Odio los Martes, todos, no sólo los que tienen el 13 como compañía, sin excepción no me gustan y no son días en los que me pasen cosas especialmente buenas, y esos hechos son fatales para una supersticiosa como yo, pues me dan la razón, y aumentan mi creencia, alimentan mis manías.
En parte creo que no todo lo estrictamente genético se hereda, o es otra casualidad de esas en las que no creo, pues mi madre dice que su padre, mi abuelo, era otro odiador de los Martes como yo. Y conste que ni llegamos a conocernos en esta vida, no pudo decirme nada o predisponerme, pero parece que en cierto modo adquirí esa fobia contra un día dedicado al dios de la guerra.
Sin embargo el martes pasado fue diferente, me han dado una de las mejores noticias de los últimos tiempos.
Desde hace ya muchos puñados de semanas, he empezado un cambio horizontal en ciertos aspectos de mi vida. Rehúso medias tintas, llamo a las cosas por su nombre, pienso en mí, no he dejado de pensar en los demás pero pienso en mí, que no es poco. Esta actitud es buena y mala. Es una purga mental, una limpieza del espíritu, y como en todo, hay quien se toma bien tu cambio y se alegra por ti, y hay quien no lo entiende y se lo toma peor. Pienso mucho en la amistad últimamente, como concepto completo y global, como concepto parcial… Pienso en mí, en los años, en la gente, en el círculo psicoafectivo y el compromiso o la implicación, que son conceptos ligados y que a menudo se olvidan. No me arrepiento de mi cambio ni de las vueltas que ahora le doy a todo. Como sigo siendo igual de supersticiosa que cuando empecé a escribir este post, entiendo esto como algo bidireccional, las señales malas traen malas cosas, y las buenas señales auguran cosas geniales.
Y tras tanto darle vueltas en estos días a tantas cosas y sentimientos amaneció un martes extraño, nada caluroso, gris, que anunciaba lluvia y que estalló en truenos a media tarde. El agua caía como una manta refrescante que lo limpiaba todo, que se llevaba lo malo. El perfume de la tierra mojada invadía el salón de casa mientras yo sonreía y quería seguir riéndome de las bromas y guiños del destino, de las paradojas de la vida y de las casualidades en las que no creo. Resultó que ese amigo del que ya os hablé, al que hace tanto que no veo, se viene un año al Sur, se viene muy cerca, mucho más cerca de lo que él creía. Antonio Gala lo requiere para su Fundación, y allí, entre otros compañeros estará con ese otro amigo del que ya os hablé en otra ocasión, y del que alguna vez robé una imagen para ilustrar entradas, sentimientos y sueños. Y todo eso en un día de lluvia, con lo que yo la amo…
La amistad es curiosa, más fuerte de lo que muchos creen. Los giros del azar son impredecibles, y a mí todo esto me parece una confirmación de que no me he equivocado en lo que pienso.
A veces las señales son tan complicadas como la de la foto, a veces es cuestión de saber interpretar, y a veces se trata de equivocarse en la interpretación; y a veces, sólo algunas veces, existen excepciones, y los Martes dejan de ser Martes, y tus supersticiones son tonterías ancestrales.
En parte creo que no todo lo estrictamente genético se hereda, o es otra casualidad de esas en las que no creo, pues mi madre dice que su padre, mi abuelo, era otro odiador de los Martes como yo. Y conste que ni llegamos a conocernos en esta vida, no pudo decirme nada o predisponerme, pero parece que en cierto modo adquirí esa fobia contra un día dedicado al dios de la guerra.
Sin embargo el martes pasado fue diferente, me han dado una de las mejores noticias de los últimos tiempos.
Desde hace ya muchos puñados de semanas, he empezado un cambio horizontal en ciertos aspectos de mi vida. Rehúso medias tintas, llamo a las cosas por su nombre, pienso en mí, no he dejado de pensar en los demás pero pienso en mí, que no es poco. Esta actitud es buena y mala. Es una purga mental, una limpieza del espíritu, y como en todo, hay quien se toma bien tu cambio y se alegra por ti, y hay quien no lo entiende y se lo toma peor. Pienso mucho en la amistad últimamente, como concepto completo y global, como concepto parcial… Pienso en mí, en los años, en la gente, en el círculo psicoafectivo y el compromiso o la implicación, que son conceptos ligados y que a menudo se olvidan. No me arrepiento de mi cambio ni de las vueltas que ahora le doy a todo. Como sigo siendo igual de supersticiosa que cuando empecé a escribir este post, entiendo esto como algo bidireccional, las señales malas traen malas cosas, y las buenas señales auguran cosas geniales.
Y tras tanto darle vueltas en estos días a tantas cosas y sentimientos amaneció un martes extraño, nada caluroso, gris, que anunciaba lluvia y que estalló en truenos a media tarde. El agua caía como una manta refrescante que lo limpiaba todo, que se llevaba lo malo. El perfume de la tierra mojada invadía el salón de casa mientras yo sonreía y quería seguir riéndome de las bromas y guiños del destino, de las paradojas de la vida y de las casualidades en las que no creo. Resultó que ese amigo del que ya os hablé, al que hace tanto que no veo, se viene un año al Sur, se viene muy cerca, mucho más cerca de lo que él creía. Antonio Gala lo requiere para su Fundación, y allí, entre otros compañeros estará con ese otro amigo del que ya os hablé en otra ocasión, y del que alguna vez robé una imagen para ilustrar entradas, sentimientos y sueños. Y todo eso en un día de lluvia, con lo que yo la amo…
La amistad es curiosa, más fuerte de lo que muchos creen. Los giros del azar son impredecibles, y a mí todo esto me parece una confirmación de que no me he equivocado en lo que pienso.
A veces las señales son tan complicadas como la de la foto, a veces es cuestión de saber interpretar, y a veces se trata de equivocarse en la interpretación; y a veces, sólo algunas veces, existen excepciones, y los Martes dejan de ser Martes, y tus supersticiones son tonterías ancestrales.