AVISO LEGAL
Esta entrada es muy, muy larga. Lo es porque no podría ser de otra manera. Podría fraccionarla en partes, pero sinceramente, no me veo capaz. He echado de menos el ordenador, no tanto por Internet sino porque me he acostumbrado a escribir en él, y ahora tengo miedo de que todo se me olvide, de que este disco duro que traigo a tope, se me borre de un momento a otro.
Esta entrada tampoco sigue un orden, al menos uno sistémico; no hay secuencia cronológica, artística o histórica. El orden es el del impulso de la que escribe; a veces coincide con la lógica, y otras se aleja de ella.
Algunas cosas se me pasarán, y seguro que me quedan en el tintero cuestiones importantes. En otras ocasiones reflexiono y divago en nimiedades, cosa a la que muchos ya estarán acostumbrados. Por todo esto, y por lo que ahora obvio, pido perdón.
Sea como fuere, esta entrada será el intento de describir ocho dias que en muchos aspectos son indescriptibles por falta de imágenes y palabras. Me daría por satisfecha si fuera capaz de haceros llegar la mitad de la mitad de lo que he vivido en estos días.
EN EL AIRE
“Mata mas gente el tabaco que los aviones, y he perdido el miedo a volar”. La Cabra Mecánica empezaba así una canción, y aunque nunca me han dado miedo los aviones, me gusta recordarla de vez en cuando, para contagiar optimismo. A mí los aviones nunca me dieron miedo, como acabo de decir; a mi me da pánico la parafernalia circundante. Tengo pánico a los controles previos, a los cacheos (esta vez me he librado), a tener que llevar el brillo de labios y el corrector de ojeras en una bolsa transparente, lo cual no deja de ser humillante, porque digo yo ¿no me ven? No soy una terrorista, soy alguien que duerme poco y mal…
Me encanta aquello de que es por mi propia seguridad, y que por ella no puedo llevarme una botellita de agua, por mi propia seguridad y mi hidratación la debo pagar a precio de Rioja… Y luego están los compañeros de travesía… A la vuelta me parece que nos han metido en el avión del “Baby boom” porque nunca había viajado con tantos niños histéricos en un mismo aeroplano. En el recuerdo para siempre ya, Daniella y Lorenzo, los dos niños mas insolentes y mal criados que han abandonado la ciudad eterna; que tengan tanta salud como descanso han dejado al perderlos de vista… Pero no ha sido sólo eso. Volvía triste, nostálgica, adormecida, contenta por lo vivido, en definitiva, algo rara.

Despertando sobre la isla de Cerdeña, he pensado en que otra vez pasaba aquello que conté de la taza de café, tal vez me la había bebido pronto, pero fue intensa… La ida fue totalmente diferente. Demasiado temprano quizás, pero llena de ilusión, cargada de ganas ante la perspectiva de una semana llena de proyectos, de sorpresas, de viejos encuentros y de deudas pendientes.
DEUDAS SALDADAS Y REENCUENTROS
El primer reencuentro para mí era importante, y no se hizo esperar… El primer capuchino llegó como postre al primer almuerzo.

Han sido más de una quincena de estos, que he disfrutado, que me han revitalizado y que voy a extrañar mucho. El último fue en Fumicino, en un vaso de usar y tirar, y a pesar de eso, aún si me concentro guardo su sabor hasta el próximo que tome en esa tierra…

La última vez que estuve allí era un día lluvioso de Diciembre, cuando el tiempo nos dio una tregua justita para disfrutarla, echar un par de monedas y hacer algunas fotos. Esta vez era verano, no llovía y era de noche. Volví a echar alguna moneda, sé que se porta bien conmigo y no me va a fallar. Esa primera noche en Roma recordé la otra vez que había estado allí, en la Fontana de Trevi. Mi situación era muy diferente, en todos los sentidos, académica, personal, emocional… y hasta mi pelo y mi ropa eran diferentes. Evidentemente sigo siendo yo pero en aquél momento me di cuenta de cuantas cosas habían pasado desde las últimas monedas. Me habría encantado seguir la idea de Juan, y hacerme la foto dentro de la fuente como Audrey, pero teniendo en cuenta que los Caravinieri tienen “tomada” la ciudad, me habría metido en un lío. Me conformé con meter la mano, que también es estar dentro, y quien sabe, algún día lo mismo entro más…

