
Antes de llegar admito que algo me tenía ganada esa urbe, pues había leído mucho sobre ella, pero nunca es comparable a conocer las cosas por una misma.

Durante la presentación de su último libro, escuché más de una vez y dos a don Antonio Gala decir aquello de que Venecia era “una zorra pintarrajeada”. Alegaba que históricamente ha sido una ciudad conflictiva en la política y las guerras y al final acaba pidiendo ayuda por el peligro de hundirse que padece. Dejando a un lado el amor que yo siento por esa “zorra pintarrajeada” en concreto, Amsterdam es todo lo contrario. En contraposición al victimismo que Gala odia, esta ciudad le planta cara al mar de una forma asombrosa, le gana terreno, vive de él, vive en él que no es lo mismo, come de él… Su imagen no es tan hermosa como la de la urbe italiana, pues sus canales y puentes no son tan bonitos, pero reconozco que siempre me llamó mucho la atención que de la nada (o de un primitivo dique donde hoy día se sitúa la famosa Plaza Dam) surgiera una ciudad.
Tal vez esa hippy que camino del Barrio Rojo cantaba esa eterna canción, era el bucle temporal de la ciudad, el recuerdo de otros años, la Amsterdam de Paco Gallardo y de tantos otros que veían en ella un mundo casi utópico.

Hoy en día no es exactamente ese efecto el que causa, aunque en cierto modo sí. La naturalidad y el tópico se dan la mano, lo cual me resultó asombroso. El olor a marihuana está por todas partes, impregnando la ciudad y a todos los que caminan por ella. Los escaparates dormitorios de las damas del placer se sitúan curiosamente frente a iglesias dominicas o muy antiguas como en el caso de la Oude Kerk; desde luego los sacristanes vivirán contentos… Las bicicletas son una invasión, una plaga; la anarquía de dos ruedas que te atropella, te obstaculiza el paso cuando las dejan en cualquier lado… Aunque les ofrezco una solución a este problema; si dejas a Mer allí dos semanas, tres como mucho, reeduca a la población segurísimo.
La gente es amable y despreocupada, y aún quedan pueblos como Marken o Edam que te muestran la Holanda de otro tiempo. Casi debería ser esto un punto y aparte, pues fue fantástico andar entre sus casitas de cuento, comprar queso en aquel antiquísimo Mercado del Queso al que dio autorización Carlos I, o Carlos V, según se mire, hace ya unos cuantos siglos. Eso también sería otro punto a destacar, la gastronomía, los cafés negros donde parar a tomar esos fantásticos sándwiches de croquetas, si, lo dije bien, sándwiches de croquetas con el adjetivo fantásticos, que no dietéticos claro; es que no se puede tener todo… También me gustaba lo de comer patatas fritas con salsa por la calle y esa gran bebida que es el “kopstoot”, cuya traducción era algo parecido a porrazo en la cabeza. Es una cerveza y un chupito de ginebra, que tu vas bebiendo a la vez haciendo tu mezcla; según dicen, bebida de marineros y gente algo baja, pero como no soy muy alta…

Me encantó ver La habitación , o Los comedores de patatas de Van Gogh, aunque lo más novedoso para mí fue un cuadro que Vincent le pintó a Gauguin, un retrato en el que este no aparece, y lo retrata plasmando una silla. También hubo pintura flamenca, Rembrandt, Vermeer, incluso conocí uno de los últimos museos que se han abierto en la ciudad, el Hermitage, una sucursal del Ruso podría decirse… He visitado el museo Histórico Judío, construido entre cuatro sinagogas. He paseado en barco, montado en tranvía… Por supuesto fuimos al Estadio del Ajax, para sumar un nuevo campo visitado a la lista…

Ha sido un viaje justo en tiempo, aunque como siempre quedan cosillas, como el Museo de Arte Moderno, o la Casa de Rembrandt, que estaban cerrados.
Como es costumbre, vuelvo con entradas, tickets, recuerdos materiales, fotos mentales y momentos impagables, como cuando delante de la puerta del hotel un bus estaba parado y su conductor pretendía cambiar una rueda con una cuñita de madera; lo mejor no es eso, lo más grande es que se trataba del autobús de Pajottenland, que digo yo que será un complejo lúdico, un parque temático o un club recreativo, vaya usted a saber, si en ese país la principal entidad bancaria se llama Rabobank.
Además, la lluvia, siempre ella nos acompañó un par de días, regalando días de playa diferentes; pues Holanda regala una sensación de otoño perpetuo.

Volviendo en el avión se mezclaban dos tipos de pasajeros, los nativos que volvíamos, y los nativos de allí que venían a Sevilla de vacaciones. Pensé en nuestro carrilito bici, y los ciudadanos que hacen uso de ella, que aunque muchos, nada comparable a lo de Amsterdam. Luego pensé en nuestra única línea de tranvía con un recorrido bastante corto, y vinieron a mi mente la de “trams” que había visto allí, tocando sus campanas frenéticamente para no atropellar a peatones o ciclistas; y me dio por pensar que aquellos turistas se iban a reír un rato. Claro, todo tiene sus cosas buenas y malas, pues son incontables las catenarias que allí hay, y a nadie le parece que hagan feo, aunque desde luego, si allí saliera La Carretería, a ver como lo arreglaban.
Cuando preparaba aquella guía de la ciudad, antes de que todo comenzara, se cruzó en mi camino una frase de José de Vasconcelos, “Un viaje se comienza con inquietud y se termina con melancolía”, y yo, una vez más puedo decir, que pocas sentencias hay tan ciertas como esta..JPG)

Volviendo en el avión se mezclaban dos tipos de pasajeros, los nativos que volvíamos, y los nativos de allí que venían a Sevilla de vacaciones. Pensé en nuestro carrilito bici, y los ciudadanos que hacen uso de ella, que aunque muchos, nada comparable a lo de Amsterdam. Luego pensé en nuestra única línea de tranvía con un recorrido bastante corto, y vinieron a mi mente la de “trams” que había visto allí, tocando sus campanas frenéticamente para no atropellar a peatones o ciclistas; y me dio por pensar que aquellos turistas se iban a reír un rato. Claro, todo tiene sus cosas buenas y malas, pues son incontables las catenarias que allí hay, y a nadie le parece que hagan feo, aunque desde luego, si allí saliera La Carretería, a ver como lo arreglaban.
Cuando preparaba aquella guía de la ciudad, antes de que todo comenzara, se cruzó en mi camino una frase de José de Vasconcelos, “Un viaje se comienza con inquietud y se termina con melancolía”, y yo, una vez más puedo decir, que pocas sentencias hay tan ciertas como esta.