He demorado esta segunda parte más de lo que me habría gustado. El trajín de estos días obligó a ello, sin contar que me da pereza seleccionar que cuento y que no. A medida que el tiempo pasa parece que los recuerdos se alargan, y ese puñadito de días se me antojan meses…
Por cierto, para pena de Eres_mi_cruz, le diré que he sabido que don Elías, el célebre cura de Potes, no es de Écija, sino de un pueblito montañés. Pese a todo, me gustó tanto su teoría y argumento, que seguro que si indagamos, algún antepasado es de esta zona…
No sé cuánto me extenderé en esta entrada, que se me olvidará contar o si resultará interesante lo que destacaré. De todas formas, igual que no me importa haberme perdido alguna cosa de Cantabria, pues sé que volveré, no me importará dejar aquí algún cabo suelto; de hecho ya tengo en mente algunos sitios o rincones que merecerán una entrada aparte en un futuro, al igual que en los propios comentarios que hacéis y respondo, salen cosas que pasé por alto en el post.
PEQUEÑOS TESOROS
Mi madre recuerda la gracia que le hizo leer en la carta de un bar del gaditano pueblo de Olvera, una frase que venía a decir algo así: “Este pueblo tiene una calle, un castillo y una iglesia, pero qué calle, qué castillo y qué iglesia”
Creo que Cantabria tiene muchos pueblos que cumplirían esa máxima, o puede que tras ver muchas cosas, esos son los que más me gustaron, los que más se me quedaron dentro…
Serían incontables, y seguro que alguno se me olvida, y sería eterna una descripción detallada de cada uno de ellos, pero así de pasada recuerdo la preciosa Iglesia de Arnuedo, restaurada por cuenta de los vecinos con sumo gusto, el pequeño pueblo de Cartes y sus calles, Liérganes un pueblo de postal con su molino, su río, la leyenda del Hombre Pez y una pequeña capilla del Carmen que descubrimos de casualidad, pues no venía en ninguna guía…
Por cierto, para pena de Eres_mi_cruz, le diré que he sabido que don Elías, el célebre cura de Potes, no es de Écija, sino de un pueblito montañés. Pese a todo, me gustó tanto su teoría y argumento, que seguro que si indagamos, algún antepasado es de esta zona…
No sé cuánto me extenderé en esta entrada, que se me olvidará contar o si resultará interesante lo que destacaré. De todas formas, igual que no me importa haberme perdido alguna cosa de Cantabria, pues sé que volveré, no me importará dejar aquí algún cabo suelto; de hecho ya tengo en mente algunos sitios o rincones que merecerán una entrada aparte en un futuro, al igual que en los propios comentarios que hacéis y respondo, salen cosas que pasé por alto en el post.
PEQUEÑOS TESOROS
Mi madre recuerda la gracia que le hizo leer en la carta de un bar del gaditano pueblo de Olvera, una frase que venía a decir algo así: “Este pueblo tiene una calle, un castillo y una iglesia, pero qué calle, qué castillo y qué iglesia”
Creo que Cantabria tiene muchos pueblos que cumplirían esa máxima, o puede que tras ver muchas cosas, esos son los que más me gustaron, los que más se me quedaron dentro…
Serían incontables, y seguro que alguno se me olvida, y sería eterna una descripción detallada de cada uno de ellos, pero así de pasada recuerdo la preciosa Iglesia de Arnuedo, restaurada por cuenta de los vecinos con sumo gusto, el pequeño pueblo de Cartes y sus calles, Liérganes un pueblo de postal con su molino, su río, la leyenda del Hombre Pez y una pequeña capilla del Carmen que descubrimos de casualidad, pues no venía en ninguna guía…
El pueblo de Bárcena Mayor, que ostenta el título de “Mejor conservado de España”, o al menos lo ha tenido durante mucho tiempo, es un lugar de paso obligado. Pequeño, empedrado, con lavaderos públicos que nadie ha destruido para hacer sobre ellos un hotel.
