminado caí en la cuenta de lo absurdo de mi dibujo. Podía elegir cualquier vivienda, no importaba la disposición, el dinero o el lugar, y en vez de inventarme  una  mansión victoriana o algo así, caigo en el realismo más supremo y me ubico en un piso de alquiler municipal que ni sé si llega a los sesenta metros cuadrados, no sé calcular superficies y la escalera me entorpece mucho mis cuentas…
   Definitivamente al haber elegido esa casa no sé si demuestro ser muy realista, muy conformista o muy tonta, aunque ya digo, dudo que pueda vivir algún día en ese sitio…
   Me pasará como a mi Barbie, que en lugar de tener su mansión rosa, yo tenía la caravana…
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