jueves, 11 de junio de 2015

Tres colores para una ciudad

Toulouse es rosa, no rosa a la manera de una idílica canción en que se ve la vida de determinado color, sino rosa de verdad. Rosa en la manera que lo son las piedras que dan forma a la piel de la urbe. Ladrillos rosados apilados tras el paso de pueblos romanos, escenario del exterminio de los cátaros, lugar del martirio de San Saturnino, morada ocasional de Santo Domingo, sepulcro de Santo Tomás de Aquino, rincón de la decapitación de Montmorency, refugio del gobierno republicano español y cuna de "La Resistencia". 



La "Ville Rose" te deja ver su pasado en calles estrechas que se amplían en plazas y bulevares de una ciudad rosácea que suena a tango, pues vio nacer al mismísimo Carlos Gardel.

Toulouse también es azul, uno especial, el que proporciona lo que allí llaman cucaña o cocagne, científicamente "Isatis Tinctoria". Esta planta se extendía por el Languedoc, proporcionando un tinte azul para el paño que a veces se denominaba como azul pastel. Ese azul se diluye en las aguas de los canales, en el atardecer de su playa artificial, azul terroso y voraz en el cauce del Garona, ese río que ha visto tanto…




Toulouse es violeta, ¿no es curioso? Violeta, como la mezcla del rosa y el azul pastel, violeta redundante en las flores violetas del Languedoc, violeta en el perfume que aún perdura en mi ropa blanca, violeta en el sabor de sus caramelos, violeta en el tacto del jabón de manos… También es violeta su alma, el tinte final de sus nubes,  su equipo de fútbol.


Y tres colores dibujan ese rincón del mundo, de Francia, de la literatura de Dumas, de los sueños que a veces me devuelven al Parque de Compans o a la tormenta que con medio cuerpo fuera de la ventana, redondeó una noche más de vino y queso.
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