Con una extensión algo mayor, me encantó Santoña, y su paseo marítimo desde el que se divisa Laredo, su ambiente marinero y la pasión que comparto por el remo, aunque ahora lo tenga aparcado de mi rutina.
Castro Urdiales, Santillana del Mar o Comillas no es que no me gustaran, pero tal vez deba confesar que soy algo egoísta, y que al tratarse de lugares más conocidos, los siento menos íntimos, menos míos… Me gusta pensar que poca gente paró en un multicentro social que hay en Correpoco, donde puedes ir al médico, tocar las campanas si hay un incendio o ver a la Trabajadora Social, entre muchas otras cosas, vamos, un espacio bien aprovechado.
SENTARSE A COMER
Cuando uno va de un lado para otro, debe comer poco, de forma ligera… Si no lo haces, si se te va de las manos, si almuerzas algo tarde y no te privas ni del vino ni de la ternera, corres el riesgo de acabar intentando dormir la siesta en un poyete de una iglesia románica. Pero la tentación era mucha, la cabeza a veces es poca…
Pese a haber intentado no hacer excesos para no morir de un colapso por esas carreteras, creo que he disfrutado de la gastronomía cántabra, hasta el punto de hacer una cata de orujo a las diez de la mañana. Y además de lo típico, lo que todo el mundo te recomienda que son los múltiples tipos de cocidos que abundan por aquél lugar, he probado croquetas de queso tresviso, de cocido montañés, o pasta hecha con chorizo de la tierra. Lo de los embutidos es otra maravilla. En cuanto a los famosos quesos, siempre presumí de ser muy quesera y de adorarlos todos, y algunas modalidades me hacen replantearme un poco esa afirmación… Por lo demás, he disfrutado de las rabas, que para un sevillano serían chocos, y los bocartes, que en hispalense son primos de los boquerones. Y aunque algunos pescados de esas tierras no son muy de mi agrado, quienes venían conmigo pudieron gozar de bonito del norte, anchoas de Santoña y pastel de cabracho. Por supuesto comí sobaos pasiegos, y otros dulces como los Almendrucos, maravillosos estos últimos. Hasta mi pasión por el té se vio satisfecha por aquellos lares, y tengo un fantástico “té de puerto” que recuerda a la vegetación de aquella zona. Incluso llegué a tomarme la mejor copa de mi vida, pero eso se merece un capítulo aparte.
En fin, a Cantabria se podría ir simplemente para comer y dormir siestas, sería un desperdicio perder tiempo en eso y no ver tantos parajes que merecen la pena, pero por otra parte, no estaría mal poder sentarse a comer sin pensar en que ocurrirá luego.
¡Se me olvidaba! El Lomo de Potes es para darle un aplauso, lo dicho, voy a tener que hacer un viaje solo gastronómico…
HISTORIA DE UN TEJO Y UN OLIVO
Hace más de diez siglos, don Alfonso, conde de Liébana, construyó una pequeña iglesia en la población de Lebeña. Cuentan algunos documentos y las leyendas populares que quiso que reposaran allí los restos de Santo Toribio de Liébana. Dicen que lo intentó por las buenas, que lo intentó por las malas, y que en estas estaba cuando perdió la vista. Don Alfonso lo interpretó como un deseo del Santo de quedarse en el Monasterio en que actualmente permanece. Desistiendo de su intención, y haciendo donaciones al Monasterio que lleva el nombre del Santo, dicen que recuperó la vista.
Pero el pequeño templo de Lebeña tiene para mí una historia mucho más interesante.
