
Las despedidas no son lo mío, no sé si porque no me gustan o simplemente porque no sé despedirme… A veces las despedidas son algo tajantes, demasiado definitivas para alguien que sabe que en la vida hay muy pocos puntos finales y muchos puntos suspensivos… Y además, las despedidas como las de estos días me turban. Empiezan a borrar todo lo malo, distorsionan el raciocinio que me gusta aplicar, y desequilibran mis balances. Momentos malos, los ha habido, muchos… momentos de tensión, de esos que te hacen alzar la voz, dar el portazo… y momentos angustiosos, de esos que de tanta angustia ni te dejan llorar, haciendo que te quedes exprimida, sin fuerzas y algo gris… Y sé que los ha habido, pero empiezan a quedarse lejos, algo borrosos… Me invade la pena de no ver cada mañana a mi mejor amiga de treinta años…, a “mi enana”, y a todas esas que cada día me han saludado con alegría, mientras yo tiraba el maletín y me sentaba de mala gana, porque madrugar, tampoco es lo mío… Y a pesar de mi mala leche mañanera, he visto una sonrisa cada día durante nueve meses. Incluso de Maui, lo que es la vida… No paro de pensar en algún momento insignificante pero especial que he vivido con cada una… Como con Esther y aquél ataque de risa en plena exposición de unos compañeros; nos reíamos del déficit del glutamato en el cerebro, que a la larga produce una enfermedad tan cruel como la ELA (esclerosis lateral amiotrófica) vamos, que aquello no era de risa pero son de estas cosas que no se pueden explicar… O Carmen de azafata, pasándome las transparencias, y esos exámenes donde antes de empezar le tocábamos la barriga a Olga, para que Laura nos diera suerte, que por cierto, pensé que le iba a dar por venir al mundo en alguno de estos… Y rápidamente me vienen muchas cosas más: mi juego del “¿quién es quien? de artistas”, los desayunos, las fotosíntesis con la fila de las Cáncer… Esas clases que me han dejado impartir, incluso de manera extraescolar, las dinámicas, todas las ocurrencias de mis compañeras… Y hablo en femenino porque la inmensa mayoría somos chicas, salvo nuestros dos niños: Juan que es el tío mas currante que conozco, y Alberto que ya quisiera yo ser la mitad de la mitad de lo feliz que es él.
Me estoy olvidando de momentos, y me estoy olvidando gente… pero la celeridad con la que todo pasa por mi cabeza hace que no teclee tan rápido como recuerdo… Los momentos “Cámera café” con Luz, y su forma de conducir… Y Mada, Virginia, Susana, Ángela, Almudena, Miriam… gente con la que me llevo mejor y algo menos, gente con la que no he tenido tanto trato como me hubiera gustado, gente que no volveré a ver y gente que me encontraré en alguna clase futura, en un bar o cruzando una calle… Y mis clases, mis profesores… A pesar de todo el cachondeo he aprendido mucho. Sé los contextos y marcos legales que regulan miles de medidas, proyectos y normativas en materia social; luego la mitad se descuidan o desatienden, pero ahí están… Sé la de trastornos del lenguaje que existen, con afectaciones de origen neuronal, articular… He conocido a Mary Ritchmon (Ángela, el mejor trabajo que hemos hecho nunca, jejeje), sé planificar una intervención laboral (o eso creo) y sé que todo lo que hagas lo lleva a cabo un equipo multidisciplinar, que es un poco el comodín de estas cosas… He hecho mil trabajos de mil cosas, he dormido al personal con exposiciones eternas cargadas de ese lenguaje pedante que a María le chirría… Y ahora, que me quedan algunas cervezas que compartir solo pienso en apurar lo poco que queda… Gastar las fotocopias que me quedan en la tarjeta, tomar un último café asqueroso de la máquina, ordenar todos los apuntes, trabajos y guías, por si en un futuro me sirven… Y con todo esto casi se me olvida las cosas que mas valoré… Esas clases que motivaban a implicarse, a veces desvariadas para quien no posea un punto de locura necesario para saltar de tema y pensar en papeles legales que caen del cielo, o en la auténtica pragmática del lenguaje…
En esta foto, hecha al final de este curso, faltan algunos, pero al verla puedo recordar la ilusión y la incertidumbre que hoy ya está desenredada, casi desatada… Claro que me queda otra aventura, las prácticas, el proyecto, la realidad de todo lo aprendido… Y saltando en el caos que tengo en la cabeza, vuelvo a recordar que esto era una despedida, o un hasta luego… Quizás el “Adiós muchachos” de Gardel era muy rotundo, o tal vez no hay nada adecuado para alguien que no se sabe despedir, o sólo soy alguien que quiere pensar que nunca estará…