Por lo pronto, me quedé con su agua en el vuelo del vestido, será cuestión de seguirse mojando.
El síndrome de querer verlo todo tiene una consecuencia brutal cuando llega al extremo, y el jueves estaba febril (como la carta de amor de un preso, que cantaba el flaco), pero tenía que reponerme, el viernes tocaba escapada a Florencia, y allí tenía una de las deudas mayores. También un reencuentro con aquella ciudad, su estación y sus calles; pero había algo, aquella calle con soportales y esa puerta que una vez encontré cerrada… Los Uffizi, aún mejor de lo que me imaginaba. Todos aquellos cuadros que sólo había visto en libros, las esculturas, Venus, el techo, todo el esplendor florentino… Tengo a mi lado el catálogo, casi con miedo de que se me escape, de que se me vaya a escapar la luz de Caravaggio, el genio de Botticelli… Soy incapaz de describir aquellas horas bajo esos techos impresionantes.
En este paréntesis que le hicimos a la ciudad eterna, también se produjo otro reencuentro con mi siempre presente Trenitalia, y si, pasó algo; bueno, varias cosas pero la mas destacable fue que se fue el aire acondicionado a la vuelta. Al final nos cambiaron de vagón y por cuestiones de espacio nos pasamos a primera clase, pero ya llevábamos más de una hora medio asfixiados. Mer quería reclamar, y no la culpo. Eso en España sería lo normal, pero quienes hayan seguido mis anteriores correrías italianas sabrán como se las gastan allí los ferrocarriles, y nos podíamos dar con un canto en los dientes de cómo nos había ido. La verdad es que me lo tomé como una cortesía, un guiño del tiempo para que me dé cuenta, de que aunque yo creo que he cambiado, hay cosas que siguen siendo iguales, para bien y para mal.
Sobre el Estadio de Domiciano se construyó la Piazza Navona; aún quedan algunas ruinas romanas en un extremo de esta, mientras el resto es un entorno maravilloso, aunque la fuente central está en restauración. Allí se solventó otra deuda, el Tartufo. Sin palabras.
LAS TRIPAS
Creo que por mas años que viva no podré olvidar el olor de Roma, el de la antigua Roma, esa que hoy esta debajo, a otro nivel del suelo, en las mismas tripas de la ciudad eterna.
La Iglesia de San Clemente es casi un corte estratigráfico de esto. Cruzando el patio se llega a la Iglesia actual, de influencia constantiniana, con unos mosaicos preciosos. Debajo de esto, en piedra, algo de mármol y restos de mosaicos, el primer templo cristiano que allí se ubicó. Es impresionante el frescor de sus muros, el olor, mezcla de humedad y de historia contenida a través de los siglos. Hay un sonido muy particular, el agua, por algún lado se escucha correr el agua; viene de algún lado y no deja de correr, lleva corriendo tanto tiempo que ha sido testigo de lo que ahora pisas. Hay más, otro nivel, debajo. Es más oscuro, más húmedo y el ruido del agua es mucho más fuerte. No hay signos cristianos, es un templo pagano, o más bien lo era. Es increíble, es tocar el pasado con las manos. Esta última visita fue algo mas corta, iba a cerrar aquello y casi nos quedamos encerrados allí abajo, junto a las cataratas subterráneas, aunque habría tenido su encanto quedarse allí.