Dice la tradición popular que un buen cántabro, para serlo, debe tener en su finca un Tejo. El Tejo es el árbol cántabro por excelencia, adorado y venerado por los druidas según la tradición mitológica de aquél lugar. Según esta misma tradición, los sitios sagrados debían tener dos elementos básicos, este árbol, y alguna manifestación fluvial, un lago, una fuente… Muy cerca del paraje donde está esta iglesia pasa el río Deva. En una reforma, al darle la vuelta a lo que parecía un simple escalón en el altar de la iglesia, resultó estar inscrito en una de sus caras. Allí, según se pudo deducir, una civilización antigua adoraba al Sol, creador de todo. Luego añadieron una cruz, como símbolo del cambio religioso de la zona. En ese lugar tan mágico donde don Alfonso decidió edificar aquél templo, hay un detalle más que le aporta encanto a esta parrafada que estoy soltando. Acabada la construcción plantó un árbol representativo de él, como no podía ser de otra forma, un Tejo. Quiso plantar entonces un árbol representativo de su mujer, doña Justa. Sureña ella, plantó un olivo que hoy en día permanece allí. Es algo extraño ver un árbol tan andaluz a tantos kilómetros del sur, pero ha resistido bien a los siglos y el clima de aquella zona.
Castro Urdiales, Santillana del Mar o Comillas no es que no me gustaran, pero tal vez deba confesar que soy algo egoísta, y que al tratarse de lugares más conocidos, los siento menos íntimos, menos míos… Me gusta pensar que poca gente paró en un multicentro social que hay en Correpoco, donde puedes ir al médico, tocar las campanas si hay un incendio o ver a la Trabajadora Social, entre muchas otras cosas, vamos, un espacio bien aprovechado.
SENTARSE A COMER
Cuando uno va de un lado para otro, debe comer poco, de forma ligera… Si no lo haces, si se te va de las manos, si almuerzas algo tarde y no te privas ni del vino ni de la ternera, corres el riesgo de acabar intentando dormir la siesta en un poyete de una iglesia románica. Pero la tentación era mucha, la cabeza a veces es poca…
Pese a haber intentado no hacer excesos para no morir de un colapso por esas carreteras, creo que he disfrutado de la gastronomía cántabra, hasta el punto de hacer una cata de orujo a las diez de la mañana. Y además de lo típico, lo que todo el mundo te recomienda que son los múltiples tipos de cocidos que abundan por aquél lugar, he probado croquetas de queso tresviso, de cocido montañés, o pasta hecha con chorizo de la tierra. Lo de los embutidos es otra maravilla. En cuanto a los famosos quesos, siempre presumí de ser muy quesera y de adorarlos todos, y algunas modalidades me hacen replantearme un poco esa afirmación… Por lo demás, he disfrutado de las rabas, que para un sevillano serían chocos, y los bocartes, que en hispalense son primos de los boquerones. Y aunque algunos pescados de esas tierras no son muy de mi agrado, quienes venían conmigo pudieron gozar de bonito del norte, anchoas de Santoña y pastel de cabracho. Por supuesto comí sobaos pasiegos, y otros dulces como los Almendrucos, maravillosos estos últimos. Hasta mi pasión por el té se vio satisfecha por aquellos lares, y tengo un fantástico “té de puerto” que recuerda a la vegetación de aquella zona. Incluso llegué a tomarme la mejor copa de mi vida, pero eso se merece un capítulo aparte.
En fin, a Cantabria se podría ir simplemente para comer y dormir siestas, sería un desperdicio perder tiempo en eso y no ver tantos parajes que merecen la pena, pero por otra parte, no estaría mal poder sentarse a comer sin pensar en que ocurrirá luego.
¡Se me olvidaba! El Lomo de Potes es para darle un aplauso, lo dicho, voy a tener que hacer un viaje solo gastronómico…
HISTORIA DE UN TEJO Y UN OLIVO
Hace más de diez siglos, don Alfonso, conde de Liébana, construyó una pequeña iglesia en la población de Lebeña. Cuentan algunos documentos y las leyendas populares que quiso que reposaran allí los restos de Santo Toribio de Liébana. Dicen que lo intentó por las buenas, que lo intentó por las malas, y que en estas estaba cuando perdió la vista. Don Alfonso lo interpretó como un deseo del Santo de quedarse en el Monasterio en que actualmente permanece. Desistiendo de su intención, y haciendo donaciones al Monasterio que lleva el nombre del Santo, dicen que recuperó la vista.
