Me atrapó tanto desde el principio, que como a tantos otros lugares, me prometí volver. Me lo prometí a mí misma desde la segunda planta de un autobús viendo alejarse Carnaby Street, me lo prometí delante del Matrimonio Arnolfini y comiendo un sándwich sentada en el césped de Sant James Park. Me lo juré delante de un músico callejero que aprovechaba la fantástica acústica de la boca de metro del Big Ben, y delante de La Piedra Rosetta. Recordando aquél viaje, hace ya un par de veranos, creo que me lo prometí en casi todas partes, en un barco en el Támesis, en el ascensor de Harrods, en los paseos por Kensington Garden, en aquel pub mientras un guitarrista cantaba canciones de los Beattles, e incluso delante del imponente estadio del Arsenal, por aquél entonces nuevo.
Desde aquella mítica azotea del edificio que también dio nombre a ese gran disco, los cuatro de Liverpool invitaban a regresar, igual que a mi me ha invitado una amiga a pasar el weekend en la capital de los perros luteranos; muchas gracias, me moría por volver; y mañana por la mañana cogemos el avión… sólo rezo para que no me vuelvan a tocar niños maleducados detrás, como pasó la última vez.
Aunque solo serán tres días, espero que no me descuidéis mucho el tejado, que el caos no siempre se desordena solo…

Y como estamos en crisis, me llevo un abaniquito pero con menos ceros que el que puso Moe.
Desde aquella mítica azotea del edificio que también dio nombre a ese gran disco, los cuatro de Liverpool invitaban a regresar, igual que a mi me ha invitado una amiga a pasar el weekend en la capital de los perros luteranos; muchas gracias, me moría por volver; y mañana por la mañana cogemos el avión… sólo rezo para que no me vuelvan a tocar niños maleducados detrás, como pasó la última vez.
Aunque solo serán tres días, espero que no me descuidéis mucho el tejado, que el caos no siempre se desordena solo…
Y como estamos en crisis, me llevo un abaniquito pero con menos ceros que el que puso Moe.