Miles de personas van cada día a la Basílica de San Pedro, yo misma había ido antes, pero esta vez ha sido una visita totalmente diferente. Sólo queda un testigo de aquello, un testigo mudo que cambió de lugar y sabe la verdad, el Obelisco que esta situado en el centro de la plaza. En aquella colina se encontraba el circo de Calígula, que luego fue de Nerón. En el centro de este se encontraba el monumento egipcio, que luego fue reubicado. Según dicen allí murió Pedro. Fue enterrado allí mismo, cerca del circo. Aquel lugar se convirtió en un cementerio tanto de paganos como de cristianos. Sobre la tumba del apóstol se situó un monumento, un pilar de no más de metro y medio. Constantino construyó una Basílica, tomando como referencia este pilar, pero para hacerlo sepultó el cementerio romano, ya que el terreno era complejo al tratarse de una colina. Muchos siglos después comenzó la construcción del templo que vemos hoy día. El antiguo cementerio, tumba de Pedro incluida, quedó sepultado por la tierra, el mármol, los años… hasta principios del siglo XX que se recuperó parte del cementerio y hoy en día, tras muchos trámites, se puede visitar. La sensación es indescriptible. Caminar por esas calles inclinadas, ya que están sobre la colina original, los muros, las tumbas, los mosaicos recuperados, ese olor, la humedad y en ocasiones ver como hasta allí llegan algunos de los pilares del baldaquino de Bernini de la Basílica actual. Se aprecia la conversión del pueblo romano, intercalando símbolos paganos y cristianos, y la tumba de Pedro, dónde se hace literal la frase que reza en la basílica. La historia, las tradiciones, las diferentes culturas, todo esta allí, en las mismísimas tripas de aquella ciudad. En el “Muro de grafito” se pueden ver muchísimas inscripciones, en caracteres casi indescifrables, escritas entre los siglos I y V. Al recordar cosas como estas me sigo sobrecogiendo de la visita a los Escavi.
POR LOS TEJADOS
Estando en la Cúpula de San Pedro creí haber llegado al techo del mundo. La ciudad se despliega ante ti, el Coliseo, el Palatino, el río Tévere… Todo está tan cerca que crees poder tocarlo, y casi te da miedo, quizás es un sueño, tal vez te vas a despertar de un momento a otro; o es algo parecido a una burbuja de jabón, y se quebrará al tocarla. Por eso, cuando estás allí arriba se te olvidan las escaleras y el cansancio, porque con el viento en la cara te das cuenta de que merece
la pena.
Tizziano pinta de una forma tan compleja que parece sencilla, Miguel Ángel es un reflejo de su genialidad, y entre admirarlos, como a tantos más, la galería Uffizi no sólo te ofrece eso, sino que algunas obras están tras las ventanas, como es admirar desde allí Il Ponte Vechio. Y es que una felina, por muy romana que sea, no se resiste a la belleza de los tejados florentinos.
Un sueño, una premonición, un día, el cinco de agosto, ese día nevaría. Suena a locura, pero por lo visto sucedió. En el perímetro nevado se construyó una iglesia, Santa María la Mayor. Es un lugar increíble, del suelo al techo. Desde este, otra vista privilegiada de Roma.