Pero el pequeño templo de Lebeña tiene para mí una historia mucho más interesante.
Dice la tradición popular que un buen cántabro, para serlo, debe tener en su finca un Tejo. El Tejo es el árbol cántabro por excelencia, adorado y venerado por los druidas según la tradición mitológica de aquél lugar. Según esta misma tradición, los sitios sagrados debían tener dos elementos básicos, este árbol, y alguna manifestación fluvial, un lago, una fuente… Muy cerca del paraje donde está esta iglesia pasa el río Deva. En una reforma, al darle la vuelta a lo que parecía un simple escalón en el altar de la iglesia, resultó estar inscrito en una de sus caras. Allí, según se pudo deducir, una civilización antigua adoraba al Sol, creador de todo. Luego añadieron una cruz, como símbolo del cambio religioso de la zona. En ese lugar tan mágico donde don Alfonso decidió edificar aquél templo, hay un detalle más que le aporta encanto a esta parrafada que estoy soltando. Acabada la construcción plantó un árbol representativo de él, como no podía ser de otra forma, un Tejo. Quiso plantar entonces un árbol representativo de su mujer, doña Justa. Sureña ella, plantó un olivo que hoy en día permanece allí. Es algo extraño ver un árbol tan andaluz a tantos kilómetros del sur, pero ha resistido bien a los siglos y el clima de aquella zona.
Como dije, con más de diez siglos, allí está ese pequeño templo mozárabe, sus árboles, e incluso una Virgen amamantando que fue robada y tras diez años o así, fue encontrada en un chalet de Alicante y devuelta a su Iglesia de Santa María, donde sus feligreses siguen pensando que fue un milagro.
ESTAMPAS Y PARAJES
Hay muchos sitios que quisiera destacar, ya no pueblos como dije antes, sino pequeños lugares, algunos célebres como Fontibre, donde nace el Ebro, otros ni sabría situarlos exactamente como un trocito de la vega del río Pas donde paramos y pude tirar piedras en compañía de unas vacas que pasaban de mi locura al otro lado del río.
También destacaría el desfiladero de la Hermida, el Puerto de la Braguía, y el famosísimo Fuente Dé, donde subes con un teleférico o a pie, divisando desde arriba las cumbres de los Picos de Europa, las nubes que en días de suerte tocas con las manos, y la infinita profundidad de sus valles. Nosotros subimos en teleférico, por comodidad y por tiempo. Lo malo es que en las advertencias de subir decía que era conveniente avisar a familiares y amigos de que se iba a realizar aquella excursión, por si había problemas. Ahí caímos en la cuenta de que ninguno habíamos avisado a nadie, de aquello, así que solo quedaba encomendarse a Dios o al Diablo para que aquello no se desplomase, dejando al hijo de mi madre casi huérfano…
Otro lugar que me encantó fue el Monasterio que he referido antes, el de Santo Toribio de Liébana. Es de esos lugares que independientemente de la fe, la religión o las creencias, te dicen algo. Incluso el hecho de que casi cada hora expongan el “Lignum crucis” con delicadeza, sin cobrar nada, con lo dada que a veces es la Iglesia a esas cosas, me pareció encantador.
También incluyo aquí el aperitivo asturiano. Vi muy poco de esta comunidad, pero queda pendiente para otro viaje. Tras haber visto tanto arte románico, me queda descubrir por aquellas tierras el escalafón anterior, el prerrománico.
En fin, con defectos y virtudes, con muchas palabras o con pocas traté de resumir un viaje de cerca de cuatro mil kilómetros, muchas horas, discos de Ketama, Poveda, Alan Parson Proyect, y miles de sevillanas. Fotos buenas, malas, regulares y de mi estilo, cubatas de ron al final del día, y un coche que acabó pareciendo un mercadillo, pero por el que podíamos ver el bosque en el techo…
Se quedan cosas pendientes como ya he dicho, hasta que vuelva seguiré pensando que el lema de esa comunidad es más cierto que nunca; “Cantabria infinita”
12 comentarios:
Desde luego que es infinita... en esta última foto se parece al Parnaso y todo.
Plantaría un tejo si tuviera un jardín. Tendría un jardín si tuviera una casa.
Obviamente, te habrás dejado mucho en el tintero tras este viaje. Ya veo que ha valido la pena. Enhoragüena, pues.
Besos con regaliz
Todos los amigos que conocen Cantabria coinciden diciéndome que es una tierra amable, de gente amable.
Para mí, asignatura pendiente. Gracias por este relato.
Y besos, mi querida Gata.
Lo tuyo está de cuaderno de viajes...
Aquellas tierras tienen que ser preciosas con sus pequeñas iglesias, los montes, su paisaje y su gente y como te dije en tu entrada anterior algún día me liaré la manta a la cabeza y me marcharé.
Besos
Con lo bien que narras, lo único que hecho un falta es una musiquilla de fondo para ir avanzando por este documental de Cantabria.
Muy interesante , parece que has aprovechado bién el viaje.Saludos.
Ahora que nos dejó el amigo Labordeta con su "País en una mochila" nos ayudas tú con tu toque personal sobre el viaje.
Muchas grácias Gatilla.
A perro flaco todo se le vuelven pulgas… el trasiego de estos días se vió frenado de golpe, nunca mejor dicho. Un pequeño accidente de moto me tiene en casa, y aunque ahora tengo más tiempo, admito que el ánimo no siempre me está acompañando para andar más pródiga por la blogosfera…
Gracias Larisa por tu generosa comparación con una foto mediocre que hice desde el coche, jejeje A mí también me gustaría tener mi Tejo, mi jardín y mi casa, pero bueno, quien sabe. La parole esa sigue dificultando mis huellas en tu casa, lo siento.
Certera descripción Juanma, algún día podrías escaparte, beber vinito y dejar que tus niños potreen por esas tierras, verás como os gusta.
Pues si Mario, espero cambiar el tercio en siguientes entradas, que todo acaba por hacerse pesado.
Sevillana, seguro que te encanta, y por suerte está ahí, te esperará.
Muchas gracias Rebeca por eso de que narro bien. A mí me habría gustado
, pero una comentarista ya me dijo que dejara las gaitas lejos… en fin, para gustos…
Gracias Tortuga, se hizo lo que se pudo.
Naranjito, muy generoso tu comentario. Ya quisiera yo parecerme a ese hombre, aunque no niego que envidio ese deparar de un pueblo a otro hablando con los lugareños, era un estudio sociológico enorme que no todo el mundo es capaz de hacer…
Por cierto, yo llevaba una mochila algo políticamente incorrecta, pues era de una marca de ron que parecía esponsorizar mi viaje…
Kisses a todos
Vaya, parece que el enlace de Rebeca se malogró o algo raro… Era este de todas formas.
¿Infinita? y más allá.
Una crónica fantástica. A mi me cautivó Suances, y los sobaso, y sus bosques, y el románico, y sus quesadillas, y Torrelavega y...
No es un sitio cualquiera. Estoy seguro que muchos han cambiado de planes y ajustado el gps cuando han terminado tus líneas...
Mándale a Revilla tus entradas. Sabrá apreciarlas.
Besos montañeses a pares.
Antonio
Dama, es normal que tu lista no acabe, a mí me pasó igual, es un sitio con tanto encanto ¡y tan mágico!
Antonio, ya quisiera yo que Revilla me leyera, gran personaje y embajador de su tierra como pocos…
Kisses
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