El Coliseo no tiene tejados propiamente dichos, pero quien fuera gato allí. Tal vez porque estaba tan cansada, que al encontrar a aquel felino allí, durmiendo a sus anchas, me dio envidia. Debo de decir que fue de los primeros y últimos gatos que ví por la ciudad, lo cual se me hace raro. No sé si porque ha habido alguna limpieza, o porque han abierto demasiados restaurantes chinos… Y por cierto, por lo visto a los gatos callejeros allí los llaman gatos Sorianos, así que para ellos la Gata Roma no tiene mucho sentido. De Soria o de donde sea, ser allí un felino, entre galerías, gradas, mármoles milenarios donde poner tus pies, donde miles de personas los pusieron siglos atrás, observando el foro y el Palatino, tiene que ser una auténtica maravilla.

Casi era otra deuda pendiente, ir al castillo de San Ángelo, el mausoleo de Adriano, la fortaleza, el escenario de Tosca… Y allí, entre tantas otras maravillas, la ciudad vuelve a abrirse en una terraza. Maravillosa, llena de historia, de luz, y a lo lejos, otro tejado de excepción, visitado días atrás, y vuelves a pensar que puedes tocarlo, y que casi tienes que hacerlo para sentir que todo eso es de verdad.

TRAS EL RÍO TÉVERE
Por eso el barrio se llama así, Trastévere, por estar tras el río del mismo nombre. Cuando dejas atrás el Templo de Vesta, y cruzas el puente, es una sensación parecida a ir a Triana. El barrio es un sitio de lo mas pintoresco y encantador. Es un hervidero de gente a cualquier hora. La Iglesia que toma el nombre del barrio es una verdadera maravilla, y además tiene uno de esos retablos que para iluminarlos debes echar monedas. Son muy corrientes estos en Roma, y aunque la gente se queja, yo debo ser muy pueril, porque me encantan. Cenar allí fue de lo mejor, la comida italiana mas auténtica, regada con un chianti del que aún guardo el sabor.
Caminando por los adoquines entre la gente, se mezclaban los diferentes espectáculos callejeros. Canciones satíricas con guitarra, nos recordaba a algo, pero no lo queríamos decir, hasta que uno de los intérpretes dijo la palabra mágica, algo parecido a “shirigota”. Resultó que era eso, lo que nos pareció desde un primer momento, y es que será que el arte va por barrios.

DONDE LAS FOTOS NO LLEGAN
Aunque en este viaje llevaba a mi fiel cámara (tal vez tendría que ponerle un nombre) hay sitios y cosas que no se alcanzan con una instantánea. En muchos museos estaba prohibido hacer fotos, aunque fuera sin flash, e incluso, en la Galería Burghese nos hicieron dejar nuestras cosas en el guardarropa. Por eso es fantástico poder al menos atesorar libros. Tal vez el mejor descubrimiento fue aquella librería escondida camino de la Pace. Mer dice que ese hombre era un anticuario de los libros, y realmente así me lo parece a mi también. De hecho la librería se encuentra rodeada de anticuarios y tiendas encantadoras. Allí, entre las lámparas, la madera y las estanterías, con ese perfume que solo tienen los libros viejos, he podido encontrar algunos tesoros; aunque el sitio en si, ya era uno, donde por cierto, el señor librero, amabilísimo, si nos dejó hacer fotos.
Pero no es sólo eso, me habría encantado fotografiar el sonido de mis pasos en el mármol, las campanas al despertar, el olor de las tripas de la ciudad, la luz de todos esos lienzos pintados por maestros, la majestuosidad de la capilla Sixtina… Incluso algunas situaciones han sido merecedoras de ser captadas, como cuando cruzando un semáforo camino de San Juan de Letrán, casi nos atropella una monja que conducía un cochecillo, a lo que mi hermano gritó: “Sor Citroen, ¡que pierde los puntos!” Pero siempre lo he pensado, las mejores fotos a veces son las mentales. Tal vez por eso me gusta conservar todas las entradas, los billetes e incluso las tarjetas de embarque.

EPÍLOGO
Volvíamos de buscar cuadros en San Luis de los Franceses, San Agustín, de rebuscar en los últimos rincones y exprimir las últimas horas. Las ganas de ver por última vez El éxtasis de Santa Teresa (Bernini) se quedaron colgadas en la puerta cerrada de Santa María de la Victoria. Al pasar por Santa María de los Ángeles pensé lo mismo que había pensado hacía ocho días cuando la había contemplado por primera vez. Construida en las Termas de Diocleciano, de las cuales aún se conservan partes, esta iglesia es una perfecta combinación del ayer y el hoy; ya que además del diseño de Miguel Ángel, actualmente cuenta con obras de Igor Mitorag, puerta incluida. Y es que tal vez por eso esta ciudad es la ciudad eterna, porque sabe conservar el pasado, porque no tiene miedo de rescatarlo y porque mira al futuro.
Este tipo de cosas hacen que los viajes te dejen buen sabor de boca. Ya no me pesa el cansancio, a pesar de que estoy convencida de que lo de las Siete Colinas de Roma es una coña, porque nosotros habremos subido unas veinte… Pero lo cantó el Serrano: “ya sólo me queda la vacía pena del viajero que regresa”, Regreso como si hubiese leído treinta libros, como si cada minuto se hubiera multiplicado, y con más ganas aún de volver. Imagino que es cierto eso que escribió alguno de que ni con todas las vidas de un gato se acabaría de conocer y disfrutar a fondo esta ciudad.

No son de película, no sé si se me habrá entendido, pero de cualquier manera, estas fueron mis vacaciones en Roma.